21 de mayo de 2024 

 

 

 

 

 

Pablo Errázuriz Montes


Nuestro sistema político. No funciona. ¿Para qué describir lo que todo el mundo sabe?: la convivencia hecha trizas por el total y completo irrespeto a las normas jurídicas, morales y hábitos de conducta que la hacen posible. Los espacios públicos dominados por el terrorismo, la delincuencia y la fealdad de los grafiteros. La convivencia superficial, solo se sustenta en una aceptable -aun- situación económica de las masas y en la opulencia de las élites. Las instituciones creadas y pagadas por todos los contribuyentes para reprimir a quienes no respetan esas normas -razón de ser del estado-, colaboran con los delincuentes y reprimen a los custodios de la ley. El okupa de La Moneda, indulta y premia con pensiones vitalicias a delincuentes violentos que destruyeron Santiago y expropiaron los espacios públicos a los ciudadanos. El mundo exactamente al revés. Quienes deben con sus acciones reparar este entuerto, perplejos, confusos o copartícipes de esta descomposición.

¿Cómo se arregla esto? ¿Cómo se recompone la convivencia? ¿Cómo recuperar el espacio público para las personas que cumplen, trabajan, se esmeran por ser respetuosos de la ley y empáticos? ¿Cómo se combate y reprime a los grafiteros, lanzas a chorro, asaltantes, traficantes de drogas, homicidas, descuartizadores, asesinos por encargo, defraudadores del fisco y un largo etcétera?

¿Qué las instituciones vigentes funcionen? ¿Más rigor en las calificaciones de los miembros del poder judicial; muchos de cuyos integrantes sentencian contra texto expreso de la ley; lista 4 y fuera? ¿Depurar el Tribunal Constitucional de operadores políticos? ¿Reemplazar a los activistas políticos revolucionarios y ayudistas de la corrupción, enquistados en el Ministerio Público? ¿Reemplazar en los próximos comicios a todos los parlamentarios que han apoyado por acción o por omisión a delincuentes sean “primera línea”, o a sus camaradas de partido sorprendidos en desfalcos y rapiñas? ¿Elegir a un presidente de “derechas”? ¿Vaciar la administración pública de ociosos que dilapidan los recursos que pagan a duras penas los hombres y mujeres de trabajo?

Aunque todo ello fuera posible (lo que no parece factible), con toda seguridad no bastaría. No bastaría, porque las causas de esta descomposición seguirían en pie.

¿Dónde se encuentra la madre del cordero? Pareciera que todas las recetas ideológicas ofrecidas apuntan en un sentido tal, que disuelve en vez de componer la convivencia social, la paz pública y en consecuencia la genuina libertad. ¿Dónde está la causa de este desorden global? ¿Hay una causa o muchas? El sentido de estas letras apunta a develar una de ellas que es condición necesaria, sino suficiente, del caos existente.

En su reflexión sobre las ideas y las creencias, el filósofo español Julián Marías conjetura sobre la conducta humana[1]: lanzado a la existencia, el hijo de mujer procura instalarse en la circunstancia. Aquello lo hace premunido de sus creencias sobre la realidad. Amparado en esas creencias, edifica la estructura de sus ideas y juicios sobre la contingencia. Esta tesis filosófica, obviamente es una abstracción de un fenómeno no individual sino colectivo, porque no existe el Robinson Crusoe. Nos instalamos eficazmente en la realidad contingente amparados en la tradición. Los que nos rodean – por antonomasia, nuestra madre, padre y la sociedad -, nos transfieren esas creencias[2], y compartimos con ellos – en tiempos de estabilidad social- la estructura de ideas que nos permiten ordenar nuestra existencia. La consecuencia de que los individuos sean capaces de ordenar sus existencias a dicha estructura, es la calidad de la convivencia que se llama paz social.

¿Qué sucede cuando se disuelven las creencias? ¿Qué sucede cuando no hay convicciones basales sobre la realidad? Sucede que quedan solo las ideas, huérfanas de una raíz. Y esas ideas las adoptamos ortopédicamente como creencias. Surge pues el ideologismo. Este fenómeno, que viene gestándose desde hace más de un siglo, explica varios aspectos de nuestro caos contingente.

En efecto, la causalidad de la compleja situación de la modernidad contingente, tiene una explicación también compleja: el problema es epistemológico. El error está en la respuesta que se nos ofrece a la pregunta, ¿cómo se forma el pensamiento crítico?, es decir, aquel cúmulo de representaciones racionales que explican la realidad que nos toca vivir. Y el efecto de ese error, condiciona que la modernidad se golpea como las moscas en el cristal buscando salir a la luz del día. Lo que en occidente nos mantiene con un pie atado a una estaca que impide salir del atolladero en que nos encontramos, es la respuesta epistemológica que sostiene el sistema de creencias. ¿Cuál es esta creencia en un mundo sin creencias? Pues que serían las ideas las que formatean[3] la realidad. Esa es la piedra basal del ideologismo.

¿Cómo salir de la anomia y caos contingente? Falazmente, el ideologismo imperante dirá que, para solucionar el desorden contemporáneo necesitaríamos nuevas ideas. Aquel es un error común o transversal entre quienes se auto perciben como contendores en el mundo de las ideas de la modernidad tardía que nos toca vivir. Hago una breve sinopsis de como se ha manifestado este error.

Primera ideología: El relato dice que un buen día, Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Diderot y su mesnada, se ponen a pensar iluminados por la razón (como si antes de ellos nadie hubiese razonado) y se les ocurren una serie de ideas que causan, provocan y dan sustento a la revolución francesa, que, conforme al mismo relato, es el gran salto hacia el progreso, mito sustitutivo de la tradición religiosa salvífica que sustentó hasta entonces en occidente, la convivencia social.

Segunda ideología: Un judío resentido y odioso con su círculo social y racial [4] que le vio nacer, Carlos Marx; apoyado y financiado por otro judío que comparte la hostilidad de su camarada a sus hermanos de sangre y de cultura, Federico Engels; con elocuencia y retórica genial, idean un relato genealógico del devenir humano basado en algo que se les aparecía en la realidad contingente que les tocaba vivir. El relato oficial dice que sus ideas, fueron el sustento del devenir político y social trágico que sucediera en Rusia.

Tercera ideología: En la post segunda guerra, un grupo de franceses que deambulan en una sociedad hiper opulenta, donde es posible vivir y prosperar sin realizar trabajo productivo alguno, más que elucubrar interpretaciones de la realidad (fundan una nueva profesión: la de los intelectuales), y ensalzados por una burguesía cansada y nihilista, “descubren” ideas que ya habían sido formuladas por un personaje dostoyevskiano de nacionalidad italiana: Antonio Gramsci[5]. La verdadera revolución que el marxismo clásico no podría consumar[6], se haría posible según ellos, partiendo por demoler la cultura, (deconstruir es el nuevo verbo) es decir, destruir las relaciones sociales aceptadas y aceptables que hacen posible la convivencia. Su gran logro, es una asonada juvenil de niños ricos ocurrida en París en 1968. “Iluminarían” la sociedad para erradicar las injusticias y males del mundo, a través de una idea genial: destruir todas las identidades y relaciones (prohibido prohibir sería su lema) para reedificar su nueva utopía: una sociedad de seres asexuados, pacíficos y disciplinados. Es útil para ponderar la valía de sus ideas, conocer detalladamente el perfil de la moralidad de conducta cotidiana de aquellos intelectuales[7], quienes se identificaron por la ausencia completa de las reglas de vida y respeto al prójimo, reglas que ilustran a cualquier persona con sentido común. Por sus obras los conoceréis, nos enseña el Salvador.

Muchos que pretenden reaccionar y detener el desastre contemporáneo, creen que este se debe solucionar con nuevas concepciones ideológicas que se opongan a las anteriores. Un nuevo dibujo de una realidad plasmada en una hoja en blanco, según inspiración de un nuevo ideal. Habría pues que rastrear en las bibliotecas, para encontrar aquel anillo de los Nibelungos que nos permita recuperar la convivencia, la justicia y la libertad. Los reaccionarios intelectualmente más rústicos, postulan que será una política económica la que, a través de generar más prosperidad, redimirá a las masas de andar pensando tonteras.[8]

Pero … no funciona así la historia, no funciona así el género humano, no funciona así la convivencia entre hijos de mujer. ¿Por qué? Poque las ideas no son más que representaciones imperfectas. ¿De qué?: de la realidad del mundo que se proyecta sobre nuestra psique, dotada en primer lugar de emociones y en segundo lugar de racionalidad.

¿Qué hizo posible los cambios en la estructura social francesa que permitieron aquella asonada sangrienta e inicua llamada revolución francesa? Algo muy trivial: La acumulación de riqueza que la tecnología de la época hizo posible, lo que permitía que los valores que sustentaban la sociedad tradicional francesa, perdiesen vigor sin grave consecuencia visible. Las barreras morales se hicieron inútiles o al menos, no funcionales. No era necesario para prosperar y disfrutar de la vida las restricciones morales prescritas por la sociedad tradicional de entonces. La misma acumulación de riqueza, la imprenta y otros bienes económicos cotidianos (ropa, vivienda, agua corriente y alimentación a discreción, no disponibles un siglo antes) fue lo que hizo posible la existencia de “los intelectuales” que formularon la ideología y el estilo de vida despreocupado que animó a los revolucionarios. Incluso los que fungían de reaccionarios como Mirabeau, eran también destructores del orden tradicional por esas mismas condiciones de posibilidad.

Años después, la sociedad inglesa, gracias también a los logros tecnológicos alcanzados, fue profundizando una más rigurosa división del trabajo en los sistemas de producción y la especialización social derivada de ella. De esta manera se hizo posible que hubiese a disposición de la sociedad bienes de consumo y de capital, alcanzables para una población mayor. Surgió la acumulación de capital que hasta el día de hoy se le llama capitalismo. Fue esta la condición de posibilidad de la explotación de obreros por patrones. En aquel orden social, libre de restricciones morales, se generó una dinámica en que los tiburones más dotados intelectual y emocionalmente pudieron usar y las más veces abusar de otros miembros de la sociedad para beneficio propio. Entonces, un intelectual impotente para prosperar en ese ambiente, capturado por una emocionalidad e intelecto volcánico, retrata esa realidad en el relato genealógico de la sociedad humana recién mencionado, cuando no falso, equívoco. Carlos Marx siguiendo la tradición rabínica de su raza oficia de profeta: la supresión del capitalismo traerá como consecuencia necesaria la sociedad comunista. Otro resentido social, Victor Ilich Lenin, dañado emocionalmente por el asesinato de su hermano por la policía política zarista, potencia su psique homicida y con el apoyo del alto mando militar alemán (siempre en la historia las malas ideas las tienen los expertos) quienes lo financian para que destruya la sociedad del enemigo circunstancial, Rusia, desarrolla su obra satánica. Esta melcocha de acontecimientos históricos da lugar a la tragedia genocida que la historia conoce como revolución rusa.

Otra sociedad – la posterior a 1945- ordenada por otras nuevas y potentes circunstancias tecnológicas, permite la profundización de la división del trabajo capitalista pero esta vez no amparada en una explotación inmisericorde sino en relaciones laborales soft, generando una prosperidad inédita de hombres y mujeres, calificados o no, vulgares o sofisticados, dueños o no de sus existencias, haciendo desaparecer aquel proletariado de las ensoñaciones marxistas. Democráticamente nivelados, individuos y masas, se desplazan en automóvil, pueden viajar, pueden tener vacaciones, todas circunstancias que sus abuelos ni se soñaron. En Asia y en nuestra Latinoamérica tardíamente se alcanza ese estado de “desarrollo” que se reflejaba en sociedades más disciplinadas, lo que generó tensiones y resentimientos derivados por la pulsión basal que es la envidia estimulada por la propaganda revolucionaria. Para mayor impacto sobre la vida social e individual, en los 60 del siglo XX, a través de un fármaco, se le hace posible a la mujer planificar su maternidad y por lo tanto su sexualidad. La llamada liberación femenina, no surge de una idea; surge de un fármaco. Pero se acumulan más aun las complicaciones. Cuando en Chile recién nos estábamos acostumbrando a “disfrutar” de la american way of life, en las postrimerías del siglo XX, casi alcanzando este anhelado desarrollo como le bautizan los economistas, llega otro tsunami tecnológico: las comunicaciones electrónicas. Personas que nunca tuvieron opinión sobre el acontecer, sin ilustración cultural alguna, ahora son emisores de emociones, pulsiones y a veces (las menos) ideas y conceptos. La sociedad de masas, dependiente hasta entonces de una élite de emisores, se expande por la auto emisión de percepciones. Las masas pasan entonces a auto percibirse poderosas y falazmente autovalentes. Son los empoderados, el peor subproducto moral que pudiere darse para sostener la convivencia social. Una mezcla fatal entre El Señorito Satisfecho que describe Ortega en la Rebelión de las Masas, y El Último Hombre que retrata Nietzsche en Así Hablaba Zaratustra, pero en versión vulgar de analfabetos funcionales. Todo ello acompañado de una caída en picada de la educación pública, el mejor subproducto social de la ilustración, factor de cohesión en los albores de la república.

Pregunto: ¿La demolición de la estructura social que sufrimos en Chile y en occidente, es, como denuncian intelectuales de derecha, causada por las ideas de Foucauld, Sartre, Gramsci, la Bouvoir y sus discípulas norteamericanas feministas? No. Absolutamente no. Los intelectuales de la nueva izquierda mencionados, simplemente vieron venir (en parte, porque el tsunami de las comunicaciones nadie lo previó) este cambio y lo interpretaron y relataron, como un paso hacia la dichosa revolución, que ya deberíamos saber, es un unicornio inexistente. Sus ideas, huérfanas de creencias basales, han sido una nueva interpretación de la realidad, fundada en la franquía que ha hecho posible los cambios tecnológicos; y estos son la causa del reformateo de la vida post moderna. No son las ideas las que cambiaron la realidad social; fue la realidad social formateada por la tecnología, la que cambió las ideas.

Entonces ¿no tenemos solución? ¿Acaso el mundo que nos rodea, la vida humana, la sociedad, está fatalmente al albedrio de las circunstancias? ¿acaso la sociedad humana está condenada como tal a disolverse y nos convertiremos en individuos cual mónadas solitarias consumidoras de bienes y servicios que nos permitan una alegre esclavitud, como sueñan los miembros del Foro Económico Mundial?

Quisiéramos, sostenidos por la virtud teologal de la esperanza, creer que el péndulo del extravío moderno se moverá en contra de esta tendencia de un modo natural y automático. Pero es menester enfrentarnos a una realidad bastante más tétrica: se necesita una acción humana para que, individual y colectivamente aquello suceda. A Dios rogando y con el mazo dando, dice el refrán. Pero en una nueva receta ideológica, no está la solución.

Si la mayoría de la sociedad se percibiese extraviada y azorada por el vacío existencial de la post modernidad y en consecuencia angustiada, la tarea sería fácil: proponer un camino, una idea, un derrotero, un nuevo contrato social que contuviese y sustentase la convivencia. Pero como aquello no sucede, el problema es mucho más grave: El hombre y la mujer masa, post modernos no se reconocen extraviados de un camino. Por el contrario, se auto perciben omnipotentes[9]. Ese es el mito vigente: la omnipotencia o empoderamiento. Pero como esa auto percepción es falsa, es mentirosa y las mentiras, como nos enseñaron nuestras madres tienen piernas cortas y el resultado concreto de esta falsa autopercepción, es que la convivencia social desde París del 68 se viene disolviendo precisamente gracias a la conducta activa o pasiva de los empoderados, que tiene por consecuencia la implosión de las reglas de convivencia propiciada por ellos. Un estado de anomia letal para la vida en común.

¿Cuál es el camino para detener esta disolución? Antes de abordar cursos de acción redentores, es menester reconocer las limitaciones que nos opone la circunstancia contingente. Y la más relevante es reconocer que la sociedad contemporánea carece de creencias basales. En la historia, estas no se compran en la botica, no se inventan de un día para otro, son una creación cultural lenta y afanosa. No podemos pretender reordenar la sociedad en torno a una convicción compartida por todos de la noche a la mañana. En un mundo donde la ciencia ha descubierto la relatividad del tiempo y del espacio, la expansión en aceleración del universo físico, la cadena de ADN y la física subatómica, no podemos resucitar convicciones tradicionales que ilustraron la vida social en siglos pretéritos, cuando no existían estas evidencia. Pretender resucitar una estructura de creencias fenecida es un esfuerzo estéril.

Huérfanos de creencias ¿podemos detener el caos? ¿podemos contener el nihilismo ambiental de las masas? Creo que sí, pero no de una manera alegre e indolora. Los tiempos son rudos. Sila, el vencedor de la cruenta guerra civil en Roma, lo consiguió, pero no de una manera muy académica. Octavio Augusto con rudeza pasó por sobre todas las instituciones sacrosantas romanas, en aras de una paz social, que de otra manera era imposible. Fue un gran destructor de estructuras anquilosadas y las sustituyó por una autocracia rígida y autoritaria.

Es preciso en este punto, no confundir creencias con relatos. Este concepto acuñado por la metafísica de la desesperanza y un nihilismo existencialista contemporáneo, da cuenta de una falacia: que las creencias son un relato más, igual que cualquier invento ideológico. Eso no es verdad. Por la patria, por ejemplo, mucha gente está dispuesta a morir. Por el desarrollo económico, nadie. Una creencia no es un relato. Una creencia es una convicción que nos confiere sentido de vida.

Es verdad que la izquierda revolucionaria tuvo en el siglo XX un relato que movilizó masas enajenadas a su muerte y destrucción. Hoy no los tiene. El nazismo alemán también lo tuvo. La derecha, especialmente en su vertiente materialista, vive anhelando tener un relato como aquellos que los movimientos revolucionarios materialistas del siglo XX tuvieron. Pero sus objetivos explícitos (prosperidad, desarrollo económico, libertad individual para hacer lo que me venga en gana) no alcanzan a conmover y emocionar a las masas. Sus relatos no son creencias. No confieren sentido.

Y así también sucede con los llamados neo relatos de la izquierda del siglo XXI; no confieren sentido y ni siquiera soflaman a las masas enajenadas como el comunismo y el nazismo lo hizo en el siglo pasado.

¿Ejemplos de neo relatos? Los conocemos hasta la náusea:

La ideología de género, que por su superficialidad teórica y su nulidad empírica ni siquiera la merece llamarse ideología. Es más bien un corpus de silogismos repetidos con la técnica de saturación mental, que, aceitada con los recursos financieros de una élite opulenta y depravada, manipula las mentes más frágiles del mundo contemporáneo, que son muchas.[10]

La devoción irreflexiva por los cambios tecnológicos alimentada por un relato que pretende ver en la tecnología una redención y que nos habla de una nueva era de inteligencia artificial (un oxímoron como concepto). Se profetisa alegremente del control de la vida humana por los cacharros y franquías tecnológicas[11], como si se tratara de un destino fatal y necesario, pero a la vez liberador. En base a un reduccionismo de los órdenes de magnitud de la complejidad de la vida biológica, se postula con una pedantería infantil, que, con la programación cibernética, esa vida -un misterio por donde se la mire- es capaz de replicarse y superarse por el hombre.

¿Llegan solos estos relatos a las masas? ¿Son inducidos o espontáneos? ¿Son descubrimientos de la inteligencia libre de personas más dotadas intelectualmente? La respuesta es categóricamente no. Son imposiciones a macha martillo de formateos mentales de las masas. Son fruto de una operación política destinada al control global y universal de las masas. Son una Torre de Babel moderna que pretende suprimir la humanidad de las masas sometiéndolas a un condicionamiento como el Paulus a sus perros. Pero en esta reflexión no me abocaré a explicar y justificar esta afirmación sobre la que existe suficiente información en la literatura contemporánea y en la web.

Solo me enfocaré sobre dos premisas que servirán de herramientas para desmontar estos neo relatos y de esta manera ayudar a la Divina Providencia a impulsar el péndulo de nuestra nación y de nuestra cultura occidental, desde la oscuridad contemporánea hacia una mayor comprensión y claridad de nuestra aventura existencial como creaturas.

  1. La política ES una pulsión atávica a través de la cual, los seres humanos mejor dotados emocional e intelectualmente, pretenden controlar las vidas de quienes son menos dotados. ¿qué motiva esta conducta? Al percibirse limitados por el tiempo y por el espacio, los hijos de mujer pretendemos proporcionarnos certezas respecto del futuro. La hegemonía y la política pretenden en último término aquello: certezas respecto del futuro y control de las voluntades y de los espacios donde se desarrolla la vida. A través de la política los detentadores del poder buscan que las voluntades de los gobernados se ajusten a márgenes que permitan hacer predecible el futuro y a través de la hegemonía limitar los espacios físicos de cada cual y así evitar colisiones. La política es imponer un orden para impedir la natural tendencia al caos y la entropía.

Esta realidad viene siendo en nuestra cultura occidental, soslayada, ocultada, deformada y, en extremo negada. El afán por legitimar la política como un quehacer ético[12], es un esfuerzo intelectual -no factico- que nos acompaña estimo, desde la reforma y la contra reforma. Del esfuerzo de mistificar la política por esta ilustración académica emanan graves confusiones que es menester desmontar ordenándose a los siguientes conceptos:

  1. a)La política DEBE SER un quehacer donde, los que aspiran a dominar, ajusten sus conductas a las virtudes cardinales[13]. Con eso basta, el resto se dará por añadidura. Nobleza obliga, dice el adagio y eso quiere decir que los que buscan dominar sobre los demás, se encuentran atados a la obligación de ser virtuosos y obrar en pro del bien común.  Esta realidad evidente ha sido suprimida por las ideologías en boga. Este imperativo ético que ha tenido y tendrá por los siglos de los siglos, sus ondulaciones es condición de posibilidad de todo orden jurídico justo. No hay progreso en la conducta humana. La historiografía o historia científica así lo demuestra. Las culturas orientales hace milenios lo tienen claro. Nosotros los occidentales, prisioneros de escatologías lineales, aun creemos en alcanzar un desiderátum temporal que nunca llega. Los que pretendan mandar, deben estar jurídicamente seleccionados entre los mejores. Para conducir un automóvil que potencialmente puede causar daños, es menester tener una licencia. Para conducir a millones de seres humanos, hoy nadie debe demostrar ninguna virtud que asegure que no causará daño. ¿Se entiende donde está la causa de nuestro extravío colectivo? La política debería estar restringida en su ejercicio a un nuevo tipo de nobles: Aquellos que demuestren y garanticen su idoneidad moral.
  2. b)La política NO DEBE SER, precisamente lo que hoy impera: el esfuerzo por imponer una agenda, una receta, un deber ser idealista, un modelo ideal de sociedad. El idealismo o ideologismo imperante pretende un unicornio que es -en sus versiones contemporáneas- la revoluciónque propicia la izquierda, o del pleno desarrollo que propicia la derecha. Un deber ser donde la conducta del agente no es menester que sea  Lo político en la modernidad tardía, está sustraído de la calidad de la conducta moral de sus agentes. Por el contrario. el buen político es hoy el cazurro, el zorro que espera a la presa sobre seguro. Josef Pieper[14] en su obra sobre las virtudes, nos advierte la profunda confusión y degeneración de la prudencia, no como virtud cardinal, sino como conducta astuta, artera, sobre seguro y cobarde. Y esto no es válido solamente para los actores políticos revolucionarios y extremistas. En una entrevista que le hicieron al finado expresidente Sebastián Piñera sobre su conducta, cuando como senador, noticiado de información que tendría un impacto de mercado, uso y abusó de información privilegiada con fines de lucro. Contestó para exculparse, que no había estándar superior a la ley. Él había sido sorprendido en aquella falta que retrataba su codicia desordenada, pero había pagado la multa, con lo cual había quedado compensada su deuda con la sociedad. La cuestión no es solo atingente a Sebastián Piñera, porque posteriormente a esa explicación, la mayoría electoral, lo eligió Presidente de la República. Demuestra pues que su escala de valores es compartida por una mayoría, electoral al menos.

¿Por qué no debe ser la política el esfuerzo por imponer agendas o ideales? Primero, porque esos estados ideales no existen ni existirán jamás, porque la naturaleza humana es y seguirá siendo siempre la misma atada a nuestras limitaciones existenciales. Segundo porque en aras de hacer posibles esas agendas e ideales, se han asesinado o se les ha privado del derecho a la vida a millones de seres humanos como nosotros. Millones de vidas, de promesas de ser, se han apagado o no han visto la luz, gracias a los mitos de la modernidad. Una política virtuosa hoy, ejercida solo por hombres y mujeres nobles, es incompatible con toda receta ideológica diseñada mirando hacia atrás. ¿Por qué? Porque entendida la política como la instalación de un modelo, de una receta respecto de cómo organizar la sociedad, se cuelan como gestores del poder público, lo más bajo del género humano, tal como lo vemos hoy, donde decir político es sinónimo de un individuo mentiroso, artero, traidor y dispuesto a las mayores vilezas humanas para conservar o conquistar el poder formal.

¿Por qué es tan importante recuperar la moralidad de la política? Porque la moralidad de los gobernantes es la única receta para obtener la legitimación del poder, esto es, una conducta positiva de los gobernados dispuesta a soportar las limitaciones personales, en aras del bien común general. La legitimidad no es consecuencia de la calidad de un régimen político formal -monarquía, aristocracia o democracia -. La legitimidad es la consecuencia de la percepción emocional y racional de los gobernados, que el gobernante obra en beneficio del interés público. Es tan evidente que en occidente la legitimidad del poder está por los suelos. No existe afinidad en la mayoría de los estados nacionales, entre gobernante y gobernados.

  1. Es imposible organizar una sociedad en base a una estructura de derechos individuales como se sostiene por parte de todo el espectro político, como un mantra intocable. Si siempre fue difícil hacerlo, y el relato que existe de ello desde la ilustración es mañoso y mentiroso, con mucho mayor razón en una sociedad tecnologizada que le confiere un enorme poder al individuo, respecto a la comunidad. Esta premisa de los derechos inalienables, es suicida de la convivencia a mediano plazo.

La soberanía del individuo debe restringirse al derecho a la vida, a la familia y su protección física y a la propiedad. Sostener un orden político con una retahíla de derechos que imponen gravámenes intolerables para el resto de la comunidad, es promesa de caos o de tiranía. Dar a cada uno lo suyo, impone simplificar esta estructura y codificar rigurosamente y con técnicas legislativas precisas, los deberes de los ciudadanos.

Si en términos estrictamente lógicos, una sociedad de derechos fue siempre un oxímoron, una contradicción en sí misma, por cuanto la vida en comunidad supone necesariamente una red de inhibiciones del individuo omnipotente, en base a una estructura de usos, costumbres, normas morales y normas jurídicas, donde esto se hace particularmente notorio es en una sociedad como la contemporánea, complejizada por la tecnología que confiere al individuo un enorme poder.

Sostengo que el relato de la sociedad de derechos, impuesto desde la ilustración en adelante, y que se ha visto barroquizado en los últimos tiempos por aquellos teóricos que hablan de derechos de segunda y de tercera generación, se encuentra completamente agotado. La ideología de los derechos humanos, donde se relata una especie de expansión progresiva de los derechos de los individuos, es la promesa de muerte de toda sociedad, pero en especial de la sociedad tecnológica contemporánea.

 La única forma de reorganizar la sociedad contemporánea, atendida la potencia de los medios físicos a disposición del individuo y de grupos intermedios, es hacerlo al amparo de los deberes individuales. Es preciso girar el gobernalle de la política en ciento ochenta grados. La sociedad contemporánea será una sociedad de deberes, o no será. Así de grave.

La declaración Universal de los derechos del hombre ha sido un constructo rústico ideado e impuesto desde una potencia hegemónica poco sofisticada que surgió en el horizonte mundial al cabo de la Segunda Guerra Mundial. Poco sofisticada me refiero en sus fundamentos filosóficos y jurídicos son febles. Su estructura está pensada para ejercer hegemonía política antes que dar a cada uno lo suyo.

Esa convención debe ser sustituida por un código riguroso de deberes. Los derechos son solo la consecuencia del cumplimiento consciente y estricto de los deberes.

[1] Antropología Metafísica. Julián Marías

[2] Se funda Marías en la teoría desarrollada por Ortega y Gasset en su ensayo Ideas y Creencias.

[3] Este neologismo es útil para ilustrar la pretensión de ordenar la sociedad a una idea sobre ella.

[4] Lo dice él, no yo, en dos ensayos por él escritos intitulados La cuestión judía y El Pueblo Judío a través de la Historia.

[5] Basta con leer su vida acosada por la pobreza miserable, observar en sus fotos, su fealdad física causada por el mal de pott, leer su obra y apreciar su inteligencia y elocuencia literaria extraordinaria, para tener un exacto perfil sicológico del personaje: un consumado resentido social en busca de una compensación existencial. Un Caín moderno que clama contra el mundo, causante de su desgraciada vida.

[6] No las podía consumar por la sencilla razón que sus premisas eran falsas y sus cursos de acción erróneos

[7] Althuser asesinó a su esposa, Foucauld debió huir de Túnez acusado por violación sodomítica de niños, Bouvoir madre del feminismo ideológico paradójicamente fue una esclava sexual de un narcisista como Sartre, que siendo judío, colaboró con los nazis en la persecución de sus hermanos de raza. Realidades puras y duras para calificar que calidad de personas eran y en consecuencia, cuáles fueron sus pulsiones emocionales desde donde brotan sus ideas.

[8] He aquí la razón por la cual la llamada derecha, en las sociedades contemporáneas siempre carece de un sentido colectivo y fracasa. Hay una novela de José María Gironella que se llama Condenados a Vivir, en la cual se retrata como se desinfla el espíritu de los vencedores de la guerra civil española en un nihilismo chato y materialista, tan materialista como el que habían combatido en los campos de batalla.

[9] Aquí está la explicación del por qué los partidos progresistas en las democracias occidentales tienen el gran nivel de apoyo que ostentan y porqué la llamada derecha desde Charles de Gaulle en adelante, siempre se desinfla.

[10] Beauvoir, Butler y un largo etcétera de mentes brillantes, promovidas a macha martillo por los dueños del dinero

[11] Alvin Toffler con su obra La Tercera Ola en los 80, y recientemente Yuval Noha Hararí con su Homo Deus.

[12] Aquí me refiero a ética entendida como adjetivo, esto es, conducta recta

[13] Prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

[14] Las Virtudes Fundamentales Josef Pieper.

Fuente: http://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/

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