14 de julio de 2023
Pablo Errázuriz Montes
El pensamiento abstracto nos identifica como especie. Las ideas son el fruto del pensamiento abstracto. Dentro de esas ideas, es el idioma la idea fundamental con la cual se construyen las otras ideas. Desde que nacemos, la realidad nos opone una fuerza contra nuestro deseo de vivir. Vivir es administrar un complejo de facilidades y dificultades. La pregunta por el, qué hacer mañana, nos acompaña a los seres humanos desde que tenemos uso de razón, problema que, a los animales, no les atañe. Para poder proyectarnos usamos de nuestras disponibilidades como especie: nuestra fuerza física y nuestra inteligencia. Para ello disponemos de la inteligencia que han acumulado nuestros antepasados y nuestros coetáneos, expresadas en las ideas.
Debemos tener una idea del mundo para saber a qué atenernos, así como el escultor en piedra debe tener un cincel y un martillo. De esta circunstancia, surge una grave confusión que nos ha perseguido al menos desde hace siete siglos: tendemos a confundir las ideas de la realidad, con la realidad misma.
En las épocas de luxuria, como la definían los estoicos, declina la capacidad de formarse un juicio por vía personal y directa. Decae la inteligencia. En efecto, aquella aptitud para otear el mundo y formarnos un juicio de ese mundo directamente, apoyados en las ideas por supuesto, pero parados sobre la realidad, decae cuando, las facilidades en nuestra vida nos permiten vivir sin asumir cotidianamente disyuntivas vitales. La inteligencia declina. Y de ello surge un fenómeno extrañísimo que ordinariamente no se tiene en cuenta: la declinación de inteligencia, nos induce a recurrir a las ideas que se han acumulado al través de la historia humana, y a leer el mundo, como una simple emanación de las ideas sobre el mundo. Los idealistas son el reflejo de esa decadencia.
Pero sucede que el mundo, a cada generación, le va oponiendo nuevas dificultades. Por ejemplo, las circunstancias que nos rodean a hombres y mujeres del siglo XXI, son únicas en la historia. Pero no solamente son nuevas y únicas comparadas con el pasado remoto, sino incluso con la generación precedente. Y es así como sucede que, una generación completa, distraídos por la luxuria, rehúsa escanear la realidad directamente, y se ampara exclusivamente, en las ideas sobre la realidad. En política, esto es especialmente peligroso porque asumen la administración de una parte de la vida de los demás, quienes controlan el poder formal del Estado. Siendo esos controladores del poder, idealistas, nos aproximamos como el Titanic a los iceberg, a un colapso.
Honoré Gabriel de Riqueti, conde de Mirabeau, es un personaje inclasificable en la historia. Se hizo inmortal a través de su aparatosa participación en Los Estados Generales convocados por Luis XVI en 1789 en Francia, episodio que dio inicio a una de las mayores tragedias de la historia de occidente: la revolución francesa. Manifestaba Mirabeau una moralidad personal, más que reprochable. Reo preso por distintos delitos contra la propiedad, contra la moral y contra el orden público. Prolífico escritor desde la pornografía más abyecta, hasta tratados de economía política, mecánica e ingeniería.
Ortega y Gasset, en un ensayo intitulado, Mirabeau o El Político, desarrolla el contrapunto entre el ideal y el arquetipo. Advierte serle Mirabeau personalmente repulsivo. Sin embargo, en esa niebla de juicios de reproche por su moralidad personal, extrae el arquetipo de El Político, con mayúsculas. En efecto, Mirabeau dominó con su leonina oratoria, la Asamblea de esos Estados Generales, pero desafortunadamente fracasó, porque no pudo convencer al sector reaccionario de la aristocracia a la que él pertenecía, de transformar el régimen monárquico vigente, en lo que cien años después sería una regla en todo Europa y Japón: la monarquía parlamentaria. Murió desafortunadamente, antes del desbande sanguinario de los Jacobinos, y una reforma ordenada del régimen monárquico, no pudo llevarse a cabo. Francia quedó entonces, al albur de sus carniceros.
Los ideales son las cosas según estimamos que debieran ser. Los arquetipos son las cosas según su ineluctable realidad. Los ideales son las cosas recreadas por nuestro deseo. Pero, ¿qué derecho tenemos a considerar lo que no es posible? He aquí la frontera que se levanta, entre el verdadero político y el hombre de espíritu pequeño, que quiere agitar sus deseos en la cosa pública, pero desconectado respecto del cómo se consiguen los ideales que florecen en su mente. [1]
Sin decirlo Ortega, se infiere en la tragedia revolucionaria francesa, el prototipo del idealista, como contrapunto a Mirabeau: Maximiliano Robespierre, que se apodaba asimismo El Incorruptible. Este incorruptible, fue una sabandija que asesinó a miles y miles de franceses para depurar al elemento humano y obtener un producto refinado: el hombre nuevo, el citoyen. Perseguía de modo incorruptible un ideal, y hacía camino al andar. Su caminar era empero sobre cadáveres guillotinados de sus compatriotas, provocando la desgracia y el terror de un pueblo entero. El Incorruptible no tuvo siquiera honor para morir. Sabiendo que le esperaba el patíbulo, trató de suicidarse, pero sin determinación ni destreza, solo logró herirse. Las hienas humanas que conformaban el partido jacobino, lo instalaron en la guillotina, pero al revés; mirando el filo del acero, para que experimentara cómo, habían muerto las miles de víctimas bajo su mano. Como dice el adagio, hizo el bien e hizo el mal. El mal que hizo lo hizo bien, y el bien que hizo lo hizo mal.
El idealista no reconoce límites. El político arquetípico en cambio, descubre que el mundo es sólido, que el margen de holgura concedido a la intervención de nuestro deseo, es muy escaso y que más allá de él, se levanta una materia resistente, de constitución rígida e inexorable[2].
En la historia de Chile del siglo XX, una expresión patente del idealismo insubstancial e incoherente con la realidad, fue la llamada Revolución en Libertad, bandera del gobierno de la democracia cristiana entre 1964 y 1970, que pavimentó el camino al infierno de 1973. Los jóvenes militantes del partido conservador, se escindieron de aquel mal padre, y formaron la Falange, que luego se transformaría en el Partido Demócrata Cristiano. Inspirados por la luz divina, de una Iglesia católica aggiornada, que comenzaba ya a crujir en todas sus cuadernas, advirtiendo el naufragio actual, desfogaron sus ideales en políticas que, según ellos, le cambiarían el rostro a Chile y al mundo. Con el apoyo de la derecha, y posteriormente, con su parálisis; obtuvieron, primero, la presidencia de la república con Frei Montalva, y al año siguiente una mayoría parlamentaria abrumadora. Declaraban exultantes, que serían gobierno durante cincuenta años.
¿Qué sucedió? Que todas las reformas y fórmulas de gobierno eran ideales sin ningún apego a la realidad. La reforma agraria significó violencia, escases de alimentos, ruina económica, ruina social y ruina cultural del país; sus políticas económicas inspiradas en la CEPAL[3], dejaron al país sumido en mayor pobreza que la que existía ya, con inflación galopante y crecimiento económico cercano a cero. Los indicadores económicos y sociales muestran por doquier aquel fracaso. Los idealistas cristianos duraron un período en el poder, y de la revolución en libertad… nunca más se supo.
¿Y la renovación moral que esgrimían estos celosos cristianos? Tampoco fue ajena aquella cofradía de idealistas impetuosos, a la corrupción y al tráfico de influencias. Las políticas cambiarias, las barreras arancelarias, la reforma agraria, las adjudicaciones truchas de obras públicas, dieron lugar a una generación de nuevos privilegiados, que se hicieron inmensamente ricos, pero… hermanados en Cristo y ad maiorem Dei gloriam. ¿Y los ideales de aquel himno, Brilla el Sol de Nuestras Juventudes? Bueno… no siempre las cosas resultan como uno quiere... Claudio Varas Ferrer, en su libro “Como Frei y la Democracia Cristiana Entregaron Chile al Marxismo”, describe con lujo de detalles y con recortes de los diarios de entonces, las felonías efectuadas por aquellos idealistas, que, oh sorpresa… se parecen mucho a los que integran actualmente el gobierno.
Vamos ahora a nuestros jóvenes idealistas del siglo XXI: El Frente amplio; una confusa cofradía de idealistas, que llegan al poder esgrimiendo ideales revolucionarios variopintos, y curiosamente protegidos y financiados en sus inicios por el capitalismo globalista. Pretendían ser la tumba del odiado neoliberalismo y de la constitución de Pinochet, supremo mal según su versión. Todo augura que no conseguirán absolutamente nada de lo que se propusieron. Propician una revolución en el ámbito sexual, que importa la superación de la familia - política ya empeñada por Bachelet-. Y en el ámbito económico, mayor participación del Estado benefactor, gas a precio justo, derecho a la vivienda, a la educación gratuita y de calidad y de paso sustraer de las familias la educación sexual, para poder sexualizar a los infantes y estos puedan libremente optar por castrarse o instalarse el sexo que se les ocurra, cuidado de la pacha mama para evitar que los capitalistas malos le hagan daño. Todas políticas tempranamente fracasadas. El gas es más caro, el déficit habitacional aumenta, las madres y padres de Chile reaccionan a su delirante política de depravar a los niños, la inversión en infraestructura productiva reducida a sus mínimos históricos.
En lo que, si han demostrado en un año y medio, es que sus felonías, corruptelas y directamente saqueo del erario público, no tiene ni remotamente el estilo de los idealistas del 64. Su moralidad y honestidad con que limpiarían la cubierta del barco del estado, no era con agua, sino con estiércol.
Sus objetivos políticos, en un año y medio han quedado definitivamente al garete, y si el parlamento no tiene el patriotismo de defenestrar al egresado de derecho, a través de una acusación constitucional para la cual ya hay mérito suficiente, consumirán el resto de sus dos años y medio que les queda en el poder, en defenderse de querellas, juicios de cuenta y acusaciones de toda índole, mientras el país se va a pique. A la inversa que el Dios del Génesis, lo que hacen lo hacen mal, y los resultados son, la generalización de la violencia delictual y terrorista en todo el territorio nacional y el dramático empobrecimiento de la población.
¿Razones de estos fracasos? El idealismo; el que se manifiesta en: a) Una lectura radicalmente equivocada de la realidad, b) una propuesta política y económica inviable y lesiva al interés nacional, c) una autopercepción radicalmente equivocada de ellos mismos como ángeles moralizadores en circunstancia, que son pequeño burgueses, incapaces de enfrentar la realidad para ganarse la vida legitima y honorablemente, y pretenden hacerlo con el dinero de propiedad del resto de los chilenos, y d) una destreza nula para siquiera intentar esos desatinos. Si se analiza desapasionadamente, esas características también acompañaron a los idealistas del siglo XX con la excepción quizá, de la destreza para cometer sus latrocinios. Los idealistas actuales, no han atinado ni en los fines, ni en los medios correctos. Al cabo, aquello era de esperar, pues su líder es una persona incapaz de cumplir siquiera con sus básicas obligaciones escolares.
¿Por qué los revolucionarios, causan por regla general el mal a sus pueblos? Por la consecuencia expuesta por Alexis de Tocqueville[4]: la lectura equivocada de la realidad en función de una realidad ideal impráctica, es promesa de discordia, pobreza, generaciones perdidas, frustraciones y sufrimientos, especialmente de los más débiles de la sociedad.
El experimento que padece Chile contemporáneo, demanda que la juventud que asumirá la conducción de la patria, comprenda que la nación se construya ladrillo por ladrillo, con esfuerzo y humildad, que los idealistas no tienen. Qué las recetas totalizadoras mencionadas por Mario Góngora[5], han demolido en Chile, lo que patriotas de antaño construyeron. El Chile de hoy demanda el surgimiento de un liderazgo real, valiente, pragmático y respetuoso de la dignidad humana, de la familia, de la propiedad y de la nación chilena. Vomitad a los que quieran fabricarles la vida a los chilenos con recetas.
Por ahora, no se ve a nadie en el firmamento de la patria con esos talentos. El éter nacional está por ahora, plagado de insectos venenosos y avechuchos depredadores. Por eso elevo una oración: líbranos Señor de los idealistas y envíanos líderes patriotas, justos, prudentes, fuertes y templados.
Fuente: http://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2023/07/los-ideales-versus-los-arquetipos.html
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