1 de febrero de 2023
Pablo Errázuriz Montes
Inteligencia, es una palabra que en su raíz etimológica describe a quien sabe elegir. Encerrado entre el prefijo int, y el sufijo encia, se ubica la médula de esta palabra que es elegir. Curiosamente la palabra elegancia -destreza para elegir-, quiere decir etimológicamente lo mismo, pero ha derivado hacia un sentido más bien estético. Petronio, quien ofició de asistente artístico de Nerón, era considerado el arbiter elegantae, no solo por su buen vestir, sino por su inteligencia de saber discernir entre lo bello y lo feo.
Experto, según el diccionario de la Real Academia, refiérese a la persona con grandes conocimientos sobre una determinada materia. Como con la palabra conocimientos nos referimos a conceptos interpretativos de la realidad ya adquiridos, el experto es quien acumula un arcano de experiencias propias o -en su gran mayoría- de terceros. La experiencia es la madre de la ciencia dice el refrán y hay mucha lucidez en ello.
Pero el filósofo Ortega y Gasset nos somete en este punto a una gravísima tensión (como siempre los filósofos complicándonos la vida). Sostiene que, siendo la vida un devenir en el tiempo, siempre las ideas van a nuestra espalda y la realidad frente a nuestros ojos. Con esa metáfora quiere señalar que siempre lo que se dice de las cosas será fruto de un pretérito, y jamás de la realidad sobreviniente. En síntesis, para enfrentar la realidad, para discernir sobre ella, nunca será suficiente la experiencia, y siempre la vida nos demandará elegir frente a lo desconocido ¿Con cuál herramienta? Con la inteligencia. La experiencia es una herramienta de la inteligencia. Pero no basta. Por eso los que marcan siempre el camino de la colectividad humana, son los inteligentes y jamás los expertos.
Grouchy, uno de los mariscales de Napoleón, era un experto en la guerra y muy leal a Napoleón. Lo había demostrado reiteradamente. En la batalla de Waterloo, recibió la orden de separarse del grueso de las fuerzas imperiales con el fin de dar caza a los prusianos. Pero sus conocimientos de experto no fueron capaces de discernir que los prusianos lo eludieron y fueron directo a Waterloo, y precisamente ellos inclinaron la batalla para infringirle la definitiva derrota a su venerado jefe. Bastaba que el experto Grouchy usara la inteligencia como le imploraron sus generales y volviera sobre sus pasos, y el triunfo de Napoleón habría sido total. La experiencia le nubló la inteligencia con fatales consecuencias.
La pandemia del Covid 19 es un evento que dejó al desnudo la gravísima falencia que sufre el mundo contemporáneo: Una sobrevaloración de la experiencia y una patética depresión en el uso de la inteligencia.
Para efectos de análisis, soslayo la mala fe que pudiere existir a causa del connubio entre OMS financiada en parte por la industria farmacéutica. Burócratas que detentan un enorme poder, usaron y abusaron de medias verdades, no se sabe si en cumplimiento de una agenda que beneficiara a sus patrones las farmacéuticas, o simplemente para cuidar la pega. Medias verdades que, como se sabe, son muchísimo más dañinas que las mentiras.
Solo me refiero a la estupefaciente aceptación y sumisión generalizada de las estructuras políticas del mundo, de enfrentar un fenómeno amparadas exclusivamente en protocolos y reglamentos de reacción prestablecidos, sin un examen prudencial de costos y beneficios que las medidas causarían conforme a una deducción mínimamente lógica. Recién estamos dimensionando el daño que se le causó a la estructura social, sanitaria, política y económica del mundo.
Y como la inteligencia no está de moda, nuestros conductores del Estado y de la sociedad; presidente, parlamentarios, grandes empresarios, jueces y alta burocracia, parece que no la cultivan. Prefieren guiarse exclusivamente por protocolos, palabra mágica que esconde el total desinterés de encarar y solucionar los problemas. Hay que saber lo que se lleva, y aplicar esos protocolos.
Y donde es más dramático este divorcio entre inteligencia y acción, es entre nuestra clase política la cual se conduce cual perros de Pavlov, (aquellos que secretaban saliva cuando les tocaban una campana). Sin discernir el porqué del resultado del plebiscito, han procedido a mirarse el ombligo y diseñar la fórmula para un nuevo diseño institucional, violando las normas constitucionales que esa misma clase política se dio, para intentar se aprobara el delirante mamarracho constitucional rechazado masivamente por el pueblo de Chile.
¿Cuál es la solución? El comité de expertos. Fuera los inteligentes. Dentro los expertos. No miren para adelante. Solo por el espejo retrovisor.
Pero sucede que los problemas que le impone la realidad contemporánea son muy distintos a los problemas que teníamos hace 10, 20 y para que decir 30 años atrás. Sucede que la complejidad del mundo de hoy, la tecnología del mundo de hoy es indescifrable si no echamos mano al discernimiento.
Requisito del discernimiento, nos propone el filósofo Julián Marías, es instalarnos en la circunstancia. En la circunstancia de nuestra vida sus potencias y sus debilidades (el epítome del oráculo de Delfos: conócete a ti mismo); pero sobre todo cuando se quiere legislar sobre algo tan importante como una ley fundamental, estar instalado en la circunstancia que nos rodea. El sentido trágico de la realidad contemporánea.
No. No necesitamos expertos. Necesitamos Arbiter Elegantae. Necesitamos muchos Petronio que sepan discernir sobre la belleza. Necesitamos muchos Séneca que sepan discernir sobre la justicia. Necesitamos muchos Benedicto XVI que sepan discernir sobre la verdad. No necesitamos expertos que nos digan lo que se lleva. Necesitamos inteligentes que nos propongan donde debemos ir como sociedad. Y esa propuesta debe ser clara para que la soberanía popular resuelva.
Fuente: https://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2023/02/los-inteligentes-y-los-expertos.html
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