12 de agosto de 2022
Pablo Errázuriz Montes
La clase política acordó un pacto por la paz y la democracia, amedrentada por el lumpen que asolaba las calles a fines de 2019. El fenómeno de insurrección tenía causas que a ningún miembro de esa élite interesó[1]. Solo salvar el estatus quo de su dominancia, los inspiró a ceder a la sentida aspiración de la población chilena, que según las encuestas a menos del 3% de la población le interesaba: una nueva constitución. Se condujeron pues estas élites, de la misma forma que lo hicieron los girondinos y mencheviques en los episodios de demolición social que la historia conoce como revolución francesa y revolución rusa.
El resultado de tan brillante y preclara solución se manifestó en el completo desplome de la sociedad chilena en los ámbitos social, económico y político: un incremento exponencial de la violencia terrorista y delictual, una generalizada anomia o aversión a cumplir con sus deberes ciudadanos, la caída en vertical de la productividad de los trabajadores y de la responsabilidad social de los empresarios, la destrucción física de las ciudades y espacios públicos y el generalizado feísmo que transformó a Chile de ser una nación con voluntad tensa, a una poseída por una tristeza laxa y pesimista, atravesada por un generalizado, sálvese quien pueda.
Naturalmente la culpa de todo este deterioro -datos sociológicamente medibles – la clase política se los endosará en su relato, a la pandemia, otro relato falso, totalitariamente impuesto por las élites globalistas, con la anuencia y apoyo de nuestra élite criolla. Pero, si bien la pandemia ha deteriorado generalizadamente la convivencia social en el mundo – logro perseguido por sus gestores – es cuestión de viajar por el mundo, y viajar por Chile, para darse cuenta quien se ha deteriorado más severamente y en base a ello ponderar.
Azuzados y asustados por el lumpen politick – el peor estado de ánimo para obrar sabiamente - las élites aprobaron una modificación a la aportillada constitución vigente. Dicha modificación manifestada en los artículos 127 y siguientes de nuestra malhadada carta fundamental, son una clase magistral de estupidez política. Se creó un órgano antidemocrático, a la medida del mismo lumpen politick que los amedrentaba, donde minorías ínfimas de subversivos amparados bajo el paragua de pueblos originarios y asociaciones creadas para la ocasión, obtuvieron -como era de prever- una mayoría en la pomposamente llamada Convención Constituyente. Un grupo de ignorantes, inadaptados sociales, analfabetos funcionales, disfrazados de distinta manera, cooptó este triste cuerpo colegiado, de tal manera que cualquier hijo de mujer dotado de una mínima capacidad deductiva, podía proyectar e imaginar cual sería el resultado. La élite política en cambio se manifestaba después de instalada esta convención, satisfecha y generalizadamente confiada que ese verdadero zoológico humano, nos propondría un texto que construiría la casa de todos, donde todos seríamos felices y comeríamos perdices.
A pesar del intenso amasijo cerebral al que la televisión somete cotidianamente a la población y al proceso de desinformación llevado a cabo por la patrulla juvenil de inadaptados que nos gobiernan, las encuestas señalaron que el mamarracho que produjo este grupo de ignorantes notables sería categóricamente rechazado y que volvería a regir la constitución redactada por constitucionalistas de todas las tendencias políticas y que había servido de base para el progreso de Chile durante 40 años. La sentida aspiración de tener una nueva constitución se manifestaba pues más falsa que judas. Todo ello en base a las mismas reglas constitucionales aprobadas por nuestros temerosos líderes.
Pero ¿cuál era el problema de que esto sucediera pura y simplemente? Piense estimado lector ¿Qué reacción social produciría un resultado de rechazo luego de dos años de despilfarro de recursos fiscales y de estrés impuesto a la población chilena, donde debimos soportar que un ínfimo grupúsculo de individuos moralmente incalificados nos mantuvieran en ascuas? Correcta la respuesta que se está imaginando: Le pediríamos, más bien, le exigiríamos a esa élite que pagara la cuenta. ¿Cómo? Pues desalojándoles del único espacio que constituye su razón de existir: el poder burocrático-político del que viven y se enriquecen.
¿Qué hizo esta élite ante el peligro? Se alinearon tirios y troyanos. Dentro de los miembros de la élite que apoyaban el rechazo dieron su palabra de honor[2] -así dijo Evelyn Mattei-[3] que harían sus mejores esfuerzos para continuar con el proceso constituyente que era esa sentida aspiración apoyada por un 3% de la población. Pero no solo eso; han rebajado los quorum de aprobación de modificaciones a la constitución al 57%[4] lo que significa que con una mayoría relativa se puede arrasar con los intereses y la opinión del 42% de la población. Justamente lo que no es la democracia y que caracteriza al totalitarismo[5]. En el otro costado, dentro de los que ven en el mamarracho constitucional la oportunidad anhelada de un estado totalitario, y por ende van por el apruebo, han dado su palabra[6], para modificar el esperpento, en los aspectos más grotescos e imposibles de disolver para el trago de tachuelas. En otras palabras, si gana el apruebo, seguirá el espectáculo, si gana el rechazo, también. Los políticos en el medio, el país paralizado, los terroristas haciendo su tarea sistemática de destrucción, la autoridad del estado ausente etc. etc. etc.
El fraude electoral que se ha ventilado como un peligro escatológico de unos funcionarios oscuros enquistados en el Servicio Electoral, no era tal. El verdadero fraude electoral está ahora voceado por toda la élite. No es secreto. Ellos lo promueven y lo anuncian. Crearon unas normas e impulsaron un proceso para salvar su pega, que era apoyado en el momento que lo acordaron por el 3% -estadísticamente medido- de la población. Proceso que se ha acreditado un total y completo despilfarro. Ante el peligro que esa evidencia, la elite se ha confabulado para vulnerar la decisión de la población.
Cualquiera sea el resultado estimado lector, la única opción para que Chile vuelva ser libre, seguro, próspero y éticamente recuperado en su conciencia que los deberes ciudadanos están antes que cualquier derecho, es desalojar a TODA esta élite corrompida que tanto daño ha hecho a la convivencia social.
[1] De este mismo autor, ver condiciones de posibilidad de la crisis de octubre de 2019. https://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2019/11/algunas-condiciones-deposibilidad-de-la.html
[2] Palabra de honor para un político de esta generación, es como decir agua seca.
[3] Que a estas alturas semeja uno de esos personajes de los cuentos de los hermanos Grimm
[4] Dicen 4/7 para ocultar lo grotesco de esta propuesta
[5] Por eso es injusto tildar a los políticos de ratas. Las ratas jamás destruirían el nido de sus hijos por conservar sus privilegios
[6] Ibidem nota 1
Fuente: https://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2022/08/el-fraude-electoral-de-las-elites.html
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