18 de noviembre de 2021
Pablo Errázuriz Montes
Una adicción es una inclinación o atracción extrema hacia algo o alguien. La adicción te priva de la tranquilidad y es por ello normalmente vista como algo vicioso e indeseable. Además, los adictos vivimos aislados de los demás humanos que no padecen la adicción. Por eso existen los clubes de alcohólicos, para acompañarse en su soledad. Me confieso. Padezco de una adicción. Me declaro adicto a la realidad. No puedo evitarla ni eludirla. Me persigue durante toda la vigilia y a veces en sueños.
No quiero con esta confesión presumir que posea mayor inteligencia respecto quienes no los afecta esta obsesión. Por el contrario. Entiendo por inteligencia la facultad para desentrañar los problemas que te opone el mundo. Pero los problemas que te opone el mundo están teñidos de subjetividad y perspectiva. Ser adicto a la realidad es contrario a ser inteligente desde cierta perspectiva.
Soy como la mosca prisionera del cristal de la ventana, que al contrario de sus hermanas que revolotean en el centro de la pieza volando con giros bruscos, y siguiendo su naturaleza mosquil que es simplemente volar y disfrutar del aire sin vientos y otras dificultades de la atmósfera exterior, disfrutan la pieza encerrada de la casa. Mi símil son aquellas moscas que se golpean contra la ventana y batallan contra el cristal para salir a volar al mundo exterior sin atinar a solucionar el problema que les opone ese cristal. Sus hermanas moscas normales y corrientes, parecen disfrutar más de la vida que la porfiada, que se afana en la casi insoluble resistencia del vidrio. Con aguda inteligencia pensarán las moscas voladoras; “esta imbécil se afana en vano por salir de esta cálida pieza, para que el viento se lo lleve, quien sabe dónde”.
Digo esto para ilustrar las razones de mi desazón sobre los términos en que se plantea el debate sobre las próximas elecciones. Se trata de elegir el gobierno del Estado que es la sociedad jurídicamente organizada. Se trata pues de elegir qué hacer con ese Estado y como abordar los acontecimientos políticos. ¿Qué es un acontecimiento político? ¿Qué lo distingue de un acontecimiento no político? Un acontecimiento político es aquel que afecta y altera la convivencia dentro de una comunidad política, y una comunidad es política cuando está trazada en base a derechos y deberes que se nos imponen para que la convivencia sea posible. Lo que uno esperaría entonces que se debatiera en una “elección” son los hechos políticos más relevantes y que nos afectan cotidianamente.
¿Cuál es el hecho más relevante políticamente hoy? Que duda puede caber: pues la llamada pandemia. Un poder coercitivo ha declarado que ha surgido de la noche a la mañana algo indeseable que no vemos, que se llama virus, que es letal, que mata o puede matar a mucha gente, que no puede controlarse sino colectivamente, y en razón de ello, la población del mundo debe ser privada de libertad, suspenderse el normal comercio humano, y para conservar la salud, la población masivamente sin reservas y por medios coercitivos, debe inocularse sustancias químicas externas y ajenas a nuestro cuerpo, cuyos efectos indeseados le son desconocidos.
Pero como la mosca que está pegada al cristal, constato de modo efectivo y conforme a los datos que existen para formarse un juicio razonado sobre el tema; que ese virus no es letal en términos que no mata al 99% o más de quienes lo padecen y que considerada la población total su letalidad es inferior al uno por mil; que se diagnostica la existencia del virus a través de un examen cuyo inventor declaró que no era útil ni idóneo para detectar virus; qué en base a ese diagnóstico -errado científicamente hablando- se adoptan decisiones coercitivas que afectan las libertades básicas; que como virus que es, no puede controlarse como tal -los virus son mutables y no existe capacidad humana para controlarlos-; que la inoculación de sustancias químicas no ha sido útil para controlar el virus, que la mayoría de casos fatales reportados luego de la inoculación, corresponde a personas inoculadas; que estadísticamente la inoculación produce efectos nocivos para la salud y finalmente; que el comercio humano mundial debido a esta decisión coercitivamente impuesta, se ha visto gravemente afectado, lo que provocará pobreza, caos, violencia y eventualmente guerras que, esas si, provocarán millones de muertos.
En dos palabras, el juicio racional señala que estamos privados de libertad ad portas de un caos de proporciones imposibles de calcular, debido a un error inducido por un poder trans estatal y trans nacional. Entonces ¿por qué razón el debate para elegir conductores del Estado no trata de esta cuestión?
Pero en el “debate” el tema no se toca. ¿Por qué el tema no se trata? ¿Por qué no se razona públicamente sobre un hecho político inducido por causas imposibles de justificar con argumentos racionales y que reporta múltiples efectos negativos para la comunidad política? Propongo una hipótesis: Porque el tema es místico. Se instaló socialmente como un hecho que toca la sensibilidad mística de las personas. Por místico me refiero a una representación de la realidad aceptada en nuestra siquis por causas misteriosas, imposibles de desentrañar racionalmente y que escarbar sobre ello nos genera una sensación de vértigo abisal. Después de instalado en la conciencia colectiva el coronavirus como un hecho místico, no es un acontecimiento susceptible de análisis racional. Es algo similar a un tabú. Nadie públicamente discutirá sus complejos de Edipo o de Electra porque son cuestiones que tocan la sensibilidad mística.
La moderna sicología de masas y los manipuladores de la conciencia colectiva, ha descubierto que, si tratas un tema místicamente, ese tema estará fuera del ámbito del análisis racional. Los intentos de racionalizar el hecho recibirán entonces, un repudio masivo. Es como para los católicos discutir y cuestionar la transubstanciación de la hostia. Si se plantea, todos mirarán molestos hacia un costado, buscando cambiar de tema.
Entonces los candidatos, cazadores de voluntades y votos, racionalmente lo estiman como algo incuestionable e inútil para conquistar esas voluntades. Incluso, el solo hecho de cuestionarlo necesariamente le reportará rechazo a quien lo haga.
Ahora bien; ¿Cómo se transforma un hecho susceptible de escrutinio racional, en un hecho místico, vedado socialmente a ese escrutinio? Propongo una segunda hipótesis: instalando en la siquis que un hecho nuevo o sobreviniente, tiene efectos insuperables para el individuo.
La amenaza debe ser sobreviniente. A nadie se le ocurre proponer cuarentenas y vacunaciones masivas por el peligro de muerte y preminencia de la hepatitis B, una enfermedad viral que provoca más muertes que el coronavirus y de diagnóstico mucho más preciso. Ello porque la hepatitis B no es un hecho sobreviniente. Convivíamos con ella de lo más bien. Imposible entonces de legitimar una parálisis colectiva como la que ha causado el coronavirus.
La amenaza debe ser insuperable. Se ha dicho que se siembra el temor a la muerte. Pero la representación de la muerte individual no alcanza a paralizar racionalmente a un colectivo. Es algo demasiado previsible la muerte individual. Lo que sí es insuperable intelectualmente, es representarnos la posibilidad de la muerte colectiva; aquello genera un terror atávico de tal magnitud, que paraliza la racionalidad. Existe en nosotros un atavismo animal; el terror de desaparecer como especie. Ese miedo es mucho más potente que el temor a la muerte individual. Es aquella la tecla que han tocado los ingenieros sociales del terror. Desaparecer como lo hicieron los dinosaurios.
La mosca del cristal si pudiera convencería a sus hermanas que revolotean volando insustancial e inútilmente hasta su próxima muerte, que afuera de la habitación, hay cadáveres, excrementos y pudriciones que les permitirían desarrollar de mejor manera su naturaleza mosquil y por ello deben atreverse a salir de la habitación o al menos intentarlo.
Algo así me gustaría inspirar a mis prójimos humanos: Vivimos en un mundo repleto de datos. Nunca en la historia de la humanidad conocida, el hombre había tenido a su disposición tamaña cantidad de datos susceptibles de procesarse racionalmente. Es pues posible liberarnos colectivamente de los atavismos místicos. Es posible hacerlo. Propongo empezar por apagar el televisor y dejar hablando solos a los hierofantes del terror atávico.
Fuente: http://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/
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