15 de marzo de 2021 

 

 

 

 

 

Pablo Errázuriz Montes


Un monumento es una ofrenda votiva. La palabra viene del latín y se refiere a estacionar en la memoria colectiva un hecho del pasado que le da coherencia a la colectividad humana que representa. La ofrenda que sus hijos honrados erigieron al General Baquedano, ha sido cobardemente retirada por el gobierno, el más cobarde de la historia de la república; y para peor, con la anuencia y a petición de su ejército. El mismo ejercito que Baquedano condujo en Campos de la Alianza hacia la victoria; y siendo todo adversidad, conquistó la victoria a bayoneta calada.

Todos quienes hayamos estudiado críticamente la historia de la emancipación americana, sabemos que las guerras para independizarnos políticamente del declinante imperio español, fueron guerras civiles entre hermanos. Se enfrentaron ambos bandos compuestos por personas de la misma raza, la misma religión, la misma idiosincrasia, y la misma lengua. Muy distinto a la independencia de Argelia, de la India o de Filipinas, donde existió una nación consolidada históricamente antes de la dominación foránea, que se “emancipó” luego de la expulsión de los colonialistas. La identidad nacional chilena se comenzó a forjar desde la independencia en adelante. No existió antes.

La geografía nos ha ayudado a forjar esa identidad. Nos ha dado un carácter singular. Pero aquello no es suficiente. La conservación de la memoria histórica en estos cortos 200 años resulta pues imprescindible para seguir forjando esa identidad y conservando la que existe.

Cuando la televisión martillea los cerebros de los pobres televidentes con las imágenes de rufianes destruyendo la propiedad pública y privada, sin un objetivo explícito, el ángel malo nos tienta… ¿valdrá la pena la conservación de esta memoria? ¿Valdrá la pena identificar y promover la chilenidad cuando esos individuos despreciables, sin honor y perversos – que pareciera ser son también chilenos – destruyen lo que a la gente de trabajo le ha costado una vida construir, y para colmo, sin ninguna razón?

En los tiempos que corren muchos chilenos tienen un patrimonio superior a los 80 mil dólares. Con las maravillas de la técnica esos chilenos con ese patrimonio podrían forjarse otro país de residencia. Irse o quedarse; he ahí el dilema. No sé si fue Riesco, Barros Borgoño o alguien de esa época, el que propuso en sorna: cambio país llamado Chile por un país pequeño y plano, de preferencia cerca de París. Sin rufianes que incendien impunemente, sin gobernantes cobardes y prevaricadores. Sin un ejército que acepta la derrota para no meterse en problemas. País donde podríamos estar … tranquilos.

Cuando no se ha reflexionado bastante, se cree que la vida ideal fuera una existencia exenta de angustias y problemas, un puro flotar en un ámbito etéreo, poblado solo de caricias. En este sentido decía Mérimée[1] que la felicidad es como un deseo de dormir. Pero esto es un grave error. Nuestro organismo no funcionará si el medio en torno no lo excitase e irritase. Toda función vital es la respuesta a una excitación; a una herida que el contorno nos hace. La ausencia de presiones, de problemas, apagaría nuestra vida, porque nuestro vivir es un constante aceptar heridas y un responder enérgico a esta benéfica vulneración. Ni un individuo ni un pueblo puede vivir sin problemas: al contrario, todo individuo, todo pueblo vive precisamente de sus problemas, de sus destinos. La vida histórica es una permanente creación, no es un tesoro que nos viene de regalo. Para crear hay que mantenerse perpetuamente en entrenamiento. Y conviene recordar que la palabra entrenamiento no es sino la traducción del vocablo askesis, ascetismo, que usaban los griegos en los juegos atléticos y con el cual denominaban al régimen de difíciles ejercicios a que se sometían para mantenerse «en forma» los deportistas. Los místicos de la Edad Media tomaron este vocablo del deporte y la vida pagana, y lo aplicaron a la actividad del hombre que, mediante un constante ejercicio, procura mantenerse en estado de gracia, para hallarse en forma y lograr la beatitud. Pues bien, este ascetismo, este constante entrenamiento es el único capaz de hacernos crear. Hay que mantenerse en un constante entrenamiento; pero no basta para sostenerlo la buena voluntad. Es preciso que las circunstancias constantemente nos inciten; un pueblo no se pone en pie y logra disciplinarse simplemente porque alguien, un buen día, se lo quiera sugerir, sino que, por el contrario, tiene que sentir a toda hora en su carne multitudinaria el aguijón de los problemas nacionales, el espolazo de su destino. Y no hay destino tan desfavorable que no podamos fertilizar aceptándolo con jovialidad y decisión. De él, de su áspero roce, de su ineludible angustia sacan los pueblos la capacidad para las grandes verdades históricas. No se dude de ello: en el dolor nos hacemos y en el placer nos gastamos.

El párrafo precedente en letra cursiva, es el de un discurso de José Ortega y Gasset pronunciado en el hemiciclo de la Cámara de Diputados de Chile el año 1928, quien termina su alocución expresando: Así es como sentiría yo, si fuese chileno, la desventura que en estos días renueva trágicamente una de las facciones más dolorosas de vuestro destino. Porque tiene este Chile florido algo de Sísifo, ya que como él vive junto a una alta serranía y, como él, parece condenado a que se le venga abajo cien veces lo que con su esfuerzo cien veces elevó.

[1] Prosper Marimée; escritor francés autor de Carmen, novela que daría lugar a la ópera del mismo nombre.

Fuente: https://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2021/03/el-retiro-del-monumento-de-baquedano.html

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