11 de marzo de 2021 

 

 

 

 

 

Por Pablo Errázuriz Montes


Somos lanzados a la existencia por un designio de alguien que no somos nosotros. Nadie pidió nacer. A diferencia de los tiburones y de las esponjas, nacemos en el seno de una mujer. A diferencia de la mayoría de los mamíferos, nuestro desarrollo a los nueve meses de gestación es sumamente precario e incompleto. Muchas madres mamíferas deben esforzarse para que su prole sobreviva, pero en el caso de la mujer aquello es muchísimo más rudo. El bípedo con una enorme cabeza que ha parido es de tal modo incapaz de valerse por sí mismo, que debe esa madre esforzarse largos meses para que luego de tres años o más, pueda su fruto tener algunas conductas autovalentes. A diferencia de sus compañeras de existencia mamíferas, ella deberá además velar largos años para que esta precaria criatura sea efectivamente autovalente. En resumen: sin que nadie nos haya consultado nuestra opinión vemos la luz y respiramos, y nuestra vida inicialmente – y por un largo período de tiempo - depende del cumplimiento de una obligación de un tercero que por lo general es el mismo ser humano que nos parió.

La naturaleza nos condiciona a la circunstancia descrita y esta celular comunidad madre hijo, para que el género humano prospere y se expanda como lo ha hecho en la faz de la tierra, se debe replicar en una comunidad algo mayor y más compleja: la familia nuclear. El macho, al igual que en otras especies, pero con obligaciones mucho más severas y extensas en el tiempo, debe velar que esa pareja básica de madre e hijo pueda sobrevivir proveyendo lo necesario para su existencia. Así pues, nació la institución jurídica de la familia; de una obligación natural, condición de posibilidad de la vida de la criatura y de la madre, se formuló la obligación jurídica. Algo menos relevante que la obligación de la madre, la del padre o del pater familia, es la condición de posibilidad de la prosperidad y mejor desarrollo de esa criatura parida por esa madre atareada en su sobrevivencia.

A mayor complejidad, para que esa criatura, esa mujer y ese macho proveedor, pudiesen efectuar las acciones necesarias para su subsistencia y prosperidad, los otros machos y núcleos familiares debieron abstenerse de robar sus alimentos y bienes, matar a la criatura y saciar su apetito sexual en la hembra que está concentrada en que ese crio sobreviva. Nace pues la comunidad que llamamos sociedad, cruzada por obligaciones jurídicas de respeto a esos bienes de cada núcleo familiar.

Esta esquemática y fragmentaria genealogía de la sociedad no resultaría fácil de refutarla si viviésemos en un estado de naturaleza, es decir una condición primigenia de total y absoluta ausencia de las cosas, aparatos, instituciones y facilidades en general, que el hombre se ha proveído a través de la historia en forma acumulativa, y que hoy nos acompañan al punto de pasar por alto y hasta olvidarnos lo que nativamente somos. En pocas palabras; si no existiese la técnica nuestra representación del mundo sería otra, mucho más cercana a la genealogía descrita en los párrafos precedentes.

La palabra enajenación en una de sus acepciones significa distracción, falta de atención, embeleso; y en otra de sus acepciones significa estado mental, temporal o permanente, de quien no es responsable de sus actos. La realidad es una cosa y nuestra representación de la realidad otra. La identidad entre una y otra dependerá de cuan atento y consciente se encuentre el receptor quien percibe esa realidad. El mundo artificial que la técnica inventada por el hombre ha creado en nuestro contorno inmediato exige un esfuerzo del receptor atento y consciente, por formarse una representación de la realidad más cercana al mundo real. La falta de atención y embeleso en el mundo técnico y artificial que nos rodea, nos puede enajenar de la realidad primigenia.

A partir de la sexta década del siglo pasado – un segundo en la historia del mundo y un minuto en la historia del hombre – surgió un artilugio que se denominó, la píldora anticonceptiva. El astuto ser humano creo este ardid para hacerle, cual torero, una verónica a la naturaleza; en particular a una de las circunstancias más poderosas de la naturaleza: el sexo. La mujer entonces tuvo la posibilidad de administrar su sexualidad de una forma que la eximía de las obligaciones de la maternidad cuando ella no se encontrase dispuesta a asumir dicha obligación. Se niveló sexualmente al hombre. La píldora anticonceptiva creo yo - y muchos analistas conmigo - es el invento humano más importante desde la rueda.

En la sociedad pre píldora anticonceptiva, la obligación familiar de la mujer era mucho más severa que la del hombre. El hombre tenía la posibilidad de eludir solapadamente sus obligaciones sin consecuencias adversas tan inmediatas y graves como las que resultaban del incumplimiento de la mujer. La mujer incumplidora era una infanticida. El hombre incumplidor un descastado que condenaba a la pobreza a la familia. Podríamos entonces imaginar que en la sociedad post píldora anticonceptiva la mujer sería liberada de esa desigualdad. Pero paradojalmente aquello no sucedió.

Lo que señalo son conjeturas derivadas de observaciones triviales. Es muy difícil que un estudio sociológico sometido al rigor metodológico se materialice en un tan vasto universo de realidad. Dicho eso, constato que la mujer post píldora asumió el rol del hombre -proveedora del hogar- pero siguió pariendo y en consecuencia asumiendo su tarea ancestral de madre. Conjeturo que la píldora anticonceptiva no liberó a la mujer de obligaciones familiares. Al que liberó de facto fue al hombre permitiéndole una mayor libertad sexual derivada del cambio de las costumbres sexuales de la sociedad permitidas por la píldora.

Es ésta a mi juicio la circunstancia presente que condiciona un estado de disconformidad de muchas mujeres. Malestar que recogen de manera enajenada ciertas doctrinas bautizadas como feminismo radical. Padecen estas ideologías una total distracción y falta de atención, respecto a las reales circunstancias que condicionan este estado de malestar presente. Hablan de liberación femenina especialmente en el ámbito sexual. Aquello es un absurdo sin sentido. La liberación sexual femenina se produjo o se viene produciendo desde el año 1960. Hay naciones del planeta donde esa liberación ya está de vuelta como Suecia donde mujeres jóvenes practican y administran su castidad sexual como un valor que no tuvieron sus madres.

A mi juicio la demanda de las mujeres disconformes clama implícitamente por más familia nuclear. A mi juicio la demanda lógica es por menos liberación sexual masculina y más obligación familiar masculina. Lo que ha fallado luego de la píldora – y quizá antes también- no es la falta de derechos, sino la falta de deberes.

El mundo moderno y sus facilidades genera la posibilidad de sobrevivencia de la mujer sola y su maternidad ancestral. Pero aquello no es una circunstancia liberadora para la mujer; por el contrario. La familia nuclear es la circunstancia liberadora. En otras palabras, quien ha profitado del invento de la píldora anticonceptiva ha sido el hombre. La verdadera emancipación femenina se producirá cuando ese artilugio ceda en su beneficio y que la liberación sexual, que se produjo hace largas décadas se transforme en una liberación de sus potencias de conciencia humana, si es que el inmediatismo de sus obligaciones familiares las haya limitado en alguna medida.

El feminismo radical es otra especie más de un género muy en boga en el mundo contemporáneo: el victimismo. Con esta falacia se pretende gobernar las voluntades de masas humanas sin carácter y enajenadas en el segundo sentido de la palabra: estado mental, temporal o permanente, de quien no es responsable de sus actos.

Fuente: https://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2021/03/feminismo-y-otros-victimismos.html

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