10 de marzo de 2021 

 

 

 

 

 

Por Pablo Errázuriz Montes


Es duro vivir con miedo ¿verdad?; En eso consiste ser esclavo.
El replicante; en la última escena de Blade Runner


La acción política es el esfuerzo que hacen algunos por inducir la conducta de todos. La ciencia política académica, nos enseña que lo que caracteriza a la política y su identidad de otro fenómeno social emparentado - la guerra - son los medios que el político utiliza para inducir esa conducta en los demás. Teóricamente el político busca la conquista de las voluntades de los gobernados por medio de la persuasión racional. El líder guerrero en cambio busca la supresión de la voluntad de lucha del enemigo y para ello usará la fuerza hasta que esa voluntad desaparezca por la aniquilación física o por la sumisión.

Pero como siempre sucede, las ciencias académicas van por un carril y la realidad se desplaza sinuosamente conforme a los infinitos pormenores que la condicionan, sobre todo en el caso de las ciencias sociales, donde la voluntad humana es una especie de caja de pandora que nunca deja de sorprendernos.

En efecto, la frontera entre la guerra y la política es una tierra de nadie que abarca un enorme territorio. Restringir la praxis política a la persuasión racional supone un respeto irrestricto al valor ético de la libertad humana. Imperativo ético que los políticos muy a menudo no respetan. Entonces aparecen medios oblicuos o grises, que no alcanzan a calificarse como fuerza, pero que no apuntan a la persuasión racional de las voluntades. En ese lugar se encuentra el miedo.

El miedo es una emoción que provoca angustia por un riesgo real o imaginario. Los órdenes jurídicos modernos, estiman que puede ser un factor que suprime y anula la voluntad libre, eximiendo de responsabilidad penal a quien comete un crimen dominado por un miedo insuperable.

La existencia humana convive con la precariedad que supone el desconocimiento del futuro. Buscamos racionalmente darnos certezas que ese futuro no nos dañará o anulará, pero no conseguimos suprimir esa condición. Esta precariedad cuando no es administrada por la conciencia del hombre libre, desemboca en la perversa emoción del miedo. El heroísmo consiste en la administración personal del miedo para el logro de bienes mayores. Los héroes son aquellos seres humanos o míticos excepcionales que encaran la existencia y vencen el miedo en la búsqueda de un bien mayor para si o para los demás.

En el género del miedo distinguimos dos especies: Hay un miedo trascendental y un miedo existencial. El miedo trascendental es el temor a la muerte y el consiguiente misterio de nuestra existencia tras de ella. Ni los más poderosos lo logran eludir[1]; tampoco los cultores de la más acendrada fe en las bondades del mundo de ultratumba dejan de temer a la muerte. El miedo existencial es aquel temor a las circunstancias dañinas de la existencia, desde las más sutiles como hacer el ridículo frente a los demás, a las más intensas como la soledad total, el hambre, el dolor físico y moral, la privación de la libertad etc.

La modernidad ha traído a nuestras vidas sin nuestro consentimiento y a menudo sin tener conciencia de ello, una circunstancia que resulta deshumanizadora: La ilusión -disfrazada de certeza- de que la existencia humana no es precaria, y que tenemos el derecho a las certezas y seguridades respecto de nuestra existencia. Es aquella pretensión de certezas una vana ilusión, y fuente de conflictos interminables en nuestra relación con nosotros mismos y con nuestros prójimos. Vivimos en una neurosis permanente respecto de dos convicciones que atenazan nuestra existencia. Una real, empírica y fáctica; la precariedad de la existencia. Otra ilusoria, vana pero no menos potente amparada en la pseudo naturaleza artificial que la técnica moderna ha creado a nuestro rededor: la ilusión de la seguridad total. Estas dos realidades discurren en planos diversos. La precariedad es ontológicamente humana, se encuentra instalada en el plano del ser; la seguridad total es ética, es un ideal, un deseo; se encuentra instalada en el plano del deber ser. La primera es una realidad descriptiva; la segunda prescriptiva. Pero en la conciencia del hombre moderno esto se ha fusionado generando en las masas[2] una suerte de neurosis permanente. El hombre moderno ha extraviado la frontera entre el plano de lo que es el mundo y respecto de lo que debe ser el mundo. Las ciencias sociales se hacen eco de esta confusión creando paradigmas para entender el mundo que extravían la existencia humana en vez de orientarla.

Las expectativas de seguridad y certeza para las masas humanas pasan a ser, en esta confusa perspectiva, un bien que alguien les arrebató y que otros le deben devolver. En esta circunstancia la vida pierde esa condición humana radical: la responsabilidad de sus propios actos. Por cuanto la existencia humana -cualquier antropología desprejuiciada así nos lo enseña- es el fruto de la acción de cada uno para labrársela, la conciencia de ello es la condición de posibilidad de la libertad y llevar a la práctica aquello es radicalmente liberador.

Así las cosas, la reacción a esta confusión neurótica entre la precariedad del mundo y el supuesto derecho a la certeza, es un permanente estado de frustración. Entonces, la pasividad e impotencia para encarar esa tarea personal de derrotar la precariedad personal, desemboca en el miedo. La condición de posibilidad de resolver un problema matemático es formularlo. En la siquis humana sucede lo mismo. Al estar mal formulado el problema de la existencia individual este no tiene solución. Así aflora la frustración y la violencia. La crisis del matrimonio y la familia en el mundo contemporáneo es uno de tantos ejemplos de esta realidad.

En este contexto, siendo el miedo una emoción omnipresente en las masas, la praxis política contemporánea utiliza ese miedo para inducir voluntades que no puede persuadir racionalmente o que resulta demasiado costoso hacerlo. Los totalitarismos modernos que se desplegaron en el siglo XX apuntaron a provocar el miedo sin filtros, de manera burocrática y sistemática. El testimonio de Solyenitzin desnuda la perversión del comunismo en esta materia. El régimen nazi por su parte, sofisticó al extremo las técnicas del envilecimiento[3] humano.

Reconociendo la macabra experiencia de los totalitarismos del siglo pasado, los ordenamientos jurídicos civilizados, han penalizado el terrorismo. Pero es ese un concepto de fronteras muy difusas y la tipificación de las conductas terroristas es objeto de ardientes polémicas.

Superados los totalitarismos pretéritos, la pretensión de generar un orden totalizador subsiste, justificado en la complejidad que un mundo de siete mil quinientos millones de habitantes impone. Los poderosos hacen uso de un juego sucio por partida doble: se promueve a macha martillo una visión del mundo ilustrada por las doctrinas de la irresponsabilidad personal donde alguien debe solucionarme los problemas de mi vida[4]; y una vez inducida esta precariedad sicológica en las masas, el poder induce y hace un uso sistemático del miedo en sus diversas gradaciones, para ordenar la conducta de los gobernados. Y eso tiene una razón bastante trivial y reprochable: Es más fácil gobernar una población de bovinos que una población de hombres libres.

Chile y el mundo occidental en general está dominado por dos acontecimientos políticos que marcarán a mi juicio negativamente el futuro, no tanto por los objetivos perseguidos como por el medio que se ha utilizado para inducir las conductas de tirios y troyanos. Me refiero a la supuesta pandemia y al pretendido reemplazo de los órdenes jurídicos y sociales promovidos por el globalismo de la burocracia internacional, que en el caso de Chile ha promovido el mal llamado Estallido Social.

Invito al lector a reflexionar sobre estos fenómenos a la luz de la realidad descrita desde esta perspectiva. Reconozco que ambos fenómenos tienen un relato aparentemente plausible pero ese relato no es condición necesaria ni suficiente para justificar la sumisión de la población a los hechos consumados por los poderosos. Es más, en ambos fenómenos la manifiesta imposibilidad de persuadir racionalmente a la población para que adopten las conductas que sus gestores desean, ha gatillado el abuso de este medio moralmente ilícito para generar sumisión.


[1] El ultra poderoso Qin Shi Huang, Emperador de China, buscó por todos los medios el elixir de la inmortalidad e hizo construir una ciudad de ultratumba flanqueada por los famosos soldados de terracota.
[2] Me refiero a masas para referirme al hombre masa según la descripción que hace José Ortega y Gasset en su obra La Rebelión de las Masas. El hombre masa es el que no desea por si mismo sino por la inducción que terceros hacen sobre él.
[3] Nombre que le asigna el filósofo francés Gabriel Marcel para denominar aquellas técnicas que buscan despojar a las víctimas incluso del respeto y el control de sí mismas.
[4] Las universidades y medios de comunicación son hoy día mecanismos de adoctrinamiento para la precarización sicológica de las masas


Fuente: https://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2021/03/el-miedo-como-medio-de-accion-politica.html

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