25 de enero de 2021 

 

 

 

 

 

Por Pablo Errázuriz Montes


Un hito en la historia de la humanidad, es la redacción de la constitución de los Estados Unidos de Norteamérica en 1787. El encabezado de ese documento es, Nosotros el Pueblo. Ese título ha reflejado un cambio radical en la modalidad de ejercicio del poder político. Dejaba simbólicamente atrás la modalidad vertical y sumisa de la obediencia al soberano, para reemplazarlos por el ejercicio de lo que hoy nos es tan trivial, que parece hemos olvidado: la soberanía popular.

Se concibe desde entonces, que el pueblo es el que le otorga poder al Estado. Delega en él funciones y le impone límites a su ejercicio. La doctrina de la soberanía popular se resume en una fórmula jurídica que hoy se haya olvidada como un libro viejo: El Estado solo puede hacer lo que le está permitido; Los individuos pueden hacer todo lo que no se encuentra prohibido.

Viajé a EEUU en 1998 y junto a mis hijos - niños entonces – y visité a Disneyworld en la ciudad de Orlando, me llamó poderosamente la atención que en esos parques de diversiones había altoparlantes que con una voz femenina seductora repetían como una letanía “cuide sus pasos”. Me chocó porque pensé que visitaba el país de la libertad y por consecuencia de la responsabilidad personal; ¿por qué tenían que advertirme algo de evidente responsabilidad personal?. Ese mensaje daba cuenta que el We the People se encontraba algo olvidado por los norteamericanos. Más se parecía aquello a la Alemania comunista o campo de concentración de Pol Pot en Camboya. Me explicaron que era para evitar responsabilidades civiles del dueño del parque, en eventos de accidentes. Como soy abogado, entendí entonces que una sociedad de mercado siempre hay un abogado que quiere hacer más dificultosa la vida de todos.

Cuando sucedió el terremoto y Tsunami de 2010 en nuestro país, supimos que la burocracia estatal había formulado protocolos de procedimientos (concepto que hoy nos es tan familiar) que no es otra cosa que recomendaciones a las personas para que cuiden su seguridad personal y familiar, en un evento como el señalado. Pero entre la estulticia periodística, el paternalismo político de políticos protectores del pueblo, se formó la idea fuerza, que era el Estado quien debía decirte de manera paternal e imperativa, lo que tenías que hacer en caso de un terremoto. Como el Estado no les dio directrices claras se aduce, fallecieron varias personas por efectos del maremoto de entonces.

Este fenómeno basado en un juicio que hacen muchas personas, me resulta particularmente chocante porque implica una cesión de mi soberanía personal hacia un ente impersonal: El Estado. Pero en conjunto de circunstancias han ido provocando que las personas no solo no se resistan a que alguien vele por ellas, sino además reclaman porque no lo hace con suficiente fuerza. No solo les acomoda ser esclavos, sino que además piden grilletes más cortos.

Los episodios de la pandemia y del reciente aviso del fallido supuesto maremoto, nos permite emitir dos juicios: El primero jocoso, porque el mensaje dirigido a los celulares era un especie de “cajita feliz” de control estatal: recomendaba distanciamiento social por el covid y arrancar del supuesto maremoto; todo en uno. Y el segundo, la confirmación de lo que venimos pregonando desde siempre los enemigos del totalitarismo estatal: El Estado en particular y la burocracia en general es intrínsecamente ineficaz para administrar las disyuntivas que naturalmente les corresponden a los individuos. Todas las intervenciones estatales en estas materias son como película de los tres chiflados: meten la pata en el balde, se resbalan y caen y provocan risa en los espectadores.

¿El remedio para esto? Quitarle las prerrogativas al Estado de conducir nuestras vidas y recordar que esto nació de Nosotros, el Pueblo, y que al Estado solo le debe corresponder hacer lo que los individuos no podemos hacer. Cuidar nuestra salud cuando circula una enfermedad potencialmente grave, o separarnos de la costa del mar cuando el mar se recoge después de un terremoto, es de exclusiva responsabilidad de los hombres y mujeres adultos y la responsabilidad sobre los niños recae exclusivamente sobre sus padres . Si no es así tendremos peor salud, como esta sucediendo con las consecuencias de la pandemia estatalmente controlada, y perderemos el tiempo y/o la vida por hacerle caso al Gran Hermano en caso de maremoto.

¡Burócratas: fuera de mi vida personal!

Fuente: http://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2021/01/desde-el-we-poeple-al-estado-paternal.html

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