4 de septiembre de 2020
Por Pablo Errázuriz Montes
En su columna publicada en El Mercurio el 3-9-20 el profesor Carlos Peña desarrolla los argumentos en favor de los llamados Derechos Sociales. Este concepto deriva del pensador T.H. Marshall. La calidad sintética y orden de la argumentación me ha permitido también ordenar el contrapunto a esa reflexión y explicar porque estoy en contra de la entronización de los llamados derechos sociales en la constitución que eventualmente se discutirá próximamente en nuestro Chile.
La filosofía es la disciplina que abarca el conocimiento universal. Para promover el orden argumentativo se ha dividido en sub disciplinas, cuya frontera resulta útil a la hora de dilucidar ciertas confusiones de perspectiva. Menciono para efectos de este análisis, dos de ellas: Existe la ontología que se ocupa de develar el ser de las cosas. Existe la ética que se ocupa de develar el deber ser de las cosas, especialmente de las conductas humanas.
El racionalismo en general y el positivismo fundado por Augusto Comte en particular, hizo aportes al pensamiento, pero generó a partir de sus ideas cierta tendencia a confundir estos dos planos del pensamiento: La ontología y la ética. El racionalismo positivista busca proyectar su omnipresente fe en el progreso, con sistemas de pensamiento que ordenen conceptos, de manera que exista entre esos conceptos correspondencia y armonía. Sistemas que le permiten fundar su creencia. ¿Cuál es esa creencia? El progreso. El progresismo es el sistema de pensamiento para sostener esta fe. Fe inmanente, sustituta de las teológicas, que según Comte habría quedado superada por su descubrimiento.
Al poco andar este apego a la razón inmanente, muestra la hilacha de una manera bastante trivial. Para que todas las partes del sistema cuadren, se torna ucrónico y utópico. Me explico; se crea una visión del pasado que no coincide exactamente con la realidad (ucronía), y proyecta un futuro que sabidamente no ha coincidido con sus pronósticos (utopía). Todo ello en el afán de que el sistema de pensamiento y sus piezas (los conceptos), cuadren armónicamente.
El pensamiento de T.H. Marshall padece de esta enfermedad crónica del racionalismo positivista: confunde el ser de las cosas, con el deber ser de las cosas y en base a dicha confusión se funda en un pasado ucrónico, y proyecta un futuro utópico.
Marshall nos enseña el profesor Peña, distingue una evolución en el desarrollo de los derechos, que serían políticos primariamente, civiles (supuesto estadio actual de la evolución de las sociedades) y un progreso hacia los llamados derechos sociales; desiderátum hacia el que debiésemos aspirar para hacer. progresar la sociedad.
Los abogados repetimos un mantra forense para fundar nuestras argumentaciones jurídicas: Las cosas son lo que son, y no lo que se dice de ellas. Para hablar de derechos constatando que ellos se reproducen en las interrelaciones humanas, debemos dilucidar que es una colectividad humana. Y digo colectividad y no sociedad, porque esta denominación es radicalmente equivoca al reproducir un concepto jurídico que no coincide con la causa de la colectividad humana.
Como la filosofía contemporánea nos ha develado, somos lanzados a la existencia. Nadie dio su consentimiento para nacer. La poetisa Fernán Caballero nos recuerda; Nacer sin querer nacer/ Sin quererlo, padecer / Vivir sin querer vivir/ Morir sin querer morir. Y tampoco dimos nuestro consentimiento para vivir en una colectividad humana. No existe la tal sociedad. Nadie, ni hoy ni nunca escogió pactar un acuerdo de vida colectiva (lo que jurídicamente es una sociedad). Estos datos duros y triviales son muy importantes para desnudar ciertas falacias fundantes del progresismo.
En este contexto de imposición más que de consenso, el error al hablar de derechos, es olvidar lo más simple: Los deberes. La llamada sociedad, antes que un complejo de derechos, es un complejo de deberes. Yo debo refrenar mis apetitos, deseos, pulsiones; en razón de impedimentos para que la vida social sea posible. Aquello es la base de la convivencia. La simplificación progresista de Marshall de los derechos civiles y políticos, como emanaciones del progreso, es una pura ucronía. No surgió en una etapa evolucionada de la historia. Ha existido siempre que el hombre ha vivido colectivamente; es decir, desde que el hombre existe.
La pregunta pues, debe ir por el sujeto pasivo de los derechos civiles y políticos, antes de preguntarse por el órgano que los garantiza. El Estado no es el dador de derechos y el soporte de los deberes que de esos derechos emanan. El Estado es simplemente un instrumento repartidor. En este último plano si ha existido una evolución. Y justamente como el Estado progresivamente se ha sofisticado y convertido en esa jaula de acero que nos habla Max Weber, el liberalismo se afana por limitar a esta enorme y sofisticada máquina en que se ha transformado el Estado contemporáneo para garantizar lo único que nos diferencia de los animales: la libertad.
La perspectiva de don Carlos Peña para validar la pretensión de crear los llamados derechos sociales, es en realidad la argumentación para incrementar los deberes sociales. Porque el sujeto pasivo de los derechos sociales no es el Estado; mero intermediario impersonal y represor de los individuos. La cuestión desnuda de todo pronóstico progresista-utópico, es aceptar que el cepo de los deberes se incremente más aun con otro fardo. Y la condición necesaria de este incremento de los deberes que recargan la espalda de los hombres libres, es el incremento del tamaño y sofisticación, mayor aun, de este monstruo que ya es el Estado moderno. Y digámoslo crudamente, que las cigarras aprovechen el trabajo de las hormigas en desmedro de estas.
Todo el romanticismo insustancial de esta doctrina lo encontré en uno de tantos garabateos murales del mal llamado estallido social, que decía: Que los derechos sociales los paguen los ricos. Gran error. Las prebendas socialistas, históricamente las han pagado las clases menos afortunadas y los beneficiarios de ellas son los más ricos. Aquella es una constante histórica. Las cosas son lo que son. Los deberes sociales los pagarán los trabajadores y los deberes los disfrutarán los ricos y burócratas.
Toda la argumentación de Marshall de que los meros derechos civiles incrementan las desigualdades de clase, son también ucrónicas y utópicas. Lo que ha estado, está y estará presente en las colectividades humanas es la justicia o la injusticia, emanada de los individuos libres. La promoción de la ética personal, es la única eficaz para promover la justicia, antes que todas las leyes coercitivas que el socialismo pretende.
La libertad humana es una realidad ontológica. No es una realidad ética. La libertad existe, aunque el hombre sea sometido a las técnicas de dominación y sojuzgamiento más sofisticadas. Los lavados de cerebro son siempre nubes temporales. El espíritu humano siempre se proyectará libre. Somos fatalmente libres.
Digo lo anterior para fundar mi juicio sobre las posibilidades de éxito del colectivismo socialista que pretenden los creadores y sostenedores de los llamados derechos sociales. Como esta doctrina emana de un diagnóstico radicalmente equivocado de lo que es el individuo humano, y la colectividad humana, necesariamente fracasarán. El estatismo deviene en prebendas, corrupción, abusos y tiranía. Es una historia conocida.
Fuente: https://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2020/09/comentarios-columna-de-carlos-pena-en.html
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