25 de mayo de 2020 

 

 

 

 

 

Pablo Errázuriz Montes


El fundador de la nacionalidad chilena, don Pedro de Valdivia, tenía un escudo de armas en que se leía; “La Muerte Menos Temida da Mas Vida”. La interpretación progre ha visto en los conquistadores a cafres ávidos de explotar a los nativos que vivían en paz y prosperidad. Al menos don Pedro no parece ser de aquellos. Siguiendo el adagio evangélico; “Por sus Obras los Conoceréis” su testimonio de vida revela algo distinto. Todo indica que don Pedro honró el lema del escudo, arrostrando impávido los peligros en función de un bien colectivo superior. Demostró que tenía un propósito claro y una voluntad dispuesta a reprimir sus temores. El miedo, aquella emoción que conturba y nos paraliza ante lo desconocido, don Pedro lo habrá sentido igual que cualquier hijo de mujer, pero -como se dice en lunfardo- se lo bancó para lograr sus propósitos; sin mucho éxito desde luego, pero eso no es lo relevante.  

Isaiah Berlín, en un brillante ensayó, reflexiona sobre la libertad[1]. Propone que este concepto tiene un sentido negativo - seré libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi actividad- y un sentido positivo - Quiero que mi vida y mis decisiones dependan de mí mismo, y no de fuerzas exteriores, sean éstas del tipo que sean y quiero ser el instrumento de mí mismo y no de los actos de voluntad de otros hombres-.

El episodio que nos afecta; pandemia del covid 19; es inédito en la historia de la humanidad conocida. Evidentemente no me refiero a las pandemias que sobradamente se sabe, han asolado a la humanidad cíclicamente. Me refiero una pandemia, teniendo por telón de fondo la capacidad, potencia y supuesta efectividad del Estado moderno y sus agentes, para mandar, permitir y prohibir conductas a sus súbditos o ciudadanos. Si bien el Estado moderno ya existía en los años de la gripe española, su eficacia y la extensión de sus medios para el control de la población no tenían la potencialidad de control contemporánea.

En el caso de Chile, esta eficacia estatal va acompañada de circunstancias singulares. La una positiva; prosperidad fiscal que le permite al ministro de hacienda obtener de organismos financieros internacionales, a sola firma, préstamos que le hacen posible encarar la difícil coyuntura. La otra negativa; una patética falta de liderazgo político, donde las personas que ostentan cargos formales de conducción de la Nación, en vez de replicar la figura paterna que aspira para su hijo que este dependa de sí mismo para ejercitar su libertad, más asemejan niñeras de chiquillos mal criados y caprichosos, que ceden a cualquier desvarío del crio. Esto, lo negativo, ha sido posible debido a una progresiva degradación de la función pública que nos tiene hoy mandados por una clase política y una burocracia estatal, que vela más por sus privilegios, que por el bien común. De esa degradación se deriva una lógica perversa: “conquisto o me perpetúo en el poder, en la medida que abogo por los caprichos de las masas sean estos o no propicios al interés general”.

Quienes mandan expresan estar bajo una grave disyuntiva: encerrar a la gente en sus casas para impedir se propague la pandemia, con la consecuente ruina para los ciudadanos que no pueden ganarse la vida, especialmente de aquellos  que viven de su trabajo diario; o permitir que la vida económica continúe normalmente y tolerar se expanda la enfermedad potencialmente letal. Así como se formula, gravísima disyuntiva.[2]

El Estado ha optado por prescribir el encierro. Para legitimar e inducir a la obediencia, el ministro de salud ha usado el miedo. El miedo que induzca a las personas a ponderar el peor escenario de la pandemia como consecuencia de desobedecer esta difícil imposición: riesgo de muerte[3]. No lo critico a él por esto. El ejecuta una coherente política de Estado. Otra cuestión es la repugnante conducta moral de los decadentes medios de comunicación de masas, (decadentes digo porque están en vías de extinción) quienes llevan al paroxismo la emoción del miedo para promover audiencias, avisajes, sueldos millonarios de sus “rostros” haciendo alarde de una frivolidad irritante.

¿Qué ha inclinado la balanza a favor de un riesgo impreciso y en contra de un daño cierto? El juicio de los estadistas contemporáneos está teñido por la tendencia general de legitimar la idea (ilusa cuando no falsa) del Estado protector desde la cuna hasta la tumba.

Para superar el efecto perverso del encierro; la carencia de medios de sustentación y ruina de las empresas productivas, el Estado ha diseñado complejas ayudas financieras amparadas en lo que fuera hasta antes de la pandemia, la prosperidad fiscal. En el caso de quienes en tiempos normales viven de su trabajo diario, ha diseñado o pretendido diseñar una red de entrega de canastas de víveres para evitar el hambre de los desamparados. Hasta ahí todo bien pensado.

Bien pensado en el contexto de racionalismo ilustrado que obliga a bien-pensar en términos abstractos respecto de la capacidades y bondad del Estado, y de la buena fe de los pobres ciudadanos desamparados. Pero como la realidad anda por el mundo insumisa a someterse a los racionales conceptos de los bien-pensantes, conjeturo que los resultados de estas medidas no solamente serán ineficaces, sino que tendrán además perversos efectos.

El Estado pretende garantizar la salud. Pero si ponderamos racionalmente esta proposición, concluiremos que es lógicamente absurda. Nadie nos puede garantizar la vida ni la salud. Menos aún sustraernos de lo que es nuestro destino radical: la muerte. Aquella pretensión del Estado – cuidarnos o salvarnos - es una ficción que difunde para legitimar su acción. Aquello además de falso, legitima en la psiquis colectiva, la expansión ilimitada del poder del Estado que llega a prescribirnos hasta lo más íntimo.

Obviamente la decisión de encerrar a los ciudadanos afecta la libertad negativa que menciona Berlín. Pero el miedo afecta algo más grave; la libertad positiva. Nos somete a una emoción que nos paraliza y genera una niebla que impide observar la consecuencia profunda de ser forzados al encierro y a la impotencia. El Estado de Chile y los Estados que han optado por la estrategia del miedo, están causando un daño que hasta ahora no se ha ponderado suficientemente.

No me refiero solo al devastador efecto económico que es ponderable y predecible. Me refiero a la condición de dependencia a que condena a los súbditos (ya no los llamaré ciudadanos) del Estado. La sociedad libre funciona en base al esfuerzo personal e individual de las personas que se relacionan en todos los ámbitos, buscando su bien particular. Esa es la condición humana normal cuando no está coaccionada por un poder externo y superior al individuo. Pero la eterna tentación del poder estatal es decirle al individuo “no te dejaré hacer lo que tu crees que es tu bien porque yo conozco tu bien mejor que tú. Entonces te llevaré obligado hacia tu propio bien”. Axioma de todo totalitarismo.

La entrega de alimentos a familias – además del bono marzo, el pituto municipal, el subsidio estatal a la cesantía, la pensión de los torturados, de los exonerados, el fogape etc. etc. etc. superficialmente puede considerarse un bien, para que las personas no sufran carencias. Pero no hay que ser muy agudo para darse cuenta lo que realmente es: clientelismo de caciques políticos, puro y duro. Herramientas que someten a los individuos a la esclavitud de la dependencia que tanto agrada a los plutócratas que cooptan los cargos de elección popular y la burocracia estatal. Relega al tercer patio la dignidad humana esencial: la libertad de labrarse uno mismo su propio destino.

Suscribo el lema del primer Capitán General: la muerte menos temida da más vida, y por consecuencia, la muerte más temida da menos vida; es decir, le quita su razón de ser radical. Pido a Dios que ilumine los espíritus, especialmente de los jóvenes para que perciban esta peligrosa evidencia: El Estado moderno ha creado una red (sustantivo muy ilustrativo) de dependencia de los súbditos, que impide la libertad positiva y negativa del individuo. Ha cruzado la línea roja del totalitarismo. Aspiro a que se desencadene la reacción. Aspiro recuperemos al individuo. Aspiro a que la juventud vuelva a creer en su propia capacidad para velar por su futuro y hacerse responsable de sus decisiones. Aspiro a que los chilenos volvamos los ojos y el corazón al lema del fundador de la nacionalidad y rechacemos toda tutela.

[1] Dos Conceptos de Libertad; Conferencia Universidad de Oxford 1958.

[2] En todo caso la ruina económica no es una posibilidad: es una certeza. En tanto que el riesgo de muerte por Covid 19 no se encuentra estadísticamente comprobado.

[3] Que como señalo no se encuentra acreditado con certeza ni siquiera mediana.

Fuente: http://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2020/05/el-miedo-lalibertad-el-coronavirus-y.html?m=1

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