Pablo Errázuriz Montes


 Pretendo sintetizar en el papel, algunas ideas relacionadas con los medios y los fines de nuestra vida personal referidos a la técnica en general y al dinero en particular, siguiendo las ideas de José Ortega y Gasset expresadas en sus ensayos, “Que es la técnica” y “El Hombre y la Gente”. Me he detenido a reflexionar sobre el dinero, y el error común que se deriva de la omnipresencia de esta artificial entidad, que nos induce a confundirla con las circunstancias naturales que acompañan la vida humana.

Es el dinero una creación técnica, fruto del ingenio humano. Sus cualidades son muy singulares si las comparamos con otras técnicas. Se trata de una complejísima entelequia convencional, en que no basta para su uso, la voluntad humana enfrentada con meras cosas, carentes de voluntad; tal como la pala, el automóvil, etc. En el caso de esas cosas, la voluntad humana actúa sobre algo pasivo. El dinero también es una cosa, pero demanda para su funcionalidad, la concurrencia de múltiples voluntades, en distintos rangos de decisión. Por una parte, requiere de una autoridad coercitiva – por lo general jurídicamente sancionada - que impone su función y propicia estabilizar su valor de cambio; pero también, requiere de la voluntad los usuarios, que le deben conferir la credibilidad necesaria para cumplir su objetivo. El soporte subjetivo que el dinero tiene para ser un medio técnico útil y efectivo para quienes lo usamos, -es decir para casi todos los seres humanos del planeta- demanda complejos conocimientos técnicos y relaciones de poder, siempre susceptibles de tornarse inestables.

¿Qué es, esta cosa que se llama dinero? Encontraremos muchas y sofisticadas definiciones en tratados de economía. Al fin de nuestro análisis, podemos decir taxativamente, que es un medio de cambio de bienes económicos, comúnmente aceptado (y en lo posible, universalmente aceptado), que permite acumular valor y/o esfuerzo humano, del modo más efectivo posible.

Ha sido plausible el esfuerzo, que a través de la historia – sobre todo la reciente- han desarrollado economistas y estadistas para darle la mayor fiducia y eficiencia al sistema monetario, a fin que el dinero represente el espejo más nítido posible, de los esfuerzos individuales y sociales que crean riqueza. Siempre me ha llamado la atención, la frivolidad de los juicios críticos que se hacen en nuestro mundo, sobre la eficacia de los sofisticados medios técnicos inventados por el ingenio humano. He visto un grupo de pasajeros transformarse en energúmenos que reclaman airadamente, al suspenderse un vuelo en que debían embarcarse para cruzar el atlántico, porque hubo un fallo técnico que le impedía volar a la aeronave que debían abordar. Sin embargo, nunca he visto a nadie que se abrace ni vitoree al piloto o al gerente de la línea aérea, cuando se produce el logro sorprendente de que ese avión despegue. Con respecto al dinero hago un esfuerzo personal para sorprenderme cotidianamente, porque, el esfuerzo que realicé ayer, mañana tendrá un valor económico, gracias a que lo traduje a una medida de valor que es -nada más y nada menos- el dinero. A mi juicio, el dinero como medio técnico, es un logro de la inteligencia, más sofisticado incluso que los circuitos integrados o los logros de la electrónica moderna. La electrónica es pasiva. Por una sola vez el inventor constató la reacción de los elementos físicos, en sentido de estímulo-consecuencia donde los elementos físicos son esclavos del estímulo. El dinero en tanto es un invento móvil y mutante que demanda la prudencia de los gobernantes y la fiducia de los usuarios, y puede verse afectado cotidianamente por la subjetividad humana. Deben los expertos y autoridades monetarias, estar permanentemente confirmando y sofisticando los conocimientos adquiridos para conservar la fidelidad de quienes lo usan en una realidad social y económica mutante. Nuestra, ahora centenaria, cantora y poetisa Violeta Parra, nos recuerda agradecer a la vida, cuando somos testigos del fruto del cerebro humano.

Pero, ¿Qué es genéricamente “la técnica”? o más bien; ¿en qué sentido hablamos de técnica en esta reflexión? Ortega se ayuda en Kant para señalar que, una cosa es, ante todo, la serie de condiciones que la hacen posible. Entonces cabe hacerse la pregunta; ¿qué hace posible que exista la técnica?

El hombre podría vivir sin la técnica tal como lo hacen los animales. Estos viven para sus necesidades de subsistencia. Pero el hombre posee una potencia singular en el reino animal: puede ensimismarse; esto es, retirarse de la contingencia exterior y conversar consigo mismo; reflexionar en abstracto sobre el mundo y proyectar un impacto sobre ese mundo. Fruto de esta potencia, lo que proyecte, puede mutar el devenir. El animal también puede cambiar el porvenir: un elefante puede arrancar un platanar, devorar los plátanos y terminar la vida de ese vegetal; pero lo hace sin un plan preconcebido. Es solo el hombre, quien, gracias a su posibilidad de ensimismarse, tiene la posibilidad de planificar su acción sobre la circunstancia, lo hace, pero en función de un fin preconcebido por él que no es el fruto de una mera pulsión como les acontece a los demás miembros de la creación, tal como lo hace una tórtola cuando fabrica un nido.

Nos dice Ortega que esta capacidad, no es cosa que se le dé al hombre sin esfuerzo. Nos señala; El hombre ha tardado miles y miles de años en educar un poco —nada más que un poco— su capacidad de concentración. Lo que le es natural es dispersarse, distraerse hacia afuera, como el mono en la selva y en la jaula del Zoo.[1] Esta idea matriz de Ortega, nos lleva a la siguiente cuestión: ¿Este atributo humano de ensimismarse, es una cuestión volitiva o meramente potestativa? En otras palabras; ¿el hombre nativamente tiende a ensimismarse y crearse este mundo interior, o es esta una decisión propia personal? Lo que más adelante intentaré definir como el señorío ¿es un atributo nativo o solo conquistado por quienes deciden hacerlo? ¿existe en nuestra especie humana un estrato ocupado en exclusivo por el hombre superior y otro por los hombres elementales? ¿estamos todos hombres y mujeres llamados al señorío?

Sin perjuicio de abordar a continuación los cuestionamientos precedentes, podemos constatar que, el hombre o bien, algunos hombres; porque pueden ensimismarse, aspiran a hacerlo; y para ello la historia nos enseña que se han inventado las cosas técnicas; a fin de que sean estas cosas las que se ocupen de facilitar la subsistencia humana, y brindar mayores certezas a su devenir. El hombre inventa la técnica para que sean las cosas las que satisfagan sus carencias; porque aspira a la vacancia que le permita ensimismarse para continuar influyendo sobre su circunstancia. Esta potencia, exclusivamente humana que deriva, intuye Ortega, de un ejercicio afectado y artificial; salirse del mundo -a través del ensimismamiento- para crear un mundo que le sea mejor para sí.

Se diferencia pues el hombre del animal, donde este último se ocupa directamente de su subsistencia. El hombre en cambio, se ocupa de crear cosas que se ocupen de su subsistencia. Esta idea resulta basal para sustentar lo que paso a relacionar. Aquí la expongo de una manera muy sintética. Ortega en los ensayos mencionados, es quien la desarrolla cabalmente.

A consecuencia de tal razonamiento, es menester señalar que, el dinero no es propiamente un medio para satisfacer una necesidad inmediata o intermedia. Antes bien, es uno más de los medios técnicos, todos ellos destinados a permitir la vacancia del hombre y su suprema y única necesidad radical: mantener y sostener su vida dándole mayores espacios de certeza y soberanía en el devenir. Los medios técnicos son aquellos medios que permiten al hombre ordenar las circunstancias de su vida, a EL FIN, que es el propiamente humano: vivir. Pero este vivir, no se restringe a una vida meramente de subsistencia. El hombre radicalmente aspira a la vacancia que le permita aquello propiamente humano que distintos filósofos han denominado de diversas maneras; los divinos ocios; la labor creativa, el genio, el daimone etc. Esto que pudiera parecer tan evidente, veremos que en la práctica no lo es tanto, y que constatamos un desequilibrio en la humanidad contemporánea, que se deriva del extravío entre lo continente ( la vida) y lo contenido (los medios para vivir); entre la cosa técnica y la función técnica; entre los medios y los fines de la técnica.

Asumiendo que el hombre crea los artefactos para permitirle su ocio, su vacancia, cabe pues preguntarse: ¿Y que hace o que debe hacer, el hombre con su vacancia? Pregunta que es para Ortega la gran pregunta que debería preceder cualquier análisis de la técnica y que ordinariamente no se hace. Esta carencia que denuncia Ortega la vemos cotidiana y trivialmente, cuando se habla de progreso, desarrollo, crecimiento; sin un para qué de esas pretendidas conquistas.

El idealismo filosófico nos proporciona diversas recetas. En nuestra tradición intelectual occidental, es Kant, el más dilecto representante de dicha corriente filosófica, y enfrenta esta pregunta con alemana eficiencia y asertividad. A través de su genial pirueta intelectual busca enganchar al racionalismo, las creencias y doctrinas de la cristiandad, que ordenaron la civilización europea hasta entonces, y que produjeron ese enorme edificio de pensamientos, de los que nos servimos hasta hoy[2]. El realismo filosófico, en tanto -al que adhirió Ortega en su obra temprana - no nos presta tanto abrigo como el idealismo kantiano. Nos somete al vértigo de las grandes preguntas radicales del hombre donde los imperativos o aspiraciones humanas, de libertad y seguridad, se encuentran en una tensión, que no es soportada por recetas. Ortega nos enseña que las ideas son para la vida, y el hombre está condenado a decidir cotidianamente sobre su existencia, de una manera tal que el perro y el mono, no lo está. Y este extravío entre medios y fines que he mencionado, y al que me referiré al reflexionar sobre el dinero, es una consecuencia del impacto que este mundo del facilismo técnico sobre la vida humana, que debe soportar esta tensión permanente de decidir su devenir.

Pero, así como, el caminar en terreno barroso nos obliga a detenernos para limpiar nuestros zapatos, el objeto de estas letras es detenernos a reflexionar hasta que punto somos presa de esta confusión entre continente y contenido; entre medios y fines; y que curso de acción deberíamos adoptar para superar dicha confusión.

El hombre, no es su circunstancia, sino que está sólo sumergido en ella y puede en algunos momentos salirse de ella, y meterse en sí, recogerse, ensimismarse y sólo consigue ocuparse en cosas que no son directa e inmediatamente atender a los imperativos o necesidades de su circunstancia.[3]

Es manifiesto, que la omnipresencia de los medios técnicos que hacen progresivamente más fácil y aprovechable la vida humana contemporánea, gatillan las demandas de muchos hombres y mujeres contemporáneos por disponer de esas cosas. Cosas cuyos abuelos jamás soñaron tener. Los hombres y mujeres de hoy, que pueden tener a su disposición esos poderosos medios, que los habilitan a la vacancia, paradojalmente tienen menor disposición que nuestros antepasados, para el ejercicio de su vacancia.

Sostiene Ortega que, la perfección misma con que la modernidad ha dado una organización a ciertos órdenes de la vida, es origen de que las masas beneficiarias no la consideren como organización, sino como naturaleza.[4] El mismo autor resiente de la humanidad expresando que el nuevo hombre desea el automóvil y goza de él; pero cree que es fruta espontánea de un árbol edénico. En el fondo de su alma desconoce el carácter artificial, casi inverosímil, de la civilización, y no alargará su entusiasmo por los aparatos hasta los principios que los hacen posibles[5].

Pensemos en el primen homínido que inventó el primer artefacto técnico; imaginemos a nuestro peludo abuelo viéndose amagado por un macho de superior tamaño que desea quitarle a su hembra. Se le ocurre, dada su menor envergadura física, coger un palo y darle un mazazo en la cabeza al intruso. El resultado es efectivo. Soluciona ese problema ya que el competidor que le amaga está muerto y no le importunará. Pero además se da cuenta que, cada vez que algo o alguien lo acose, puede valerse del mazo y solucionar el problema. El mazo es una cosa que mitiga los riesgos que le impone el devenir; le permite “descansar” en él. Este razonar del hombre en cuanto a animal técnico va escalando hasta nuestros días. La cuestión se torna más compleja. Son muchísimas las cosas destinadas a solucionar problemas ordinarios del devenir. Hoy, prácticamente todos los aspectos de la vida humada tienen una cobertura técnica que permite asegurar – o al menos mitigar – los riesgos que padece su vida en el devenir inmediato o mediato. A diferencia de nuestro peludo antepasado quien usaba o prescindía de su mazo según las circunstancias, la técnica actual nos rodea y moldea íntegramente nuestra vida. Y de tal fenómeno se deriva su peligrosidad. Esta especie de olvido del exacto sentido y función que la técnica tiene en la vida humana, en su célebre obra “La Rebelión de las Masas” Ortega nos la hace saber en tono de advertencia, poniendo el énfasis en la posibilidad cierta de la deshumanización del hombre y de la mutación del individuo en el hombre masa.

Para nuestro abuelo de las cavernas, la radicalidad de su soledad frente a los elementos y circunstancias hacía evidente su identidad. Para el hombre de la modernidad contemporánea en cambio, si no hay un propósito deliberado en mantenerse alerta en su soledad radical; identificar qué es parte de sí y qué aspectos de su vida son meras circunstancias, no resulta fácil conservar su identidad. Una consecuencia esperable, es que, rodeado de cosas técnicas, en un estilo de vida artificial, se adormezca y oculte el sentido original que la técnica tiene en la vida humana: ser una cosa artificial al servicio de la vida. Se produce así el drama o comedia de la modernidad: la vida al servicio de estas cosas que fueron creadas para el servicio de la vida. Ortega denomina a este fenómeno, la “obliteración de las almas”.[6]

Un daño colateral de “vivir entre algodones”, es que el hombre moderno, ablandado por la comodidad de sus circunstancias, ha aflojado su sagacidad. Y entonces, el fenómeno de la vida humana invadida por las cosas técnicas, que arrancó siendo espontaneo, es usado y estimulado, como técnica de dominación. Quienes creemos en la libertad radical del hombre, amamos y cuidamos de nuestra libertad personal, debemos ponernos atentos, como lo hacen las suricatas del desierto cuando se aproxima un depredador.

El fenómeno del poder, es decir, administrar el devenir, para que voluntades ajenas a la del poderoso se conduzcan de una forma como la voluntad del poderoso desea; se manifiesta más eficaz cuando existe mayor homogeneidad al estímulo respuesta en un grupo naturalmente heterogéneo de voluntades. El fenómeno del poder en una sociedad tecnológica, usa de la técnica originalmente destinada exclusivamente a permitir la vacancia del individuo, para conducir las voluntades y homogeneizarlas.

En la vida cotidiana del hombre contemporáneo, es el dinero, la “cosa” más omnipresente. Búsquese todas esas cosas que rodean al hombre de hoy con mayor intensidad; el automóvil, medios de transporte, smartphones etc. Si lo comparamos con el dinero, veremos que esté último se encuentra mucho más “pegado” a la vida cotidiana que esas otras importantes cosas.

Carlos Marx denunció que la religión era el opio del pueblo. Con la metáfora referida a esta droga que adormece los sentidos y provoca un placer letárgico, Marx se quería referir al bloqueo mental que provocaría la profesión de la religión,  que impediría el florecimiento de la conciencia de clase; estadio evolutivo que él concebía como requisito sine qua non, para gatillar la revolución proletaria y de esta manera alcanzar la utopía del comunismo.

Me cuelgo de la misma metáfora para sostener que el dinero en particular, y la sofisticada técnica moderna en general, son el verdadero opio del pueblo. Y la consecuencia de ello y su daño colateral, es la enajenación de la vida contemporánea, donde, una proporción importante de la población, vive sin conciencia alguna del sentido de sus existencias, y el resto, más o menos, con dicha conciencia debilitada.

En el norte de Francia y en el Perú, los cultores de la hípica adiestran caballos que se denominan “caballos de paso”. Se trata que la pobre bestia, a través de un adiestramiento sofisticado en el movimiento de sus rodillas, camine velozmente sin jamás trotar ni cimbrar el lomo. El resultado es que el jinete va plácido sin sufrir el ordinario zarandeo que se siente al trotar en un caballo que no posea esa técnica. La destreza se consigue sometiendo al animal a una conducta inducida, no espontánea: Lo hacen caminar por una superficie tapada de neumáticos de automóvil. La bestia debe poner atención levantando sus rodillas para no tropezar con los bordes de los neumáticos, y este caminar artificial, al cabo se va transformando en un hábito. Siendo muy cómodo de montar y admirable la técnica del adiestrador, es este condicionamiento en verdad muy cruel, y a mi juicio desnaturaliza a los caballos. Mi admiración por el caballo surge al verlo libre. Admirar su musculatura y su potencia nativa, es lo que personalmente aprecio. Al caballo de paso lo considero un infra-caballo, más que un supra-caballo como lo consideran sus cultores.

Hace algunos años se hizo popular una película denominada “Wall Street. El Dinero Nunca Duerme”. La estrella era el pérfido Gordon Gheko. Un self made man neoyorquino de origen griego, que desarrollaba su perverso genio para burlar las técnicas de control y hacerse millonario. En una segunda película se manifestaba Gheko, más viejo y más sabio, pero igualmente pérfido y diestro en su arte de ganar dinero quitándoselo a los demás. El personaje fue y es un referente; casi un arquetipo. La ficción se ampara en un mundo cien por ciento artificial que es donde se gana y pierde el dinero. Todo lo real y nativo de la vida humana, se encuentra en esa ficción, al servicio de la entelequia llamada dinero. Genialmente el director nos ilustra lo artificioso del mundo de Gheko, en la escena en que éste, coge un teléfono portátil mirando la salida del sol en la playa, y se permite un breve interregno en sus aviesas negociaciones con su interlocutor, para referirle la belleza del mundo real. Esa belleza es un adjetivo; lo sustantivo es el dinero.

Naturalmente es ficción, pero no solo lo es por ser una historia de una película: lo es porque fácticamente, la figura de esta especie de anti héroe perverso, espontaneo y dueño de sí mismo es manifiestamente falsa. Y no me refiero a la dimensión moral -código esencial a la sociabilidad- Me refiero a su realidad radical. La libertad de Gheko no existe en la realidad. Los Ghekos de la vida real no son los caballos de las praderas. No son los supra caballos que desarrollan su naturaleza íntegramente galopando libremente. Son en verdad como el infra caballo de paso. La función de los neumáticos en el caballo de paso, muchas veces la cubre la droga o el alcohol o la falsa concupiscencia de los bienes de consumo. La codicia es una conducta intrínsecamente dañina hacia quien es el codicioso. Nadie que se dañe sistemáticamente podrá aspirar al señorío de sí mismo. Gheko se hace daño asimismo, no porque caiga preso. Cuando no lo está, se hace aún más daño asimismo.

El absurdo del dinero transformado en un destino – por sobre la vida real- que la ficción de la película Wall Street retrata, se replica en la cotidianeidad (excluyo deliberadamente la palabra realidad). El arquetipo del héroe con su agenda copada de compromisos, que solo posee cortos intervalos para “desconectarse” y ocuparse de disfrutar la vida. ¿Han reparado que, en la publicidad contemporánea, cotidianamente se usa la palabra “desconectarse”? Implícitamente se asume que solo se está conectado, cuando nos ocupamos de las cosas del dinero, aquellas sin las cuales la vida no se hace posible. La ficción de Hollywood incluso, populariza símbolos sexuales perversos como Mr. Grey, que practica de manera sistemática y rigurosa el sadomasoquismo, como una manera eficiente de “desconectarse”.

Insisto: no me refiero aquí, a la repugnancia moral manifiesta que estos arquetipos inspiran; porque sucede que, en quienes cumplen códigos éticos de conducta y son empáticos con la comunidad que los rodea, también padecen de la obliteración de las almas que denuncia Ortega. En efecto, en la figura del hommo sistematicus, que es respetuoso del prójimo, vive también adormecido por este opio del pueblo, que es el dinero. Implícitamente, se valora por sobre su conducta ética, su conducta funcional. Digo, funcional, a que todo camine como corresponde. La figura del empresario o funcionario sobrio y cumplidor de sus deberes, que no “le queda otra que trabajar duro para salir adelante”, es un estereotipo amable. Pero que al igual que Grey y Gheko, también padece de esta confusión entre fines y medios. El hommo sistematicus es también un caballo de paso.

¿Cómo hemos llegado a este desequilibrio entre medios y fines? ¿Cómo puede ser que este medio técnico, el dinero; que radicalmente es un medio para liberar al hombre, facilitar su existencia; puede llegar a ser algo que le quita su humanidad y dificulta su existencia?  ¿Cuál, es la tecla que debemos tocar para re-afinar la melodía de la vida contemporánea, tan evidentemente desafinada?

Como la vida humana es infinitamente más problemática que una melodía, las teclas son muchas. Y en esto, para mayor dificultad, la obliteración de las almas, ha hecho posible la creencia en que es cuestión de una tecla. Las masas insumisas demandan soluciones, cuando intuyen que sus vidas carecen de sentido humano, como quien demanda un dentífrico de mejor calidad. Y esta demanda de mercado hace surgir los oferentes de soluciones mágicas: Los cultores de ideologías, los libros de autoayuda, los llamados modelos de desarrollo, y últimamente simplemente los que propician la rebelión de los necios, incitando mesiánicamente a demoler el orden contemporáneo sin nada a cambio. El “fin de los relatos” le llaman orgullosamente a su invento. La música de fondo de esta orquesta, son las encuestas de opinión y los medios de comunicación de masas, que desembozadamente se han transformado en medios de persuasión de esas masas carentes de derroteros personales.

El señorío es la conducta humana que importa el dominio de la propia voluntad sobre las circunstancias. No es solo o necesariamente la potencia de mudar las circunstancias; por cuanto la vida de cada cual se enfrenta a circunstancias que le son inmutables. El señorío es la conducta de quien vive su soledad radical, y en esa soledad radical desarrolla su plan de vida; plan de vida que tendrá en cuenta sus circunstancias buscando dominarlas en pro de ese plan.

Volvamos a la época de las cavernas: El señorío para nuestro abuelo de las cavernas que lo dejáramos luego del exitoso mazazo propinado a su enemigo, era la única conducta posible para él. Su libertad era insobornable, por cuanto no existía nada para sobornarlo. El macho alfa de la bandada de codornices, se sube al promontorio más alto para atender la seguridad de sus hembras y polluelos. Su destino es estar alerta. No tiene opciones.

El señorío para el hombre de la modernidad, donde los medios técnicos lo adormecen y lo hacen tender a tecnológico es infinitamente más problemático.

Es el hombre, un ser dotado de potencias muy superiores a las del resto de la creación conocida. Sin embargo, se encuentra paradojalmente prisionero de su misma creación técnica, al punto que ha desatendido su naturaleza. Teniendo presente que, el hombre, quiera o no, tiene que hacerse a sí mismo, autofabricarse; para el hombre, vivir es, desde luego, y antes que otra cosa, esforzarse en que haya lo que aún no hay[7], tenemos que la opción de humanizarse, no es salirse del mundo contemporáneo, sino aprender a vivir más humanamente precisamente en esta circunstancia. Romper este síndrome del nuevo rico, que es desear para su propia vida, lo que otros le señalen que debe desear.

Dramatiza al extremo Federico Nietzche esta disyuntiva del hombre contemporáneo. De pasada, filosofando con el martillo, hecha a la hoguera todo el esfuerzo humano por entender al ser del hombre. Pero sus imágenes nos son útiles a la presente explicación. Nos señala que el hombre moderno se encuentra enfermo. En su metáfora del último hombre[8], describe esta enfermedad como terminal. Su remedio es el Superhombre o el Ultrahumano. A fuerza de tanta metáfora, permite Nietzche que su pensamiento se nos escape como el agua entre los dedos. Desde luego no es el Superhombre, un individuo que vuela con capa. El Ultrahumano es aquel que ha recuperado su humanidad adormecida y letárgica, descrita en su discurso del último hombre.

Esta recuperación de la humanidad del hombre, nos exige un ejercicio más trivial  a mi juicio, que el pomposamente exagerado por Nietzche. Se trata de recuperar el sentido común. Santo Tomás es harto útil para recordar los vicios y virtudes cardinales que nos abren la puerta en esta recuperación de la humanidad extraviada. Recuperado que sea el sentido común, recuperar un programa de existencia personal que sepa administrar estas circunstancias inéditas que el mundo moderno nos ha impuesto con la vida inundada de tecnología. El trabajo, el ganapán, el dinero, las comodidades que nos ofrece la modernidad; todo, al servicio de MI PLAN de existencia. No como sucede hoy con una mayoría de la humanidad: La vida esclavizada por el trabajo, el ganapán y el dinero.

En la historia humana nos revela Ortega, han existido sucesivos y diversos programas de ser, que han dirigido al hombre: El faquir, el Gentelman inglés, el Hidalgo español etc. Es menester inventar un nuevo Señorío del mundo rodeado de Smartphones, información on line, aviones etc. Es necesario reducir la política, el poder, el estado, las mega corporaciones; a su esfera propia, recuperando la soberanía para el individuo. Pero no es necesario cambiar estructuras, combatir al imperialismo o redistribuir el ingreso. Basta con la infinita potencia de la inteligencia individual.

Mayo 2017

 

 

[1] “El Hombre y la Gente”. JOyG

[2] Crítica a la Razón Práctica

[3] “Qué es la Técnica”; JOyG

[4] La Rebelión de las Masas; JOyG

[5] Ibidem.

[6] Obliterar es obstruir tal como lo hace el colesterol con las arterias.

[7] “Que es la técnica JOyG

[8] Así Hablaba Zaratustra; Federico Nietzche