17 de noviembre de 2019 

 

 

 

 

 Pablo Errázuriz Montes


No describiré en detalle los hechos que conforman esta crisis gatillada el 18/10/19. Prevengo que esa descripción no es ociosa por cuanto quienes aparentemente  patrocinan el caos como medio para el logro de objetivos políticos, distorsionan los hechos para llevar agua a sus molinos ideológicos y políticos. Enunció a pie de página principales acontecimientos[1]. La intención de estas páginas es explorar  más bien sus premisas, entendiendo por tales las señales o indicios por donde pretendo inferir consecuencias y causas; qué a mi juicio la han hecho posible.

¿Por qué un “modelo”[2] académicamente impecable como el chileno, donde todas las cifras que las NU consideran como parámetros de desarrollo social, marcan récord en américa latina, despierta tan poca adhesión en un porcentaje relevante de la población, al punto que algunos apoyen el caos e incluso algunos se muestren exultantes con la destrucción criminal de los bienes comunes a toda la sociedad y siga las voces que propician un cambio de tipo de sociedad?

Los hechos han causado perplejidad a tirios y troyanos en los niveles políticos y académicos. Casi todos reaccionan “pasándole un pañito” a sus premisas y recetas sobre la praxis política, para limpiarlas de lo que resulta demasiado grotesco como explicación, lo cual no siempre logran. Demasiado tiempo estas élites han invocado modelos de explicación teórica y de praxis política equívocas, cuando no lógicamente absurdas, como para deshacerse de ellas de la noche a la mañana. En efecto, la perplejidad resulta crónica por cuanto en la academia y en los corros políticos no hay modelos de explicación de la realidad política que nos afecta, que soporten con reflexión serena, una explicación plausible.

Intentaré desarrollar una cadena de causas que podrían iluminar esta perplejidad; a condición de desvincularnos serenamente de pre-juicios y premisas sacrosantas. Propongo un listado de fenómenos y le pido al lector paciencia para llegar hasta el final de mi análisis, y así poder relacionar unos con otros de manera de dar espacio a lo que pretendo: alumbrar en algo la oscuridad de estos acontecimientos tan recios.

 

  1. La crisis de los deseos
  2. Frágil estructura de autogobierno de las vidas personales
  3. Conceptos de economía política sobre las necesidades económicas
  4. Disolución de las limitaciones normativas de los deseos
  5. Los medios tecnológicos y la comunicación social
  6. La percepción subjetiva de los límites personales
  7. La convergencia de deseos y expectativas desbocadas, en un contexto de tecnología que las hace posibles
  8. La demolición ideológica del rol represor del Estado
  9. Que es el Estado moderno
  10. La doctrina de los derechos humanos
  11. La guerra, continuación de la política por otros medios
  12. El caos como medio de descompresión de emociones autodestructivas

 

  1. LA CRISIS DE LOS DESEOS

 

  1. Frágil estructura de autogobierno de las vidas personales

La vida humana se desenvuelve en una sucesión de relaciones causales. La psicología teórica revela que mientras no tenemos conciencia ni uso de razón, las decisiones físicas y afectivas que adoptan nuestros padres para con nosotros, afectan nuestro devenir y tienen consecuencias. Iniciada la adolescencia y la juventud, adquirimos las herramientas y potestades para decidir, y en consecuencia tenemos la posibilidad de asumir el gobierno de nuestras vidas. Desde entonces, tengamos conciencia o no de ello, cada decisión que adoptamos tiene consecuencias. El nivel de desarrollo personal es susceptible de medirse por el grado de conciencia que tenemos, sobre la consecuencia de nuestros propios actos. Y no me refiero necesariamente a “obrar moralmente bien”, sino “obrar para” los logros que previamente nos definamos. Los trastornos de personalidad y psíquicos se caracterizan precisamente por la desconexión entre el acto y sus consecuencia por parte de quien padece esos trastornos.

La ilustración, definida por Kant con su famosa máxima sapere aude (atrévete a saber), en algún punto de la historia europea, pretendió dejar atrás al hombre súbdito de decisiones ajenas y refundar la sociedad con hombres que se atreviesen a tener un juicio propio y en base a una reflexión propia, deliberar consigo mismo sobre que opción adoptar en las disyuntivas que la vida y sus circunstancias nos ofrecen.

La Reforma del siglo XVI, no solo fue una rebelión religiosa; también dio un soporte ideológico a un tipo de individuo que se estaba forjando en Centroeuropa. Un individuo autovalente que se congregaba principalmente en las urbes pero también en el agro y en la industria, y que, a diferencia de sus ancestros, tenía la posibilidad de delinear su destino con cierta autonomía. El habitante de Europa central abandonaba la sumisión a poderes económicos, sociales y religiosos; y se forjaba un destino con mayor grado de autogobierno personal. El surgimiento del capitalismo, expresión ideológica de una modificación profunda en las circunstancias tecnológicas, potencia este fenómeno; y al menos a una porción relevante de la población la hace propietaria de su destino. El resultado de este fenómeno, retratado brillantemente por Max Weber[3], es la cultura capitalista con sus principios morales funcionales a la sociedad liberal. La fundación de los Estados Unidos de Norteamérica es su nave insignia, pero también los cambios sociales que el capitalismo provocó en Europa del norte fueron cualitativa y cuantitativamente relevantes.

Así como la modernidad floreciente en el siglo XVI tuvo su expresión en La Reforma, las naciones meridionales de Europa tuvieron su soporte ideológico en la Contra reforma liderada por la Compañía de Jesus. Es muy importante tener presente que la Contra reforma es un movimiento modernista. Propicia una relación del poder con los súbditos en un sentido inverso a La Reforma: el de la sumisión a las prescripciones de la autoridad social y religiosa. Pero esa sumisión tiene los elementos de la modernidad incorporados. No es una mera réplica del espíritu medioeval como muchos detractores y partidarios han señalado; no es un mero movimiento “reaccionario” como su nombre parecería indicar. Su expresión más genuina se encuentra en el imperio español. Sus características principales son la sumisión a la autoridad religiosa única, la promoción de la autoridad vertical del poder político y la génesis de una burocracia estatal moderna.

Grosso modo relatados esos dos complejos fenómenos, ellos van forjando un tipo humano diferenciado. Los pueblos meridionales de raíz hispana y de tradición católica ejercitaron una autonomía de la conducta en base a reflexión propia, debilitada por las prescripciones coercitivas del poder político y religioso. Las sociedades protestantes en cambio, por lo señalado, ejercitaron en mayor grado la autonomía de la voluntad y la potestad personal para decidir los cursos de acción de su propia vida.

Estados Unidos en su fundación como nación independiente, es el ejemplo manifiesto de una sociedad de individuos, elevando a rango de principio jurídico intangible, la libertad personal de los ciudadanos. Esta libertad está definida por los padres fundadores con una precisión que hasta el día de hoy se inculca a los norteamericanos en la educación: Que cada individuo sea el escultor de su propio destino.

Hay que reconocer que ese principio rector de la vida norteamericana, encuéntrase en la actualidad debilitado. La crisis sub prime fue una prueba de ello, donde la honesty americana, piedra basal de esta construcción social, se demostró bastante de capa caída. El endeudamiento de las personas y del Estado Federal es hoy desbocado en Estados Unidos. Pero es esa otra crisis. No la nuestra.

Ahora bien, el capitalismo, o sistema de economía de mercado, o el neoliberalismo como le motejan sus detractores, requiere, para su legitimidad, es decir, para la conformidad de quienes viven bajo este modelo, que los individuos, manejen un alto grado de autonomía y conciencia propia sobre la consecuencia de sus actos. Las decisiones económicas son el ejemplo de la relevancia de moderar los actos a sus consecuencias. En la disyuntiva de ahorrar/consumir está un ejemplo clásico -desde luego no el único- que marca la efectividad del sistema capitalista y el mayor o menor compromiso de los individuos para con él.

El debate sobre las pensiones en Chile que estalló hace dos años y medio, es el ejemplo palmario de la crónica disociación que el chileno económicamente activo tiene, entre decisión económica y su resultado. Me sorprende que las élites, incluido el padre del sistema José Piñera Echenique, en su defensa del sistema de capitalización individual, ocultan una evidencia prístina, como si fuese algo enojoso que no hay que mencionar: Nadie puede tener suficiente renta previsional si no ahorra lo suficiente. Todos están formalmente informados sobre el estado de sus ahorros, todos son libres y todos, en la medida de sus posibilidades ha estado siempre en la posibilidad de ahorrar supletoriamente lo que les impone la ley. Obviamente para las rentas muy bajas, la capacidad de ahorro es mínima. Pero, al menos yo, no he escuchado ninguna propuesta de solución que destaque que esa es la única vía probadamente conocida de tener una buena pensión: ser una persona ahorrativa y con disciplina de ahorro por sobre el imperativo legal, durante todo su período económicamente activo y tampoco he escuchado propuestas sólidas que premien tributariamente o a través de algún subsidio, el ahorro personal.

La circunstancia que, en los Estados Unidos no exista sistema previsional imperativo (en que el empleado o trabajador independiente esté obligado a ahorrar) marca la evidente y manifiesta diferencia entre una sociedad genuinamente libertaria y otra como la nuestra libertaria solo para los derechos, pero no para los deberes. Decidir autónomamente abstenerse de consumir para ahorrar, es parte ineludible de la adhesión al sistema de mercado libre y requisito sine qua non de su éxito y legitimidad.

Economistas y analistas han aplaudido el éxito de la economía de mercado en Chile. Pero han tapado el sol con el dedo de suficientes datos que demuestran, que el compromiso del chileno con el sistema capitalista ha estado solamente del lado del consumo, no del ahorro. La tasa de crecimiento económico entonces, pasa a ser el oxígeno dado a alguien con insuficiencia respiratoria, o esteroides para el atleta cojo. Eso es lo que ha sido históricamente el chileno, enfrentado a decisiones económicas; un atleta cojo.

Despertar a la realidad, constatando que las consecuencias de nuestros actos nos son adversas, genera emociones por lo general negativas. Esta habitual conducta desconectada del futuro, angustia, y hace rechazar la sociedad libertaria. Las clases media y baja, históricamente desconectadas del consumo, al constatar el precio que han de pagar por conductas relativamente desconectadas de sus consecuencias, salen a “demandar” un orden político y social de sumisión y de protecciones. Ese famoso concepto de la socialdemocracia europea “seguridad desde la cuna hasta la tumba” en el caso de los latinoamericanos, comporta la sumisión a un padre protector que se llama Estado. Se institucionaliza una doctrina de la irresponsabilidad, no solo entre los políticos que trabajan para el demagógico aplausómetro, sino incluso en fallos judiciales de nuestra Corte Suprema que, amparándose en principios de muy dudoso sustento, dan por una verdad axiomática aquello de la imprevisión crónica de los individuos para con sus ahorros para la vejez, y sostienen que la protección del Estado viene siendo como un principio de derecho natural. La previsión social sería un “derecho humano” intangible. Se asume que es responsabilidad de alguien, velar por nuestra protección en la senectud. La sociedad chilena, fundada en la precariedad y la pobreza, desde nuestro período colonial ha venido esperando el Real Situado[4], la subvención, el beneficio gratuito sin contraprestación.

El fenómeno descrito no solo es visible en las clases sociales menos adineradas que hace pocos años han conocido los “beneficios” de la sociedad de mercado en Chile. Ya el año 1982 conocimos una crisis económica que afecto a la clase más pudiente, causada fundamentalmente por la imprudencia en el gasto y la alergia al ahorro. Hoy también la clase  más adinerada manifiesta su imprevisión; en Santiago hay una proporción de automóviles de super lujo, como no se ven en muchas capitales del mundo de ingresos per cápita muy superiores.

La calidad de las decisiones económicas de las diferentes clases sociales es crónicamente deficiente a la luz de la triada armónica de toda economía; gasto-ahorro-inversión. Nos compramos solo la dupla gasto-endeudamiento. Esta circunstancia, que por sabida se calla y por callada se olvida; es una de las causas más importantes de la crisis social.

  1. Conceptos de economía política en cuestionamiento

Hemos vivido en nuestra sociedad chilena, desde el advenimiento de lo que se da en llamar progreso y desarrollo, un cambio profundo y de consecuencias importantes, en el estado deseado de las personas, individual y grupalmente. Cambiaron las metas personales que las personas y grupos habían tenido en el pasado. Y la consecuencia de este cambio ha sido una mutación en la manera en que son apreciados los bienes perseguidos. Teniendo presente que cada uno de nosotros, rodeados y limitados por las circunstancias que acompañan nuestras vidas, desde siempre hemos deseado lo que es posible desear. Esa percepción de “lo que es posible”, es lo que ha cambiado con el advenimiento del capitalismo criollo. El telón de fondo de este cambio, es un soporte conceptual que ha animado al sistema capitalista de mercado, premisa basal de la economía política capitalista que me apresto a cuestionar: los recursos son escasos y las necesidades ilimitadas.

No someto a duda ni discusión la primera de las premisas, los recursos son escasos. En cualquiera gradación que se dé la vida biológica en el planeta, aquella premisa es una circunstancia permanentemente presente.  En lo que el capitalismo teórico, me parece, se equivoca es en aquello de las necesidades son ilimitadas. Ello por una razón muy trivial que el hombre contemporáneo tiende a soslayar: la vida es limitada; en tiempo, en espacio y en infinitas otras circunstancias que le acompañan. El arte de vivir humanamente es el arte de elegir en las disyuntivas que imponen las circunstancias. Las necesidades económicas pues, son siempre funcionales y por ende limitadas a esas circunstancias. Cuando percibimos que las necesidades económicas son ilimitadas, es porque no estamos ejerciendo el gobierno sobre nuestras vidas y no estamos viviendo humanamente en sentido radical de la palabra.

Lo que ha cambiado el sistema económico de mercado, acompañado de la explosión tecnológica que más adelante referiré, son las cosas a disposición de las personas (paradojalmente denominadas por la economía política genéricamente “bienes” sin discernir si lo son o no), y la circunstancia que es posible conseguirlas si logras adquirirlas especialmente con dinero y secundariamente con cortar algunas ataduras sociales tales como, la maternidad, la paternidad, el uso del ocio etc. Si analizamos historiográficamente nuestro país, los deseos de la gente del siglo XIX, y de la primera mitad del XX, era abisalmente diferente al del Chile contemporáneo. Este soporte teórico que nos provee la ciencia económica en boga, de la infinitud de las necesidades económicas, implícitamente estimula el desgobierno personal, gobierno que, como señalé en el apartado precedente, es muy deficiente y frágil en Chile.

Los chilenos nos tomamos a pecho, aquello de las “necesidades ilimitadas”. Las ventas de automóviles, celulares, viajes al extranjero; reventaron todos los precedentes el año pasado. El compromiso con el sistema como ya señalé va por el lado del consumo y la distancia entre la realidad fáctica y nuestro deseo de poseer, genera angustia, hastío, rebeldía y violencia. Pareciera ser que esa misma clase media la que sale a la calle a protestar contra “los abusos” se ve en la disyuntiva subjetiva descrita.

Los economistas teóricos señalan “Chile es el País latinoamericano que ha salido de la pobreza”. Pero, así como los sociólogos no definen lo que es sociedad, los economistas solo entienden por pobreza estadísticas indexadas. Las estadísticas son importantes para explicarse una serie de fenómenos, pero no para explicarse lo que ontológica y políticamente es, la pobreza/riqueza. Y la definición ontológica y política es sorprendentemente sencilla y a la vez importa un torpedo a la línea de flotación de cierta economía teórica. Pobreza es presencia de necesidades y riqueza es ausencia de necesidades. Llámase a las necesidades económicas en el ámbito político para eludir la cuestión de fondo, “expectativas”. Aquello le da un tinte de subjetividad infinito al problema que permite eludir la definición objetiva de que estamos hablando cuando decimos necesidades económicas.

Nadie se forma juicio por los datos estadísticos. Los juicios (o fragmentos de juicio) que tienen quienes protestan por el estado de cosas se fundan en emociones que surgen de enfrentar las circunstancias que los rodean y sentirse subjetivamente superados por ellas. Si el “sistema” ha prometido bien-estar (obsérvese como se compone esa ilustrativa palabra) a quien posea cosas, aquella “promesa” será siempre de aire, por cuanto la relación necesitar y poseer da forma a una curva exponencial (esto es, cada vez más alta a medida que avanzamos en la curva) y por definición, fuera de las oportunidades fácticas de todo el que se deje gobernar por la ansiedad del consumo. Así las cosas, la sensación de malestar florece como un torrente, por cuanto el chileno no está adiestrado en la autocontención de su vida personal, autocontención que los individuos de naciones con una tradición cultural diferente a la nuestra ejercen en mayor grado.

  1. Disolución de las limitaciones normativas de los deseos

Acompañó a la sociedad chilena desde su nacimiento, la Iglesia Católica. La Santa Madre normó, ordenó y controló las vidas de una proporción importante de los chilenos, desde la cuna a la tumba. Padece la milenaria institución una crisis global que todos conocen. Esta crisis inédita la ha llevado a perder casi por completo el liderazgo espiritual y la confianza en sus prescripciones. La Iglesia Católica hoy no tiene autoridad normativa. Antes predicaba mandamientos; hoy derechos. Otras iglesias cristianas mantienen un círculo de control normativo sobre la feligresía, pero su capacidad de socializar las normas de autocontención para los individuos es frágil. Otros sistemas de creencias de autoayuda o de religiones no cristianas, tienen una difusión menor y no entran en conflicto con la normativa dominante.

El principal agente socializador en el Chile contemporáneo es el poder económico. Este a través de la publicidad comercial, y a través de cooptar la casi totalidad de los medios de radio y televisión en nuestro país, imponen una agenda valórica funcional a que el sistema económico siga funcionando. Campañas de “liberación” en distintos ámbitos potencian un concepto de libertad personal que se podría definir como, Hacer lo que te venga en gana, son funcionales a objetivos de maximización de utilidades y gobernanza global. Aquel superficial concepto de lo que es la libertad, soslaya todo análisis ontológico del concepto verdadero que es, aquel ordenamiento de la conducta a un deber ser sobre tu destino personal definido por ti mismo.

La anomia[5] que vive occidente completo (que bautizó Zygmund Bauman como la sociedad líquida)[6], a las culturas meridionales que fueron paternalmente conducidas por la Iglesia y sus restricciones, las golpea doblemente y es promesa de caos; porque no poseemos la fortaleza personal que culturas como las nórdicas o japonesas (por poner dos ejemplos) poseen, fruto de una tradición cultural que imponía el autogobierno personal.

  1. Los medios tecnológicos y la comunicación social

Por milenios el hombre se comunicó verbalmente de punto a punto como diría un radio telegrafista. Solo en el siglo XVII se inventó la imprenta con lo cual muchos (los lectores) pudieron incorporarse a la recepción de información despachada por muy pocos emisores (escritores). La tecnología de comunicación del siglo XX (radio y televisión), masifica y amplifica el universo de receptores, pero los emisores siguen siendo las élites. El Tsunami tecnológico de los Smartphones y de las llamadas redes sociales ha cambiado radicalmente esta proporción entre emisores y receptores que acompañaba al hombre desde hace siglos. Se han amplificado exponencialmente los emisores. Esto, que pudiere considerarse funcional a la promoción de la libertad personal, solo lo es cuando quienes ejercen la tarea de emisores manejan conceptos complejos y un discurso racional. Conceptos complejos tales como, libertad, empatía, cooperación, y consecuencias de los conflictos; cuando son usados adecuadamente en un discurso racional, permiten a los seres humanos ejercer en común el gobierno de su comunidad (democracia). Cuando los emisores solo pretender con palabras expresar pulsiones, se produce como un Babel de desconexión entre las personas, y el conflicto se expande como el fuego sobre la hierba seca. Adicionalmente el problema se agrava por cuanto, la sola posibilidad de expresarse y tener audiencias a veces de miles y hasta millones de receptores, genera una falsa autopercepción de la legitimidad de los juicios emitidos en las redes sociales, por absurdos que estos sean. La conflictividad que generan emociones desbocadas por las tensiones de personas sin un gobierno personal mínimo, cuando tienes miles de receptores, es enorme.

Pero no solo la tecnología de las comunicaciones deshumaniza. También los medios de transporte y su sofisticación contemporánea generan una falsa autoimagen de potestad, que, si no va acompañado de prudencia, también es causa de conflictividad. Igualmente, la tecnología alimentaria, ha permitido la revolución y masividad en la disposición de los alimentos como nunca en la historia de la humanidad. Nunca antes las  personas habían tenido a su disposición la cantidad y calidad de alimentos que hoy disponen. De tal modo que, una precariedad tan trivial y universal como el pan nuestro de cada día, hoy ha perdido relevancia subjetiva en las conciencias personales por su masiva y universal disponibilidad.

Un párrafo especial es el que merece la tecnología médica. Enfermedades que no tenían cura ni tratamiento de mitigación, hace treinta, veinte o diez años; hoy lo tienen. El problema es que hay que pagarlos y generalmente corresponden a tecnologías onerosas. Eso genera un sentimiento de ansiedad enorme cuando está fuera del alcance financiero del paciente. Y la sensación de desigualdad se manifiesta con los pacientes que si tienen los medios para pagar. Legitimo o ilegítimo, justo o injusto, aquello genera intensas pasiones y malestar.

  1. La deformación de la percepción subjetiva de los límites personales

Los fenómenos de la tecnología moderna que he mencionado en el apartado anterior tienen un impacto global que aún no se ha dimensionado, pero que ya se ha manifestado en la conflictividad social. Indignados de España, Chalecos amarillos de Francia y el conflicto gatillado el 18/10/19 en nuestro país.

La consecuencia del facilismo tecnológico expresado precedentemente es una autopercepción deformada de los límites personales. Había una publicidad de un Banco comercial que decía “Lo quieres; Lo tienes”. Es aquella una utopía presente. De modo que si yo pienso y digo; “Chile tiene que cambiar para que mis deseos se hagan realidad” eso debe ser realidad si o si; sin discurso, sin reflexión, sin dialogo, sin conexión con los medios ni sus consecuencias. Es quizá lo más grave de esta crisis: su completa irracionalidad y voluntarismo en el discurso (o seudo discurso).

  1. La convergencia de deseos y expectativas desbocadas, en un contexto de tecnología que las hace posibles

Este último apartado de la “crisis de los deseos” es un fenómeno que afecta a las élites: Las élites políticas y sociales reciben las “demandas sociales” y reaccionan demagógicamente con la misma  irracionalidad de las masas. Existe una confianza casi mítica en que las cosas se arreglarán en el camino, porque la tecnología financiera o de otro ámbito, no tendría límites. Es cuestión de “echarle para adelante”.

Es oportuno en esta parte recordar los discursos del ex presidente de la Fed norteamericana Allan Greespan antes de la debacle de la crisis sub prime. Cuando le presentaban las evidencias de que existía una total irracionalidad en la administración financiera de la banca, con expectativas desbocadas, su reacción era, “se solucionará solo porque siempre se soluciona”.

A mi juicio hoy el gobierno y las élites políticas apuesta a lo mismo que Greespan: basta crear prosperidad y las cosas se solucionarán solas (“es la economía, estúpido” Clinton dixit)

Pero basta una reflexión racional para darse cuenta qué la zanahoria colgada en la frente del borrico, no calmará al borrico. Por el contrario, débil de autocontención el chileno, a mayor prosperidad, mayores deseos, angustias, rabia y rebeldía.

 

  1. La demolición del rol represor del Estado

 

  1. Que es el Estado moderno

Sociedad, es una palabra equivoca para identificar a la colectividad humana. Palabra de connotación jurídica que se deriva de una concepción ideológica teórica de dudoso fundamento, nacida en los orígenes del liberalismo. Según Rousseau existió en el origen de los tiempos un contrato social, que ha hecho nacer a la “sociedad”. Pero en verdad, en los colectivos humanos existe desde siempre, tanta sociedad como disociedad; es decir, individuos que respetan los derechos de los otros que comparten esa colectividad, y personas que no lo hacen. Los humanos nos relacionamos colectivamente desde tiempos inmemoriales no por un pacto teórico que nunca existió. Hemos aprendido con muchos accidentes, a convivir para hacernos el menor daño posible y maximizar nuestras vidas. El derecho es una creación humana destinada a hacer posible la vida en común. El surgimiento de la modernidad ha hecho que los colectivos humanos sean progresivamente más complejos y el Estado moderno, es una herramienta jurídica donde los individuos se desprenden de la potestad de usar la fuerza unos contra otros, entregándole esa potestad en exclusiva a este ente impersonal que es el Estado. El Estado puede y debe ejercer el uso de la fuerza coercitiva de manera monopólica y excluyente. En términos más explícitos, el Estado ejerce una acción que impide que todos hagan su voluntad, pero debe hacerlo a través exclusivamente del derecho. El derecho es entonces la potestad coercitiva del Estado que debe someter la voluntad de los individuos, quiéranlo estos o no lo quieran, a las prescripciones de conducta que el colectivo se ha dado. ¿Cómo llegaron a instalarse esas prescripciones de conducta? La respuesta a esa pregunta dependerá del tipo de gobierno que esa sociedad se ha dado, o se le ha dado. En el caso de Chile existe un consenso unánime (al menos exteriorizados) que esa forma de gobierno debe ser una república democrática. ¿Qué queremos decir con que sea una república? Pues que está regida por leyes y normas derivadas de las leyes, que existen para el caso general y no particular, normas que rigen para todos y con anterioridad a la ocurrencia de las conductas que rigen. ¿Qué queremos decir que sea democrática? Que esas leyes y normas derivadas coercitivas fueron establecidas y controladas en cuanto a su vigencia, por un cuerpo de delegados y representantes de la colectividad donde imperan. El Estado moderno, creación relativamente reciente de no más de tres siglos, se ha ido complejizando a medida que la sociedad se ha ido complejizando. Su historia corre desde que la humanidad tenía 500 millones de habitantes hasta los tiempos que corren que somos 7500 millones de habitantes. La técnica moderna, que en otros aspectos ha facilitado la vida de los humanos en el planeta, ha complejizado más aun la vida cotidiana; y esta creación jurídica que es el Estado, ha debido irse ajustando a los nuevos escenarios. Una tercera dificultad, ha sido la velocidad vertiginosa que ha ocurrido el cambio, lo que hace particularmente inestable los equilibrios que el Estado pretende imponer. Más aun como pasaré a describir, cuando es afectada por los sofisticados procedimientos de guerra psicológica.

  1. La doctrina de los Derechos Humanos

Los derechos humanos, no es solamente como pudiera pensarse inicialmente, un cuerpo de leyes o normas codificadas, tal como se encuentran jurídicamente sancionada por cuerpos colegiados internacionales de gobernanza global (NU, “Declaración Universal de los Derechos del Hombre” y OEA “Convención Interamericana de Derechos Humanos”). Es más que eso; es una doctrina. Y más que una doctrina; una doctrina intangible. Una doctrina es un cuerpo de ideas. Que se asuman como verdad intangible, quiere decir que no pueden tocarse, ni ser sometidos a cuestionamiento. Tienen, en el colectivo especialmente en las elites, una condición sacrosanta amparada básicamente en su génesis. En efecto, esta doctrina ha nacido a reacción de episodios históricos pretéritos entendidos como caóticos y/o injustos que ha sufrido la humanidad, y que a través de esta doctrina se han pretendido dejar atrás, evitar y prohibir para siempre. Me refiero a la revolución francesa que ideológicamente construyó la idea que dejaba atrás tiempos oscuros, injustos y por ende proscritos; y los acuerdos posteriores a la segunda guerra mundial, donde los vencidos fueron definidos como el mal en la tierra, mal erradicable a través de someter a la comunidad internacional a un código de conducta global, que los derechos humanos, con sus prohibiciones implícitas, harían posible.

En los tiempos que corren, revelar la fragilidad conceptual de los derechos humanos que pasaré a relacionar, es como poner en cuestión que el sol giraba alrededor de la tierra en épocas de Copérnico. Su condición de verdad incuestionable nos hace, a los que impugnamos esta doctrina, herejes y parias intelectuales. Aun así, procedo.

Mi primera cuestión sobre los derechos humanos o del hombre y del ciudadano, es de carácter semántico: es una tautología. No existen derechos no humanos ni que afectan a un ente que no sea hombre. Hacer presente esta cuestión, no es baladí ni un recurso retórico para epatar al burgués. Cualquiera puede darse cuenta de aquello: los animales, las plantas y las piedras del camino no tienen derechos. No porque tengan una condición existencial inferior al hombre, sino esencialmente porque no pueden ejercerlos. No son capaces de alegar su titularidad. Esta inicial confusión tiene consecuencias como señalaré más adelante.

Los derechos humanos codificados en las convenciones señaladas no son nuevos. Quiero decir no nacieron con la Declaración Universal de la NU ni en la Convención republicana francesa. Existían antes, en muchas sociedades, tan sofisticadas y complejas como la contemporánea. Esta pretendida autoridad fundacional se sostiene en una utopía que es el soporte de la modernidad: La utopía del progreso universal, que a su vez la soporta otra creencia: Nosotros los contemporáneos estamos en el bien y dejamos el oscuro mal atrás y todo cambio es progreso, es decir mayor bien.

Los derechos humanos son conceptualmente una entelequia incompleta. Todo derecho supone dos personas: un sujeto activo; el que ostenta el derecho, y un sujeto pasivo; el que soporta el derecho o tiene el deber correlativo. Un código jurídico serio y destinado a imperar eficazmente tal como el Código Civil chileno redactado por Andrés Bello, define claramente las conductas y define claramente los titulares de los derechos y quienes deben soportar los deberes que implican esos derechos. Ni la Declaración Universal acordada por las Naciones Unidas ni la Convención interamericana de Derechos Humanos acordada en la sede de la OEA, codifican claramente las conductas, ni identifican a los sujetos pasivos de cada uno de los derechos. Más grave aún, ordenan a los Estados miembros que penalicen – y lo hacen con penas gravísimas- conductas que son tipos penales abiertos, esto es, conductas cuya identidad con la norma es materia de juicio absolutamente subjetivo. Un solo ejemplo: se proscribe el “trato degradante a los detenidos”. Ser detenido es de suyo degradante. Me pregunto, ¿Cómo lo hace un agente de orden y seguridad para detener a un delincuente -medida esencialmente de fuerza- sin que el trato sea degradante?

La cuestión no es trivial porque esta misma vaguedad, indefinición y carencia de identidad de los obligados a los derechos codificados, impone una parálisis al sistema punitivo de los estados miembros. Por esta razón, de la Convención Interamericana de Derechos Humanos, no forman parte Estados nacionales serios y que tienen claro por qué y para qué gobiernan. Me refiero a Estados Unidos, Canadá, Cuba y Venezuela. Estados Unidos incluso, después de usar y abusar de las condenas por violaciones de derechos humanos en el seno de las Naciones Unidas contra sus enemigos políticos, recientemente y después de la designación de Bachelet como Alta Comisionada ha denunciado y ha dejado de ser parte, de esa comisaría, declarando unilateralmente que no se someterá a sus dictados.

Es tal la subjetividad y los criterios no jurídicos que animan la praxis de la burocracia elítica que coopta estos organismos, que hay derechos humanos codificados en las convenciones vigentes, que por no ser funcionales a las agendas políticas en curso, patrocinadas por los mismos organismos dependientes de Naciones Unidas, simplemente no se aplican como si no existiesen. Por ejemplo, prescribe la CIDH que toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción. Sin embargo los mismos burócratas de las NU en la convención de derechos sexuales y reproductivos promueven con carácter coercitivo el aborto, que viola el derecho a la vida del que está por nacer, aplicando graves sanciones a estados africanos que se ha resistido a legalizar el aborto. Además, ha proporcionado el soporte ideológico para corromper nuestro derecho penal interno, al hacer posible que se apliquen penas gravísimas a personas a quienes se les han imputado conductas que no han sido acreditadas en juicio justo, violando principios fundantes del derecho penal como son, la prescriptibilidad de los delitos y de las penas, las leyes reguladoras de la prueba, el principio de inocencia, el principio no puede existir condena si a la fecha de la conducta esa conducta no era delito etc. etc. Todos ellos principios jurídicos fundantes de la paz social existentes desde el derecho romano.

Nuestra ex presidenta Michel Bachelet, para pavimentar una agenda personal que la llevaría a presidir el Alto Comisionado de Derechos Humanos con sede en Ginebra, promovió el año 2009 la creación del Instituto Nacional de Derechos Humanos, como persona jurídica de derecho público con personalidad jurídica y patrimonio propio, financiada con los impuestos de los chilenos pero también con financiamiento internacional (es decir una cabeza de playa de las influencias foráneas al régimen político interno). Este INDH cooptado por burócratas generosamente remunerados, que nadie ha elegido democráticamente, desembozadamente y sin ningún argumento jurídico válido, solo consideran sujeto pasivo de los derechos humanos al Estado. Pero además solo atienden las transgresiones del Estado que afectan a quienes les son políticamente afectos, proyectando en su proceder un talante profesional, a un quehacer totalmente discrecional, arbitrario y que viola el artículo 7 de la Constitución, negando su intervención cuando las trasgresiones, por evidentes que sean, afectan a víctimas que no comparten su agenda política. Este organismo dotado de enormes medios económicos y al albedrio de poderes foráneos a la república, ha demostrado que es capaz de neutralizar el rol de las fuerzas de orden haciéndolas completamente estériles para controlar el orden público. He aquí la causa del descontrol absoluto que ha destruido la convivencia en Chile desde los inicios de la crisis.

Hemos visto por la televisión funcionarios remunerados por el Estado, observando reventones de violencia criminal en la calle, ocupados en verificar las conductas de los policías que resisten la violencia criminal y protegen la paz social. Los delincuentes transgresores atacan violentamente a la policía buscando destruir la integridad física de los agentes de orden, pero esas violaciones de derechos humanos no son objeto de denuncias ni de interés por estos burócratas del INDH. Completa este sainete los periodistas que martillan el cerebro de los telespectadores repitiendo (los contabilicé) más de sesenta veces una escena donde policías se defienden de la turba.  Una escena surrealista que insulta la racionalidad de los ciudadanos y es promesa de caos.

En resumen: Los derechos humanos elevados a las alturas de dogma sacrosanto, no son más que un código jurídico deliberadamente impreciso y vago, destinado a ser usado por las potencias y por burócratas para desarrollar agendas políticas antidemocráticas, satanizando a quienes se opongan a esa praxis. Los criterios para poner el pulgar hacia arriba o hacia abajo en materia de los llamados derechos humanos, está discrecionalmente en manos de burócratas que nadie ha elegido democráticamente y que tienen la mayor disposición a enjuiciar y a condenar a naciones pequeñas y sin poder global como la nuestra, estando presionados por el cabildeo opaco que supone este tipo de organizaciones generosamente financiadas por poderes que ningún chileno controla. La adhesión a estas convenciones internacionales supone una enajenación del poder soberano de la República de Chile a niveles que comprometen la libertad personal de todos sus habitantes.

  1. La guerra, continuación de la política por otros medios

El título de este capítulo es, como se sabe, un apotegma formulado por el teórico de la Guerra Carl Von Clausewitz. La guerra consiste – Von Clausewitz dixit- en imponer la voluntad al enemigo usando como medio, la máxima fuerza disponible, privando al enemigo de su poder. La política en cambio debería ser, imponer la voluntad al contendor, usando como medio la persuasión racional. Es esa la diferencia de medios a que se refiere Von Clausewitz.

Cabe preguntarse si es posible sostener o creer, luego de 22 días de violencia organizada, que el fenómeno que analizamos es un mero estallido de malestar de un porcentaje de la población carenciado al límite de lo tolerable. No hay ningún dato serio que avale esa creencia. Es más, nunca en la historia de la república había estado menos carenciado de lo esencial para la vida humana. Lo que hay en curso es una sedición más o menos organizada, por causas y con agendas difusas que pretende interrumpir el mandato del gobierno constituido.

La andanada de críticas -desde la extrema izquierda hasta el Comandante en Jefe del Ejército- que recibió el Presidente de la República cuando señaló que estábamos en guerra luego de que el lumpen azolara Santiago, demuestra la mala fe o la incultura semántica de toda nuestra clase política; y en el caso del jefe del ejército, su deslealtad para con el primer mandatario, porque resulta imposible que un militar no sepa lo que es la guerra. Dicho eso, el estado en que se encuentra hoy el País es el siguiente: Se trata de imponer por parte de los sediciosos, un cambio político al gobierno elegido democráticamente que recibió un mandato constitucional, a través del uso de la mayor fuerza disponible, privando al enemigo (el gobierno) de su poder (la fuerza pública y los estados de excepción constitucional).

El gobierno recibió un apoyo electoral en base a una declaración de principios y objetivos expresados en un programa, pero el Presidente en el afán de congraciarse con los sediciosos, ha optado a lo Groucho Marx, por manifestar su total disposición a cambiar esos principios por los que los sediciosos o la oposición crean conveniente.

Quienes encabezan esta sedición, no pretenden imponer la voluntad al contendor, usando como medio la persuasión racional, sea porque no tienen razones, o sea porque las razones que tienen han de ser impresentables por impopulares ya que no las explicitan. Los sediciosos usan recursos semánticos fragmentarios para poner énfasis en los errores y contradicciones del actual estado de cosas, pero eluden sistemáticamente proponer el curso de acción que ellos creen debe imponerse, conforme al ideario que los motiva.

El actual estado de cosas se sustenta en un ordenamiento jurídico expresado en la Constitución vigente. Obviamente la Constitución es pública, se puede leer y entender lo que dice. Si yo digo “Nueva constitución”; estoy diciendo que rechazo la vigencia del actual texto, pero no expreso que es lo que quiero en su reemplazo. Esto, sumado a la sumisión que el Presidente ha manifestado para con los sediciosos, auguran una debacle de la República. Esta transgresión que la mayoría electoral y la ciudadanía pacífica es víctima, sumado a la inexistencia de liderazgo, propicia el aumento de violencia, del caos, de la pobreza y la destrucción de una obra de progreso inédita en la historia de nuestro país.

  1. El caos como medio de descompresión de emociones autodestructivas

En un libro del filósofo y pensador alemán Ernst Jünger que intituló “Tormentas de Acero”, me impresionó el relato del primer capítulo, donde el autor describe el día exacto en que el Imperio alemán declaró la guerra, que el mundo conocería como, la Primera Guerra Mundial. La escena descrita se me ha quedado grabada. El autor era apenas un muchacho en edad de ingresar a la universidad. Disfruta del corto verano prusiano. Estaba ocupado en observar a un obrero que reparaba un tejado. La noticia llegaba de boca a boca dado que la radiotelefonía era entonces limitada. Retrata el momento en que la civilización occidental, cuyo centro era Europa, y uno de los núcleos de inteligencia de aquella Europa era precisamente Prusia; había alcanzado su cenit. La reacción colectiva que describe no puede ser más desconcertante. Aquellos hombres y mujeres, teniéndolo todo en el sentido humano – prosperidad, cultura, arte, ciencia, pacífica convivencia nacional-, hombres cultos y prósperos; a la voz de guerra y destrucción, masivamente salen a las calles exultantes de alegría. La guerra: Promesa de destrucción, muerte y desolación, los torna eufóricos. El obrero deja el martillo en el tejado y sonríe al ver la alegría de los jóvenes que pronto serían guiñapos de sangre y barro en medio de las trincheras. Hago mención esta anécdota lejana del tema central, para ilustrar lo que muchos políticos contemporáneos por estulticia no toman en cuenta. La paz no es eterna y no es siempre deseada por la colectividad humana. El buenismo nacido con la post segunda guerra nos ha inculcado la falsa idea de la paz y progreso perpetuos y gratuitos.

Esta emoción que hace presa de las personas de toda época y de toda cultura, los antiguos griegos ya la habían bautizado: El tánatos. Sigmund Freud en un esclarecedor ensayo, recupera este concepto para la ciencia social contemporánea; El instinto de muerte[7]. Un apetito hacia un estado de tranquilidad total, que propicia retornar al estado inorgánico previo a la existencia. El supremo hastío con la vida cotidiana. “Paren que yo me bajo”, pareciera ser la descripción de esa emoción, que con su contrapunto; el eros, el instinto de vida; conformarían los dos instintos básicos de la humanidad y de la naturaleza toda. En el estallido de violencia iniciado el 18/10/19 hay algo de esto. El caos que gatillan las personas es la expresión de un espíritu autodestructivo. Uno de los pocos formalizados por la destrucción del metro es un profesor universitario, culto y amante de la música clásica. El supremo hastío parece ser su motivación.

Podemos conjeturar las características del hombre ideal de la democracia; racional, empático, previsor, responsable de la consecuencia de sus actos, respetuoso de los derechos de las minorías, cultor del orden y armonía familiar, trabajador y amante de la paz. Este modelo no comporta ese espíritu obscuro que nos depara el tánatos. Pero la realidad a menudo nos demuestra que este maniquí democrático no coincide con el hombre real. Novelistas de la talla de Flaubert, Wilde, Thomas Mann, David Foster Wallace, Hollebeck; describen el colapso del espíritu de sus personajes, cuando el orden, la normalidad, y el aburrimiento los rodean como un enemigo pone sitio a una ciudad amurallada. Ambiente espiritual que los impulsa a conductas destructivas o auto destructivas.

En un mundo domesticado, que quiere instituir cárceles que sean centros de “reinserción” de los delincuentes; mundo donde los transgresores sociales son considerados enfermos que deben ser sanados; donde la pena de muerte se le considera un crimen social; los conductores de la sociedad, pasan a ser algo así como una autoridad materna que impide explotemos nuestras potencias destructivas.

¿Cuáles han sido los “remedios” a las conductas transgresoras de las élites maternales?:

  • Una buena educación. Cuando algún patético violentista de la barra brava del colo colo o de boca juniors, reciba una buena educación, mutará en un buen ciudadano.
  • Al explicar con buenas razones que educación gratuita para universitarios es objetivamente injusta para los desamparados, los indignados que lo demandan desistirán.
  • Desincentivar al trasgresor violentista con leyes penales severas, actuará como inhibidor de aquellas conductas en sus seguidores.

Si ejercemos el juicio racional, en el fondo insobornable de nuestra conciencia, sabemos que aquello no sucederá. El violentista lo es por libre convicción; el indignado que demanda gratuidad, le importan un bledo los pobres; el que demanda el fin de las AFP no le interesa saber cómo solucionarle la vida a los demás; quiere para él una pensión satisfactoria.

Entonces; ¿los hombres racionales que conducimos y gobernamos nuestras vidas, conforme a pautas de conducta empáticas, estamos condenados a ser avasallados por los trasgresores?

Debemos asumir lo que la sociedad es – el ethos social-, desechando la visión mirífica de lo que desearía que fuese. Ortega y Gasset[8] señala que la sociedad es tan constitutivamente el lugar de la sociabilidad como el lugar de la más atroz insociabilidad, y no es en ella menos normal que la beneficencia, la criminalidad. El Estado es siempre y por esencia presión de la sociedad sobre los individuos que la integran. Consiste en imperio, mando; por tanto, en coacción, y es un «quieras o no».

¿Qué tiene que ver esto con nuestro dilema? Pues todo. Son los trasgresores sociales, el elemento masculino del colectivo, que desafía al conservadurismo femenino de las instituciones políticas miríficas que hoy nos rigen o pretenden regirnos. Esto porque los trasgresores administran el tánatos social. Y por ello son los dueños del espacio público.

En mi opinión, la clave es invertir esta cuestión para evitar que la insociabilidad sea la dueña de la calle. El poder jurídico del Estado debe ser dueño y administrador del tánatos.

Los llamados “movimientos sociales”, la mayor parte de las veces son grupos de presión que abogan por prebendas que por regla general conculcan o afectan los derechos del resto de la sociedad. Existen y están en proceso de expansión, por mera tolerancia del aparato jurídico estatal. Incluso, los gobernantes “maternales” saludan estas “expresiones del sentir de las calles” como una mamá que permite al niño jugar con barro para que libere su energía. Demagogos incentivan a inadaptados patéticos en reventones de violencia callejera, proponiendo a masas ignorantes e irresponsables con la consecuencia de sus actos, decenas y después centenas de iniciativas de destrucción del tejido social.

Creo que no podemos suprimir el “espíritu de muerte y destrucción” latente en la sociedad porque está en la íntima y profunda naturaleza humana. La cuestión consiste en quien administra el tánatos de la sociedad. Las disyuntivas no son por ideas. Desde luego los demagogos se niegan a dar razón sobre sus propuestas. La cuestión es, quien se erige en el perro alfa de la sociedad: Si es el orden o es el caos.

El Estado, el poder jurídicamente constituido, debe recuperar su rol de “papá” de la sociedad. Esta actitud meliflua y mirífica del poder político formal, nos tiene de cabeza. ¿Mi propuesta? La PAX republicana. Resucitar el respeto sagrado por la ley escrita. Disuadir, pero también castigar a los transgresores. Desempolvar instituciones en desuso como la prevaricación. Penalizar a jueces y funcionarios públicos que han sido parte de este espíritu tanático de la sociedad, que han dejado de aplicar la ley coercitiva. Recuperar para el Estado el monopolio del uso de la fuerza. Deshacernos de tratados internacionales que condenen al Estado chileno a la inanidad. Convencer a las masas, que ese monopolio es su salvación. De hecho, es la única salvación de los débiles.

Esta “receta” no es nada nuevo. Los romanos la aplicaron durante 500 años que duró su civilización. Los chinos la aplican hoy. Japón y Singapur del mismo modo. Es cuestión de tiempo. Cuando el Karma del caos se acumule, la sociedad retomará violentamente su orden. Mi propuesta apunta a racionalizar la reacción y hacerla precisamente menos violenta.

 

Noviembre de 2019

 

[1] Grosso modo: Ante una decisión de autoridad de subir el precio del pasaje del transporte público, alguien -no se identifica aún quién-, a través de las redes sociales de intercomunicación, convoca a rebelarse a esta alza, evadiendo masivamente los torniquetes de acceso. La masiva respuesta de los receptores de esta convocatoria es acoger lo propuesto, generando un caos en el sistema de transporte.  La autoridad responde cerrando el acceso a las estaciones del metro. Con las estaciones sin público, en una acción coordinada – no se identifica aun por quienes – se atenta contra la casi totalidad de las estaciones del metro con aparentemente sofisticados medios incendiarios de destrucción, y los autores logran destruir completamente más de dos decenas de ellas, dañando otras en grado menor. Paralelamente se generan disturbios callejeros, marchas de peatones, afectaciones a la propiedad pública y privada por parte de muchedumbres, principalmente anónimas y sin un liderazgo explícito. Estos disturbios tienen una afectación en grado heterogéneo. Van desde incendios provocados a centros de distribución por delincuentes presuntamente coordinados y enfocados a paralizar la distribución de insumos básicos, pasando saqueos de rapiña motivados por el caos que se vive, destrucción irracional (sin un propósito deducible) de propiedad pública y privada, paralización del desplazamiento dentro de la ciudad, y muchos, muchos, muchos, mensajes pintados sobre muros de la propiedad pública y privada, alusivas a la rebelión, de carácter irracional (no sostenibles por un discurso racional) solicitando bienes y servicios gratuitos y afectando la dignidad de la autoridad legalmente establecida, cuestionando su legitimidad. Ante los hechos la estructura formal del Estado reacciona con perplejidad, ineficacia y sentido de culpa.

 

[2] Digo modelo entre comillas por cuanto, como señalaré más adelante me parece una fórmula de explicación de la realidad política y social, que es equívoca.

[3] La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo

[4] Aporte de la Corona a los habitantes del Reino de Chile para sufragar la Guerra de Arauco

[5] Ausencia de normas

[6] Así se llama el título de una de sus obras

[7] Mas Allá del Principio del Placer; Sigmund Freud

[8] La Historia como Sistema

Fuente: http://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/

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