4 marzo, 2025
por Magdalena Merbilháa
El “Estado deidad” se levanta desde un “montón de burócratas” que hacen las veces de tentáculos y que evidentemente, por la ley de rendimientos decrecientes, pasan a ser “burrócratas”.
Esta semana tras “el apagón”, lo que llamamos “permisología” se nos apareció. Las inversiones necesarias para evitar lo que vivimos la semana pasada fueron frenadas por literalmente miles de papeleos. De hecho, la proyectada y necesaria línea de transmisión eléctrica Kimal-Lo Aguirre, que debía iniciar su construcción en 2022, está frenada en su evaluación ambiental por más de 5 mil permisos sectoriales. Esto es una locura, parece la octava prueba de «las 12 pruebas de Asterix» llamada la casa de Orates. En esa prueba, llamada también “la casa que enloquece”, los protagonistas sólo tenían que conseguir el formulario A38. Este era un lugar en el que trabajan burócratas inútiles que siempre redirigen a sus clientes a otros burócratas igualmente inútiles. Es decir, tarea imposible. Algo parecido a la idea del “Ministerio de Circunloquio” que aparece en “La Pequeña Dorrit” de Charles Dickens, una caricatura muy real, como siempre son las caricaturas, de la ineficiencia estatal. Lo terrible es que esto que parece gracioso, no lo es.
Chile no crece y esta excesiva y estúpida burocracia es parte del problema. Hay una intención ideológica sin duda, esa loca idea de “decrecer” de algunos, ese sueño de cambiar el modelo. Hay, también, “funcionarios apernados y acomodados” vegetando. Hay procedimientos y fiscalizaciones que requieren más procedimientos y nuevos fiscalizadores. La realidad supera la ficción y esto es peor que la casa que enloquece de Asterix y mucho peor que el absurdo e inútil ministerio de Dickens, que literalmente no hace nada. Esto es real. “5 mil permisos sectoriales” para algo que el país necesita. Esto es una locura, un total absurdo, por donde se lo mire. No es solo burocracia, es “burrocracia”.
La RAE define burocracia como “organización regulada por normas que establecen un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos que le son propios”. Del mismo modo, se refiere a burocracia como el conjunto de servidores públicos, a la influencia excesiva de los funcionarios en los asuntos públicos (burocratismo), administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas. Es decir, en la definición ya está la “burrocracia” ineficiente que vive de nosotros y no sirve para nada.
La burocracia es algo inventado en Francia desde la concentración del poder absolutista, exacerbado desde las ideas socialistas de la Revolución Francesa y consolidado por Napoleón Bonaparte con su idea de Estado garante. No se trata simplemente de los funcionarios de un Estado, que siempre han existido, sino de generar una presencia permanente, casi omnipotente del Estado, ya que éste se levanta entonces, como un “nuevo Dios”. Junto con esta presencia “casi omnipresente”, y que quisiera ser “omnisciente”, se busca colectivizar las responsabilidades, para enfatizar esa idea propia del socialismo que intenta convencer de que “el Estado somos todos”. De hecho, no lo somos.
El “Estado deidad” se levanta desde un “montón de burócratas” que hacen las veces de tentáculos y que evidentemente, por la ley de rendimientos decrecientes, pasan a ser “burrócratas”. Cada funcionario adicional no aporta al servicio a las personas, va perdiendo eficiencia. De hecho, ya en el siglo XVIII Jean Claude Marie Vincent de Gournay se refirió a estos “funcionarios de escritorio con poder” como un problema y agregó: «Tenemos una enfermedad en Francia que seriamente intenta obstaculizar nuestros esfuerzos; esta enfermedad es llamada burromanía». De ahí el uso de la palabra francesa bureau (escritorio) y la palabra griega, kratos ( gobierno o poder) como un modo peyorativo. En 1765 el enciclopedista alemán, el barón von Grimm constataba el problema francés, explicando “aquí las oficinas, los funcionarios, secretarios, inspectores e intendentes no son nombrados en sus puestos para beneficiar el interés público. En realidad, parecería que el interés público ha sido instaurado para que las oficinas puedan existir». Ya entonces había “burrocracia”.
Benjamin Disraeli, primer ministro británico de la era victoriana, definía burocracia como “algo muy francés”. Y sin duda, esa visión francesa, socialista y burocrática, se impuso en Latinoamérica tras las independencias. Es una “enfermedad enquistada”, que ha hecho y hace, mucho daño. La colectivización de las responsabilidades de la burocracia, lo que Hannah Arendt llama la “banalización del mal”, es lo que explica que nunca hay responsables, ya que las tareas se dividen en fracciones, “supuestamente” para eficiencia, lo que no suele ser así. La excesiva burocracia ha demostrado ser algo malo, ya que no permite crecer y mata cualquier posible innovación. Fiscalizar puede ser necesario, pero no puede apretar hasta evitar que el fiscalizado respire. Los proyectos necesarios para Chile son frenados por este mecanismo “burrocrático” que además, está empapado de visiones ideológicas contra las empresas privadas y ese añorado sueño del gran colectivo “el estado Dios”. Una idea que busca negar la realidad y crear un nuevo hombre en un nuevo orden. Simplemente perverso y muy estúpido, digno de “burros”.
Fuente: https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/la-burrocracia/
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