3 septiembre, 2024
por Magdalena Merbilháa
La deshonestidad permeó el país con el discurso de la “justicia social” que no es más que una excusa para justificar el robo. Tras esto la exculpación de la teoría del empate, “ahora me toca a mí”, fue poco a poco corriendo el cerco y justificando lo injustificable.
Nuestro país despertó del sueño dogmático de ser un país honesto en el que la corrupción no permeaba. Esa idea de ser diferentes en Latinoamérica, un lugar donde la honestidad, la ley y las instituciones funcionaban. Lo cierto es que en el último tiempo ha quedado evidencia que no era así y que las malas prácticas habían permeado a la sociedad como un todo.
No sólo eran los políticos y poderosos como algunos tratan de establecer, sino que Chile siempre ha sido la tierra del “vivo”. No es por estar despierto, sino que siempre ha habido una especie de admiración por “quien la hace”, es decir, el “trucho” o “chanta” que no lo “pillan”. Sabemos que Chile es tierra de ladrones, de hecho, los exportábamos. Los carteristas de muchas partes en el mundo eran y son “made in Chile”.
Lo que sí era cierto es que las instituciones parecían funcionar, pero poco a poco las manzanas podridas fueron penetrando muchos lugares y haciendo lo suyo, pudriendo a otros. La corrupción es como un cáncer que avanza y hace metástasis. La deshonestidad permeó el país con el discurso de la “justicia social” que no es más que una excusa para justificar el robo. Tras esto la exculpación de la teoría del empate, “ahora me toca a mí”, fue poco a poco corriendo el cerco y justificando lo injustificable.
El caso Hermosilla, un “chanta de tomo y lomo”, que creyó que por codearse con poderosos era intocable. Los involucrados en las “fundaciones truchas” que por estar en el poder sabían que no les pasaría nada y no les ha pasado nada. La idea que las responsabilidades en el Estado se diluyen y, por tanto, si todos son responsables, nadie lo es. Lo que ha hecho que el ministro Montes no dé cuenta de las manzanas podridas de su propia cartera. Y como él tantos otros. En Chile pareciera que no hay responsabilidades políticas ante hechos que son evidentemente reprochables y condenables.
Pero esto es a todo nivel en el país. Los trabajadores, tanto del sector público como del privado, presentan licencias falsas, para justificar su probable incompatibilidad con el trabajo. Nunca se sanciona a nadie, tal vez cada muerte de obispos a algún médico que da la licencia falsa. Nunca a los trabajadores que abusan de esta instancia. Con las nuevas leyes de convivencia laboral, que carecen de sanciones para quienes mientan, “los chantas” harán cacería de brujas contra quienes por cualquier razón no sea de su agrado.
Chile es un país donde el “vivo” ese que se salta la cola, es vitoreado, no abucheado. Los alumnos de jactan de copiar o hacer “copy paste” de trabajo de otros, plagiar. Un lugar donde quien plagia puede ser luego ministro. Chile olvida y lo hace rápidamente, lo que permite que el ladrón, la haga, espera y luego vuelva en gloria y majestad a gozar de los frutos de su viveza. El robo, de hecho, si no te pillan es deseable y visto hasta como signo de inteligencia. Con esa mentalidad estamos condenados.
El caso Hermosilla, ha golpeado a la opinión pública. Hubo quienes intentaron aprovechar esto para fines políticos, intentando establecer que era la “corrupción de la derecha” y era la corrupción de todos. Los Hermosilla son tradicionales hombres de izquierda y claramente, no están dispuestos a caer solos. Muchos estaban involucrados. De hecho, Juan Pablo Hermosilla mandó a “ubicar” al gobierno frente a sus criticas ya que como dijo: “Tienen tejado de vidrio en materia de corrupción”.
Dejó claro que tenía mucha información, incluida la relacionada con la recolección de firmas para que Gabriel Boric fuese candidato. Era bastante evidente que era imposible juntar esa cantidad de firmas en el tiempo que lo hicieron, sin embargo, entonces nadie cuestionó lo evidente. Claro, si ya nada es evidente. Para ellos, el deseo hace la realidad y se es lo que se siente. Esto no sólo para el llamado género, sino para todo aspecto humano.
El problema otra vez es que cuando perdemos la noción de verdad, ya no hay bien o mal objetivo y por ende para algunos puede ser bueno mentir respecto a las firmas. Para ellos el fin justifica los medios. Sin verdad, no hay bien y entonces la podredumbre comienza a dispersarse y generalizarse. Robar es siempre malo. Mentir es siempre malo. Matar es siempre malo y así con cada uno de los Diez Mandamientos, base de toda civilización.
Casi todas las culturas concluyen un canon más o menos similar a los Diez Mandamientos como base civilizatoria. Por tanto, relativizarlos implica que estamos podridos y la podredumbre contagia y avanza. Eso es lo que sucede con el cajón cuando hay una manzana podrida.
Fuente: https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/la-manzana-podrida/
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