Guillermo Jaramillo
Filósofo
“Por eso, a un ladrón al cual yo no puedo dañar sino recurriendo a la ley cuando ya me ha robado todo lo que tengo, puedo, sin embargo, matarlo, aunque sólo quiera robarme mi caballo o mi gabán.”
J. Locke
La propiedad privada en su noción más general, es comprendida como un bien legalmente reconocido, por medio del cual una persona puede hacer uso o goce de un objeto. Para Locke la propiedad privada, es una suerte de posesión y dominio ejercidos por un trabajador quien, a través de su actividad con el objeto natural, legitima que éste sea suyo y no de otro. La propiedad privada significó para él una ruptura del hombre con el Estado de naturaleza, en el cual los bienes eran comunes a todos, para dar paso a un Estado civil donde existiría una regulación en el dominio territorial.
Actualmente la noción de propiedad privada y la noción de riquezas, son atacadas por narrativas tendenciosas que identifican en el rico a un tirano, en el poder despotismo y en la autoridad tiranía. Gracias al monopolio de las ideas y a una visión reduccionista de la filosofía, se impuso subrepticiamente la idea del igualitarismo económico como la mejor forma de combatir “las injusticias sociales”. Los socialistas han vendido ejemplarmente su idea de “justicia”, mostrando la desigualdad de ingresos como la mayor enemiga de la humanidad.
Latinoamérica (particularmente Chile), atraviesa una crisis sobre lo que concierne a la propiedad privada, sufriendo ideas como la redistribución de riquezas. El gobierno chileno a través del tribunal de alzada de la quinta región y posteriormente la Corte Suprema, favorecen con su falta de rigor en contra de la usurpación, al ofensor antes que a la víctima. Un caso como el de los hermanos Miranda Hernández, que pudo resolverse con el apoyo de los carabineros desalojando a los invasores, hoy sirve de precedente para los futuros usurpadores, quienes, gracias a la flaqueza de la legalidad intentarán contra el derecho de propiedad, apropiarse de los bienes ajenos.
Los antes llamados “grupos minoritarios indígenas”, hoy son privilegiados con una nueva reforma agraria; gracias a la cual no podrán gravar, enajenar o disponer con autonomía de sus territorios, sobreponiéndose la tradición indígena a la tradición comercial nacional. ¡La vuelta al Estado de naturaleza parece cada vez más cercana! Vemos como lo decía A. Benoist, el racismo oculto en el antirracismo; la nueva élite indigenista gracias al complejo de culpa europeo, conquistó los espacios culturales, mediáticos y ahora territoriales con una oposición impotente. El fallo de la Corte Suprema más caprichoso que justo, invisibiliza la vulneración del propietario ante la toma de su predio, instándolo a que no se preocupe por su propiedad, pues lo que otrora se decidía de forma más libre, ahora depende en mayor medida del Estado.
El debate que se está dando en torno a la propiedad privada, apoyado en el revisionismo histórico de las tradiciones indigenistas, nos lleva a pensar en una segregación sino racial si ideológica, en perjuicio de quienes ven en la propiedad privada un ejercicio de la libertad para disponer de un bien. No deja de ser curioso como se dignifica una tradición anulando la otra.
¿Dónde quedan los derechos de propiedad? Lo que antes por razón natural era legítimo defender incluso con la fuerza, hoy no lo es. Contra lo que pudieran objetar los abanderados del socialismo, la propiedad no representa un individualismo exacerbado, sino una serie de responsabilidades que comprometen al hombre con su entorno. Allí vemos lo que es capaz de entregar y el lugar donde pertenece, lugar no sólo adscrito a una condición racial sino a una tradición de trabajo, legalmente reconocida.
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