Freddy Blanc Sperberg
Consejero Nacional PRCh


Paradoja es un hecho o una frase que parece oponerse a los principios de la lógica. La palabra, como tal, proviene del latín paradoxa, plural de paradoxon, que significa ‘lo contrario a la opinión común, por ejemplo decir: Ya nadie va a ese lugar, está siempre lleno de gente”.

Pero desarrollaremos el tema enfocados en otro punto.

Dicen los que saben, que la tolerancia es el respeto y aceptación de las diferencias entre las personas, ya sean políticas, religiosas, culturales, de orientación sexual, de origen étnico, de manera de vestir, entre muchas otras. Tolerancia implica tener conciencia de que en el mundo existe una vasta diversidad, las cuales no solo merecen el mismo respeto que las propias, sino que también poseen elementos positivos valiosos que debemos reconocer y apreciar.

La tolerancia no quiere decir apatía, condescendencia o permisividad. Tampoco quiere decir que se “soporta” la presencia de otros grupos. Es, en realidad, un cimiento sobre el cual construir sociedades pacíficas en las que se protejan los derechos humanos, y de ninguna manera podrá ser un argumento para quedarnos indiferentes ante acciones que vulneren esos derechos.

La tolerancia contiene varios tipos. Veamos algunos de ellos.

La tolerancia a la frustración es la capacidad para mantener la motivación, el pensamiento claro y un estado de ánimo tranquilo, a pesar de que sean numerosos los obstáculos que se interponen entre nosotros y la meta que perseguimos. Es la más clara muestra de inteligencia emocional por cuanto la carencia de ella conduce a la ira, la impotencia, la inconstancia y al abandono de nuestros intentos por lograr lo que buscamos.

Tolerancia al riesgo es una habilidad tanto cognitiva como emocional. Consiste en poder calcular con exactitud el grado de riesgo ante una cierta acción hipotética. Pero es también una actitud emocional, pues implica llevarla a cabo sin ansiedad, con pleno control de uno mismo y con la mente despejada para poder tomar las mejores decisiones. La baja tolerancia al riesgo se traduce en miedo, ansiedad y una sensación de incertidumbre tan fuerte que nos disuade hasta de correr los riesgos más pequeños.

La tolerancia a la ambigüedad es una manifestación de inteligencia emocional. Nos permite funcionar de manera eficaz en situaciones en las que recibimos estímulos poco claros y contradictorios y en que el resultado de algo es difícil de prever. Se da en el área laboral, cuando dos figuras de autoridad imparten instrucciones contradictorias, o en el ámbito sentimental, cuando las palabras y la conducta de una persona son ambiguas y no nos permiten percibir con claridad cuáles son sus deseos, intenciones o sentimientos respecto a nosotros.

La tolerancia sociopolítica es una virtud cívica, aunque también presupone un puñado de habilidades cognitivas y emocionales, como la comprensión, la correcta gestión de las emociones propias, la expresión de los sentimientos sin ofender a los demás, así como conocimiento general de diversas culturas, creencias y costumbres.

Cuando hablamos de tolerancia como valor, nos referimos a principios según los cuales se rigen las personas y las sociedades. Y es uno de los más importantes. Las sociedades tolerantes logran una convivencia pacífica, en la cual las diferencias se resuelven o se mantienen en esa paz en la libre expresión de los puntos de vista a través de los medios de comunicación, en los debates políticos y en las urnas electorales. También son más exitosas en la protección de los derechos humanos de sus miembros. Promueven la libre iniciativa económica de la población y proporcionan las garantías jurídicas necesarias para el progreso de la industria y el comercio, por lo cual son sociedades prósperas.

El concepto de tolerancia cero es el practicado por diversos Estados. Por ejemplo, la tolerancia cero al narcotráfico significa que no se pasará ningún delito por alto, por más insignificante que sea. Es un concepto común en criminología y en los ámbitos policiales de todo el mundo.

Si deseamos ser más específicos y llevar ejemplos de tolerancia a la práctica, podemos promover los siguientes:

  • En la escuela, aceptar a los alumnos nuevos, e integrarlos en el grupo.
  • No discriminar a compañeros, colegas o vecinos por razón de color de piel, creencia religiosa o estatus socioeconómico.
  • También aceptar las diferencias sexuales de las personas a nuestro alrededor.
  • Aceptar y comprender los errores de las personas, por ser padres e hijos, de parejas, de amigos, o entre compañeros de trabajo.
  • Aceptar y entender las diferencias ideológicas y políticas que surgen en las relaciones sociales y personales.
  • Convivir en armonía en entidades donde viven personas de diferentes nacionalidades, o, en los casos de un mismo país, en estados o provincias donde hay más de una etnia.

 

Dice André Comte-Sponville, francés y filósofo materialista, racionalista y humanista y quien, entre muchas de sus visiones filosóficas ha manifestado que “la libertad de elegir es un valor más elevado que la vida”, dice con respecto a la tolerancia lo siguiente: “Cuando la verdad es conocida con certeza, la tolerancia no tiene objeto. El derecho al error sólo tiene validez antes de, pero una vez que el error ha sido demostrado, deja de ser un derecho y no da ninguno: perseverar en el error, luego de haber sido demostrado, ya no es un error, sino una falta. Por eso los matemáticos no tienen necesidad de tolerancia. Las demostraciones son suficientes para su tranquilidad”.

Vamos con un corto análisis.

La tolerancia por parte de un juez va a tener desastrosas consecuencias en la ciudadanía.

Una autoridad no puede darse el lujo de ser tolerante con los malos funcionarios a su cargo.

Los buenos padres no limitan la tarea formadora de sus hijos por “tolerancia”. Tendrán que buscar las herramientas adecuadas para que este comprenda su lugar, sus derechos y sus deberes en la sociedad que le rodea.

En lo político se ha desatado una verdadera batalla campal entre los que, alguna vez, fueron amigos, correligionarios, colegas, parientes, simpatizantes, admiradores y un sinfín de otros escenarios en que el afecto, los principios y los valores eran el factor común.

Sin embargo, y obedeciendo a ciertas características de carencias emocionales o cognitivas de alguno de ellos, se ha visto una encarnizada tarea de censurar, funar y, si pudieran, también borrar del mapa a quienes no piensan igual.

Ha llegado a tal la carencia de valores, objetividad y visión que, sencillamente, esos ciudadanos han sido eliminados de grupos en redes sociales por el sólo hecho de no opinar como ellos. La pregunta del millón de dólares es, ¿quién controla a los que controlan? ¿quién tiene la verdad? Si no poseemos las habilidades cognitivas y emocionales, ni el valor para aceptar que, como sociedad, no existe lo único, ¿cómo podremos avanzar a la siguiente etapa de desarrollo? Si nadie los controla, entonces son “descontrolados”. Si existe el que debe controlar y no lo hace, se hace parte del problema. Pasa a ser también un intolerante.

Cuando hablamos de tolerancia, cabe preguntarse ¿debemos ser tolerantes con los intolerantes?

En una publicación de 1996, hablaba Stuart Mill respecto de la fuerza que se requiere para contener la “naturalidad” de la intolerancia y lo manifestaba así: “Si se considera que la tolerancia es una virtud, es porque se considera moralmente bueno aceptar una cosa que se juzga moralmente mala”.

La tolerancia en sí es una habilidad emocional y cognitiva y, socialmente, es una virtud, de eso no hay ninguna duda. Lo curioso es que existen cosas en los que ser tolerantes no es la mejor opción, como aceptar la violencia, las funas, los ataques, las discriminaciones o la censura, aunque sea en redes sociales.

En conclusión, en algunos casos, ser intolerante es una opción correcta. A veces, se debe ser intolerante con los intolerantes.

A eso, se le llama una PARADOJA….

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