Freddy Blanc
Consejero Nacional PRCh


Según los que saben, la lealtad es una devoción de una persona o ciudadano con un estado, gobernante, comunidad, persona o causa.

En lo básico, generalizado y mundanamente aceptado, la lealtad consiste en nunca darle la espalda a una persona o grupo social. Puede ser por encontrarse unidos por lazos de amistad o relación social, es decir, cumpliendo con honor y agradecimiento.

En lo valórico, es el cumplimiento que exige la ley de la fidelidad y del honor.

Indudablemente es una virtud, por cuanto implica el cumplimiento de esas normas, las de fidelidad, de honor y de gratitud. La lealtad, en sí, enaltece a la persona por su compromiso con esos conceptos.

Pero el tema no es tan simple ni altruista y, a veces, se pone complejo por cuanto posee también numerosos aspectos y aristas.

La Enciclopedia Británica indica que lealtad proviene del latín "lex", que significa "ley". Alguien que es leal, es alguien que cumple con la ley.

John Kleinig, australiano y profesor emérito de Filosofía y autor de 23 libros, nos comenta que la idea ha sido motivo de muchos análisis de escritores desde Esquilo, en Grecia, allá por el 525 a.C., a Joseph Conrad, novelista de origen polaco pero nacido en Ucrania en 1857. Afirma que a partir de 1980, el tema ha sido motivo de atención y los filósofos se han ocupado, entre otros temas, de sus vinculaciones con la ética profesional, la amistad y la ética de la virtud.

Nos cuenta, además, que el tema ha sido estudiado por psicólogos, psiquiatras, sociólogos, teólogos, economistas, políticos, analistas de negocios y de mercadotecnia y, en especial, teóricos de la política, preocupados principalmente de aspectos como los juramentos de lealtad y patriotismo y que, como concepto filosófico, la lealtad no fue tema de estudio hasta el trabajo de un señor llamado Josiah Royce, filósofo idealista objetivo estadounidense fallecido en 1916.

En el debate aparecieron otros filósofos con puntos muy interesantes. Por ejemplo, uno de ellos sostiene que la idea de lealtad es «un componente esencial en todo sistema humano y civilizado de moral». Otro construyó un marco moral basado en la lealtad. Para ello, distingue entre las causas buenas y las causas malas y añade que la lealtad a una causa habilita, promueve, o desarrolla las habilidades de otras personas a ser leales a esa causa.

Otro profesor de filosofía, escritor de numerosos libros y artículos sobre ética y filosofía política, relaciona la lealtad con el patriotismo, pero hace notar que ello no es correcto. Pone como ejemplo el caso de un soldado mercenario, que es leal a las personas o al país que le paga. En cambio, un patriota puede sentirse motivado por el afecto, por la preocupación, por la identificación o sólo por una voluntad de sacrificio.

En general, los filósofos concuerdan en que es posible confiar en una persona leal y lo ven como una virtud, pero que no siempre lo es. La lealtad puede ser con personas o causas que no son dignas de ella. También puede dar lugar a que patriotas apoyen políticas que son inmorales. Afirma que la lealtad patriótica puede ser más un vicio que una virtud, cuando sus consecuencias exceden los límites de lo que es moralmente deseable.

Josiah Royce, quien al parecer hizo el mayor aporte al tema, en su libro La filosofía de la lealtad, publicado en 1908, sostiene que la lealtad es una virtud primaria, «el centro de todas las virtudes, el deber central entre todos los deberes». “El principio moral básico desde el cual derivan todos los otros principios”.

Y lo relaciona también con la ética de los negocios. El sólo acto de fidelidad en el negocio es un acto de confianza del hombre en el hombre sobre el cual se construye todo el andamiaje del mundo de los negocios.

Un acto de lealtad ilimitada, fracasa en reconocer los límites de la moralidad.

Hasta ahí el preámbulo, ¿latero, verdad? Pero interesante y necesario. Veamos por qué.

Los que tenemos aún memoria de sucesos históricos, recordamos las innumerables imágenes de personajes que, en el pasado, adoraban líderes, sistemas y causas, y que prodigaban esa “ilimitada lealtad” a aquellos con posición de poder. Lo hacían con expresión desbordada a veces, sólo por el placer de sentirse cercanos a la gloria, ambrosía del ego. Lo importante para ellos era estar junto a quien representaba el poder, y lo demostraban así, sin condiciones, intransables y egoístas, abriéndose paso a codazos, reptando incluso, camino a un Olimpo imaginario.

Vimos tanta adoración por el Presidente Augusto Pinochet, en ese entonces y también en el después, cuando estaba en Londres, vimos tanto reconocimiento al gobierno militar y a sus integrantes y al sistema económico, vimos también entre los 77 de Chacarillas, extasiados jóvenes políticos con juramento incluido, el rechazo colectivo que existía hacia el comunismo y toda su ideología. Vimos también a integrantes del Comando Rolando Matus, al escritor del libro No virar Izquierda y a muchos otros. Esos incipientes políticos y otros que se sumaron después, hicieron una larga fila tras el Gobierno Militar, agradecidos por haberles permitido, democráticamente, alcanzar también la gloria. Besaron la mano de Zeus en la tierra. Al mejor estilo Vallejo/Castro, no ocultaban su admiración hacia los que dieron un nuevo respiro al Chile democrático, aun cuando fuera 17 años después.

Esos “leales ilimitados” nunca tendrán los recursos ni la capacidad para ocultar la verdadera historia, SU verdadera historia, ni tampoco podrán ocultar las imágenes que los retrataron ni los videos que registraron sus actos y sus palabras.

El hombre evoluciona, sí, pero los hombres, los verdaderos hombres, evolucionan para bien, para mejor y eso no se hace reinventando una historia. Lo verdadero, es lo que realmente ocurrió.

Para evolucionar adecuadamente no sólo se requiere dar un paso más hacia el futuro, también se requiere no olvidar el pasado. Así también, para ser alguien leal no sólo se requiere expresarlo, también se requiere honor.

Muchos de nuestros viejos políticos, y demasiados de los nuevos, olvidaron o ignoran que la lealtad es a una causa, más allá del hombre que la haya pregonado. Perdieron todo vestigio de honor y hoy exigen lealtad por una causa inmoral, la de mantener su propio y muy rentable Olimpo imaginario, pero que traiciona las decisiones de su pueblo. Pretenden ocultar su pasado, como si ello fuera posible. Ese pueblo hoy duda de que sea una buena causa. Y ahí radica el problema.

Como dice Josiah Royce, la lealtad es el principio moral básico desde el cual derivan todos los otros principios. No es a uno mismo, sino a otros. Es una rendición del deseo propio a la causa que uno ama. Pero gente sin honor no tiene causas buenas.

En un capítulo de la Biblia cristiana, Jesús dice «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», definiendo así un límite a la autoridad del hombre. Desde el punto de vista cristiano, existe una esfera más allá de la terrenal, y si la lealtad al hombre entra en conflicto con la lealtad a Dios, la última tiene prioridad. El cristianismo rechaza la idea de una lealtad dual. Jesús dice "Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas".

Pululan hoy políticos pidiendo lealtad a sus causas, pero los cementerios están llenos de apurados y de buenas intenciones. Demasiado le ha costado a nuestro país las decisiones de gente buena que no tiene claro las consecuencias de una LEALTAD MAL ENTENDIDA.

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