Freddy Blanc Sperberg
Consejero Nacional PRCh


Dice Francisco-Marcos Álvaro y Vidal, periodista y ensayista español en lengua catalana y profesor universitario, en un ensayo político y sociológico, refiriéndose a la historia española, titulado ENTRE LA MENTIRA Y EL OLVIDO y subtitulado EL LABERINTO DE LA MEMORIA COLECTIVA, que “toda memoria es una elaboración sutil, muy frágil y compleja, que combina recuerdo y olvido, en la que impactan los traumas que vivimos y también la mentira, la desfiguración y la propaganda.” Recalca el autor “Somos memoria o no somos nada”.

En un análisis de ese libro realizado por Hilari Raguer, ella indica que el texto “cae como una pedrada en ojo de boticario en medio de la viva polémica sobre la memoria histórica, los memoriales democráticos y la historia oral” y manifiesta también compartir la reticencia del autor respecto de la versión de la historia oral. De esas revisiones recomendaba “recoger los recuerdos de los testigos de la Guerra Civil, antes de que acaben de desaparecer, pero se han de controlar con otras informaciones y documentación fiable.” Contaba también, y como ejemplo, el caso de una señora que concurrió al Servicio Histórico Militar de Madrid y pidió ver el expediente de su padre, un héroe caído en Rusia luchando contra el comunismo. Leído el expediente corroboró que, efectivamente, había muerto en Rusia, pero que en realidad había muerto fusilado por desertor, y no como un héroe. Con dolor, le quedó muy clara la falsedad de la versión familiar.

Dice también Raguer que la primera impresión del lector, del ensayo de Álvaro y Vidal, puede llevarlo fácilmente a determinar que puede haber “tantas memorias como recordadores y tantas historias como historiadores” y ello, como consecuencia, a creer que “la verdad histórica objetiva es una utopía inalcanzable” porque cada uno la va a contar según su propia versión.

Establece que aún con ello, si dejamos de lado a los opinólogos, comentaristas y chinchineros ideológicos, y teniendo acceso a documentos fiables y archivos calificados, los historiadores correctos van a ir aproximando lo que llama las historias distantes.

Manifiesta también, y refiriéndose en específico al contexto de la Guerra Civil española, que le parece muy extraño que “haya tanto público adicto a la seudohistoria revisionista o neofranquista, que sin una investigación histórica rigurosa confirma los prejuicios que ya tenían aquellos lectores”.

En uno de sus párrafos, ella se refiere a la anécdota contada por uno de sus profesores respecto de unos zulúes, integrantes de la conocida tribu africana, a los cuales algunos estudios adjudicaban una memoria extraordinaria, por cuanto reconocían a cada una de las vacas de sus inmensos rebaños. Aumentando la apuesta, llevaron a algunos de ellos a Londres, los pasearon por todos lados y, a su regreso, les preguntaron qué recordaban. Grande fue su sorpresa al ver que en realidad no recordaban nada, excepto los gestos de los agentes de tránsito, muy similares a algunos propios de la tribu.

Maurice Halwachs terminó formulando la teoría de la memoria colectiva, indicando que sólo recordaremos aquello que tiene sentido en la comunidad en la que vivimos.

Por su parte, Maurice Duverger explicaba “que las ideas políticas que raramente cambiarán a lo largo de la vida se nos infunden subrepticiamente en nuestra infancia en las clases de historia. Ahí nos dicen quiénes fueron los buenos y quiénes los malos”.

Yo agrego aquí que la historia es una sola y, aún con distintas miradas, seguirá siendo una sola. Mi estimado amigo Mario Ríos siempre recuerda una frase de un lonco al respecto. Ese lonco le dijo un día, conversando de temas pasados, que “la verdadera historia es aquello que realmente ocurrió”.

Cierro el contexto histórico del tema con una frase de Pierre Vilar, “la historia está hecha de lo que unos quisieran olvidar y otros no pueden olvidar, y la tarea del historiador es averiguar el porqué de lo uno y de lo otro”, genial, ¿verdad?

Vamos con mi aporte.

Resulta indudablemente muy dañino para la sociedad cuando una o más personas, un grupo pequeño o grande o muchos o pocos coludidos pretenden cambiar los hechos que realmente ocurrieron. En lo personal no le veo sentido a tergiversar la verdad, si es que con ella no tienes algo que perder. La verdad sólo preocupa a quien tiene algo que esconder.

Como leíamos en el preámbulo, nuestra memoria colectiva quedará marcada desde nuestra niñez y sujeta a las condiciones que le sean impuestas por esas personas o grupos que, por motivos que no vienen al caso analizar, toman un camino que distorsiona la verdad, que modifican lo que realmente ocurrió e implantan una realidad distinta en los niños. Algunos se empecinan en tomar sólo fragmentos de la historia y pretenden borrar todo indicio de la lógica aplicada, es decir, donde se reconoce que todo tiene un origen, que nada es espontáneo y aún menos lo será en política. Hablar de un hecho sin contexto, no tiene lógica porque todo acto requiere de un fundamento.

Desde hace varias generaciones nuestros niños han sido educados en un contexto histórico que puede tener trazos de verdad, pero una verdad a medias es sólo una mentira entera.

Esa misma educación llegó hasta las universidades a través de discursos exacerbados, llamados e incitación a la violencia, a la venganza, a destruirlo todo, a quemarlo todo. Instituciones universitarias donde, se supone, se debe impartir conocimiento y rematar los caminos del hombre para su incorporación y sano aporte a la sociedad, se transformaron en centros de adoctrinamiento, todo bajo una verdad a medias, sólo una mentira entera.

Tanto en los colegios como en las universidades fue erradicada la filosofía, la teología y la historia, es decir, se sacaron los principios y la base para el desarrollo del pensamiento crítico, con ello negaron las valiosas y necesarias herramientas con las cuales esos jóvenes construirían su propio camino en sociedad, con empatía, afables, amables y, muy importante, con fe, imbuidos de filosofía sana, convencidos de su propia grandeza, de su individualidad, de su trascendencia, fortaleza generada por sí mismo, y expresada en acto y en pensamiento. Pero no fue así. Ese escenario de aspiración a la grandeza personal fue, sencillamente, negado por grupos doctrinarios cuya firme tarea de presentar una verdad a medias fue lograda admirablemente.

Esas generaciones no tuvieron más oportunidad que la que tuvieron sus padres en sus momentos libres, sometidos todos a imposiciones ideológicamente diseñadas para provocar el quiebre no sólo en las familias, sino también con sus empleadores, con sus vecinos, con sus amigos y con todo aquel que tuviera “algo” que ellos no tenían o no les gustaba. Los famosos derechos del niño, tan abusados por la ideología, sólo buscan separar a padres e hijos, buscan evitar que los padres puedan transmitir historia, verdad y fe a sus hijos. Sólo así le queda la cancha libre a ellos, para transmitir su verdad a medias. Generaron una memoria colectiva.

En el trayecto, han logrado hacer de generaciones enteras personas sin arraigo con sus orígenes, sin arraigo con el presente, sin una conciencia clara de futuro y, lo peor, sin un sentido de trascendencia, donde sólo el día a día es relevante, donde la fe no tiene cabida.

El sentido de trascendencia es lo único que puede reflejar realmente la dignidad del hombre. Nada humano puede entregar más dignidad que saberse heredero de un destino. La misma iglesia tiene gran responsabilidad en ello a través del ocultamiento de la fe, de solapar la fe, de renunciar a una prédica abierta, de cara al mundo, la prédica de futuro, la prédica de bondad, la prédica que nos habla de Dios. Si no sé nada de Dios, ¿cuál es mi opción al respecto?

Algunos hemos visto con esperanza cómo muchos jóvenes vuelven a ocupar asientos en los templos. Aunque el motivo no está claro aún, es evidente que no serán una generación perdida. Los reacios a la filosofía y a la fe creen que transitar por la vida es sólo un acontecimiento puntual, desprovisto de belleza, desprovisto de grandeza, y miran sin ver a su alrededor, miran sin ver la naturaleza, miran sin ver la grandeza del Universo, miran sin ver la presencia de otros seres humanos, miran sin ver siquiera su propia alma.

Muchos recorren su vida sin tener consciencia de que todo lo que nos rodea, cosas, animales y hombres, todo, todo es reflejo de una luz, e ignoran que esa luz es, ni más ni menos, LA SOMBRA DE DIOS.

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