Freddy Blanc Sperberg
Consejero Nacional PRCh
En más de alguna oportunidad habremos escuchado hablar del término “DECONSTRUCCIÓN”, pero la gran mayoría de los ciudadanos la han dejado pasar por motivos diversos. El motivo más frecuente, no comprender la palabra, y quién es el más interesado en dejarla pasar, el que sabe su implicancia pero que no quiere que se sepan los alcances que tiene en nuestra sociedad, muy nefastos por cierto.
Como preámbulo, diremos que pasajes del tema han sido tomados de textos de uso público y he preferido no modificarlos por temor a cambiar su esencia.
Les cuento que el concepto lo originó un señor llamado Jacques Derridá, filósofo francés nacido en 1930 y fallecido en 2004. A él se le sindica como el fundador de la deconstrucción.
El concepto se usa en el terreno de la filosofía y de la teoría literaria, con referencia al acto y el resultado de deconstruir. El verbo alude a la palabra desmontar, a través de un análisis intelectual, una cierta forma de concepto.
En la práctica, se aplica dejando en evidencia ambigüedades, fallas, debilidades y contradicciones de una teoría o de un discurso. En el hecho, lo deconstruido queda desmontado o deshecho. Con ello, la deconstrucción nos dice que un mismo texto podría tener múltiples lecturas.
A partir de otro pensador llamado Martin Heidegger, filósofo alemán fallecido en 1976 y 41 años mayor que Derridá, éste propone que con la estrategia de la deconstrucción se puede demostrar que la claridad aparente de un texto no suele ser tal, es decir, instala la idea de que milenios de conocimientos acumulados a través del estudio y de lo empírico, pueden estar equivocados.
Deconstruir no es destruir, sino que es buscar la paradoja, es enfrentarse a los discursos hegemónicos, a los supuestos, al sentido común, a lo que yo creo que va a suceder. Como el término “paradoja” se refiere a un dicho o un hecho que parece contrario a la lógica, la deconstrucción se contrapone a lo universalmente aceptado.
Como estoy claro que comprender la totalidad de los alcances de la deconstrucción puede ser complejo, hablaremos de lo comprensible, de lo práctico y de lo presente.
Por ejemplo, podemos decir que la deconstrucción exige el fragmentar o separar los textos y buscar puntos marginales los que, supuestamente, se encuentran “reprimidos” dentro de un discurso hegemónico, es decir, algo que está sujeto y sometido sólo porque lo pensamos y decimos todos.
Mary Wollstonecraft, considerada la primera filósofa feminista de la historia, que nació el 27 de Abril de 1759 y hoy considerada como una de las mujeres más trascendentes del mundo moderno, dejó una frase para el bronce. Dijo ella: “No deseo que la mujer tenga poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas”, dando lugar a un debate que cabía dentro de toda lógica y, además, aceptado como algo justo y necesario de corregir, aun cuando la historia demoró bastante en reaccionar. Interesante, ¿verdad?
Simone de Beauvoir, una reconocida líder del feminismo y fallecida en 1986, dijo lo siguiente: “no se nace mujer, se llega a serlo”, frase que se transformó, según algunos, en uno de los pensamientos más revolucionarios de todos los tiempos. Con ello logró establecer una mirada históricamente diferente y algo más profundo cambió para siempre.
Por su parte, Marx tomaba la división de clases como el inicio de la desigualdad, de la violencia y de las penurias a los que se veía sometida la mujer. Engels pensaba que el origen de esta opresión, además de estar relacionada con las clases sociales, culpaba a la familia y al matrimonio de la “opresión” que sufren las mujeres, complicando aún más las cosas.
Y si lo llevamos al campo del amor, lo que busca la deconstrucción es hacernos creer que el sentimiento no tiene tanta relevancia en una relación, que la identidad sexual es impuesta por lo social y por una heteronormativa, algo así como el patriarcado, dejando casi fuera de juego el amor. Con ello han politizado el tema y nos quieren hacer creer que en el amor juegan más las relaciones de poder que el afecto que se logre entre hombre y mujer dando, además, una cuota de enorme y opresora posición al varón, por el sólo hecho de ser varón.
En definiciones aceptadas el sexo se refiere al aparato reproductivo biológico, mientras que el género se atribuye a expectativas y normas culturales.
Cuando hablamos de la construcción social de roles, le adjudicamos a la sociedad y a la cultura temas como las responsabilidades, atributos, capacidades y espacios que asigna a las personas de acuerdo a su sexo biológico. Si bien el punto tiene mucho de real, no podemos desconocer que la historia muestra una evolución favorable sin la deconstrucción en corregir esas variantes, al menos en occidente.
Así, la deconstrucción debe ser entendida como el intento de reorganizar el pensamiento occidental, voltear el alma de nuestra civilización, quemar en el caso de las iglesias, voltear las estructuras que nos han permitido, con virtudes y defectos, llegar al lugar donde nos encontramos, listos para viajar a otros planetas, aduciendo un surtido de contradicciones y desigualdades sin lógicas, aun enfrentándose y rechazando el desarrollo exitoso de los argumentos.
Pero pasemos a lo que nos convoca.
En el enfermizo y eterno sueño marxista que siguen ciegamente muchos jóvenes, y otros ya pasados de moda, pero muy activos en resentimientos, ambiciones e inconformismos, el término “deconstrucción” les cayó como anillo al dedo ante el fracaso de sus antiguas banderas de lucha y justificación a sus barbaridades y desvíos mentales.
En lo histórico, la izquierda ha usado profusamente el término para desmontar una verdad histórica e imponer una mirada ideológica, sesgada y cantada a los cuatro vientos, prensa y profesores mediante, atrapando temas que, aun siendo verdaderos, son presentados de manera inexacta, privada de origen y de contexto.
En lo judicial, se ha usado la deconstrucción con consecuencias desastrosas para muchas personas que se vieron envueltas, obligadas o no, a participar en la defensa de Chile. Hoy, el término permite aplicar sanciones que distan mucho del sentido común y de normas internacionales, basados en ficciones jurídicas, en un contexto histórico que nunca fue y con ambiciones de poder que, por mucho que lo intenten, no les es posible ocultar.
Quizás el mayor logro del gobierno militar, en lo político, fue lograr que quedaran muy atrás y ocultas las banderas del sindicalismo y del proletariado. Ambas cayeron ante la entrada en escena del pujante pequeño empresario y del propietario. La izquierda radical, atada de manos no sólo por la normativa vigente sino también por un ahora llamado “socialismo democrático”, no pudo volver a levantar los símbolos que durante décadas causaron tantos estragos en la sociedad occidental y también asiática, cuyos efectos están aún plasmados en países como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte, Vietnam y otros del continente africano.
Así la frustración, pero empeñados como siempre en lograr el poder total, tomaron el término “deconstrucción” y lo han aplicado en contra de todos los conceptos históricamente identificados por grandes pensadores y aceptados por los individuos, cambiando una verdad por algo que nunca fue.
Todo esto tiene un solo objeto, socavar la sociedad occidental desde sus pilares más básicos, para transformar al hombre desde un ser pensante, individual, con su propio pensamiento crítico activo y generador de su propia circunstancia, a ser un ser propiedad de un “colectivo”, cuyo pensamiento, de haberlo, es irrelevante ante ese “colectivo”.
Esa tarea la buscan a través de lo llamado “deconstrucción”, un invento nefasto de una ideología radical que conlleva destruir la familia, la nación, la religión, las tradiciones, la identidad de los grupos sociales, destruir las cosas que nos hace únicos e irrepetibles como seres humanos, que implica el desapego a nuestros niños, a los buenos valores, a los principios, a las buenas costumbres, al respeto por el prójimo y a la esperanza de un bienestar común.
Occidente ha entrado en una verdadera lucha contra esa ideología y sus peligrosas armas. Muchos estamos dando una gran pelea por preservar nuestra identidad, por preservar al hombre que durante milenios ha sufrido buscando la libertad y la superación personal y, en grupo, el bien común. Muchos estamos en una verdadera guerra llamada batalla cultural, armados con la filosofía, con la verdadera historia, con la fe y con la esperanza, entregados a una causa, a la causa de evitar a toda costa que la belleza, la verdad y la bondad de occidente caigan, bajo la arremetida feroz y esclavizadora de la DECONSTRUCCIÓN.
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