Freddy R. Blanc Sperberg
Consejero Nacional PRCh


Si he leído harto o poco es una pregunta difícil de responder, pero me gusta pensar que en realidad ha sido poco. En general, con los años las responsabilidades laborales, la familia y la tecnología me alejaron de algo que una vez fue una verdadera pasión.

Hoy, ya más alejado de tantas cosas con extensos horarios, me he dado la oportunidad de revivir esa afición y le doy todo el tiempo que puedo. Curiosamente la tecnología ayuda mucho en ello, por cuanto es posible viajar e ir escuchando algo que, en muchas oportunidades, es algo más profundo que un normal programa de radio.

Hace algunos años alguien me habló de una serie de la productora de televisión HBO y me dijo que la encontró espectacular. Para afirmar su punto, me facilitó el tomo de la 2da. Temporada, llamada Choque de Reyes.

No alcancé a leer mucho cuando decidí detenerme e iniciar en el principio. En forma casi paralela la estaban ya exhibiendo en el mencionado canal de cable, por lo que tuve la curiosa oportunidad de ver y leer casi en simultáneo.

Juego de Tronos, serie de televisión de drama y fantasía producida por HBO y ambientada en tiempos medievales, se basa en la serie de novelas Canción de hielo y fuego, del escritor estadounidense George Martin. Habiendo leído y visto todas las películas posibles sobre hechos de la época, Ivanhoe, Robin Hood, El Rey Arturo, Corazón Valiente, Mío Cid, entre muchas otras, caí de inmediato. En ellas, Martin cuenta las historias de muchos protagonistas, reyes, reinas, consejeros, soldados, dragones, brujas, muertos vivientes, y muchos más, todos con sus propias historias entrelazadas. Todo converge en un fin, alcanzar el Trono de Hierro y el poder total de los 7 reinos de un continente llamado Poniente, cuya geografía semeja mucho a los territorios de Inglaterra, Escocia, e Irlanda.

Debo confesar que el estilo del escritor fue chocante y deslumbrador desde un principio. En los primeros de los capítulos matan al protagonista principal lo que provoca un quiebre entre mis experiencias y respeto por una línea literaria y de cine en que el protagonista, por lo general, sobrevive a las penurias. Acá no fue así y la frustración me cayó como un baldazo de agua fría. Aún con ello y luchando por no mandar todo a la punta del cerro, continué con la lectura siguiente en la cual, y para una reparación de lo anterior, se yergue entonces un nuevo héroe, hijo del anterior héroe, joven e intrépido, con un especial carisma, el perfil de guía que necesitan los hombres buenos, esto levantó mi ánimo y logró motivar, nuevamente, mi interés. Para gran decepción mía, pocos capítulos después también muere asesinado en un espeluznante acto de traición.

Desde ahí en adelante todo fue un caos. Muerte, el levantamiento de los 7 reyes, unos contra otros, todos contra uno, unos pocos contra otros, unos muertos durante pomposas fiestas, otros durante su ceremonia de matrimonio, tortura de monjes, doncellas, niños y hombres, el hombre en su más bárbara expresión. A ello se suman traiciones, asesinatos, batallas descomunales, sangre, fuego, pasión, incesto, dioses criminalizados, criminales endiosados, todo junto a dragones lanzando fuego por todos lados mientras muertos vivientes pretenden hacer caer una larga noche sobre los hombres que, en su desesperación, estando vivos quisieran estar muertos.

El desenlace llega en el tiempo justo como nos acostumbra presentar el cine y los buenos libros, al filo de perderse todo, aunque de una manera muy poco predecible. Ganan los buenos, aunque con una diferencia.

Aún con la ansiedad de la espera de las siguientes, hoy doy gracias por el tiempo que transcurría entre una y otra temporada. El digerir tanta desgracia y tantas fuertes imágenes lleva tiempo, y eso que me creo bien pechito frío, pero la historia realmente me impactó.

Habiendo terminado la serie luego de varios años, quedan los tiempos para la reflexión y se refiere a la diferencia que mencionaba.

Ocurre que los grandes protagonistas, el héroe que lucha y sale triunfante de batallas casi perdidas, herido, muerto y revivido, la heroína que termina matando a uno de los más malos en una escena que me hizo saltar de la silla, los grandes caballeros destacados durante todos los episodios terminan desterrados, exiliados voluntariamente o muertos o postergados y la reina, gloriosa en su triunfo final, muere en los brazos y por la mano de quien no puede responder a su amor. Al final asume el Trono quien no lo quiere, aconsejado por alguien que tampoco desea ser Consejero. Ciudades destruidas, egos pisoteados, traiciones cumplidas, planes inconclusos y ambiciones frustradas, con la paz que cae sobre todos ellos, junto con separar sus caminos.

Guardando las diferencias, concluyo tristemente que quizás nuestra realidad no difiera mucho a lo expuesto por George Martin.

Dice Benjamin Breen, editor de la revista Pacific Standard: - Martin ha creado un mundo de fantasía que encaja perfectamente con el orden planetario desestabilizado y cada vez más no occidental de la actualidad. Y, aparentemente sin saberlo, ha traído a las masas una subdisciplina bastante oscura en la historia académica: el mundo moderno primitivo-.

Así las cosas, ¿Quién puede asegurar que en la sociedad actual no están presentes los dragones, las brujas o muertos vivientes? Tampoco podemos atrevernos a decir que hoy, junto a nosotros, no transitan ambiciosos, agresivos, locos y gente dispuesta a hacer caer una larga noche sobre nuestra sociedad ¿Quién podría desconocer que también tenemos reyezuelos antojadizos, todo poderosos, secundados por huestes cegadas, fanáticos y dispuestos a todo, sólo por el hueso diario? Tampoco podemos negarnos a reconocer que la ambición de muchos nos ha llevado a una verdadera novela de tragedias, enfrentamientos, actos delictuales y abusos.

Aunque siempre está presente en actos de antisociales, también es cierto que los dragones ya no vuelan lanzando fuego, pero las rrss puedes ser más destructivas que sus llamas quemándolo todo. Tampoco tenemos magos o brujas cautivando a la gente, pero la televisión abierta tiene ese “algo” que también lleva a la gente a un estado mental ya no propio, sino dependiente y pendiente. Para ello sólo utilizan una bella imagen y, en vez de una varita mágica, ahora es un micrófono. Es cierto que los muertos vivientes son, en sí, fantasía, pero nadie puede negar ni desconocer que entre nosotros caminan personas sin sentimientos, sin conciencia social, sin respeto por la vida ajena, sin interés por el ser humano, frío como un muerto, sólo que además camina.

El terrible efecto, como ocurrió en la espectacular novela de Martin, es el mismo de siempre, donde la sociedad termina diezmada, donde la muerte, el caos, la destrucción, el miedo y la desesperanza se apoderan de los ciudadanos.

En esa desesperanza la gente busca respuestas y ve con horror que aquellos a quienes juraron lealtades y servidumbre les han fallado, que su bella imagen y exquisito mensaje inicial no era verdadero, que sus sacrificios fueron en vano y que sólo la desgracia los acompañará en sus siguientes pasos.

Los líderes de esos tiempos, como muchos de ahora, caminaban entre sus ambiciones, cegados ante la posibilidad de perderlo todo, sacrificando a otros para sus propios fines, prometiendo cosas que no cumplirán, prometiendo un reino que no existe y dispuestos a usar a cada ser humano que esté dispuesto y disponible por hambre, por fe o por sana convicción como un verdadero peldaño, sobre el cual pondrá su caro zapato, tratando de alcanzar el Trono de Hierro.

Ante tanta desgracia se levanta el bien con un tremendo costo, logra imponerse y salvar a la humanidad. Una lucha impulsada por unos pocos logra vencer al mal, apoyados en la verdad y el sacrificio personal. Resulta algo amargo ver que esos héroes no reciben el tan justo reconocimiento, pero así lo escribió Martin. Viendo su genialidad, no dudo que eso también tiene un propósito.

Duele relacionar una épica historia de sangre, hielo, fuego, traiciones, pactos secretos, destrucción y caos con nuestra realidad actual y pensar que el concepto puede no ser sólo una mera fantasía, porque cada día vemos más señales de que tenemos nuestros propios reyezuelos, nuestros príncipes, nuestras brujas y nuestros magos que nos han traído, también, a su propio Juego de Tronos.

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