Freddy R. Blanc Sperberg
Consejero Nacional PRCh
Según los textos bíblicos, la Torre de Babel está descrita en el libro del Génesis, es decir, el primer libro de la Biblia hebrea y el Antiguo Testamento Cristiano. Génesis proviene del griego y significa nacimiento u origen. El Génesis se atribuye a Moisés, llamado en la tradición judía Moshe Rabbenu, quien es considerado el profeta más importante para el judaísmo, quien además logró la libertad de su pueblo en Egipto y le entregó los 10 Mandamientos redactados en piedra por Dios, en el Monte Sinaí.
Según esos registros, luego del diluvio universal la humanidad casi se extinguió. Quedaron como sobrevivientes Noé y siete integrantes de su familia, gracias a que Noé fue advertido por Dios, quien le ordenó la construcción del Arca, en la cual rescataría una pareja de cada especie con que estaba poblada la Tierra. Solos en el planeta se trasladaron hasta la llanura de Senar (Babel). Obviamente, todos hablaban el mismo idioma. En esa condición se pusieron de acuerdo y resolvieron construir una alta torre, tan alta que llegara al cielo. El Dios de Noé, Yahweh, al ver la obra y calificando el acto como una rebeldía, decidió entonces que sus habitantes quedaran hablando diferentes lenguas y, así, incapaces de entenderse entre ellos, abandonaran la obra y se dispersaran por la Tierra.
Ese interesante relato referente a los orígenes no sólo del cristianismo, sino también del judaísmo, se encuentra analizado por Juan Ramón Rallo Julián, economista, profesor universitario, conferenciante y escritor español minarquista, defensor de las tesis del liberalismo económico, de la escuela austríaca. En sus exposiciones se le reconoce como un tertuliano. Para quien no comprenda el término minarquista, le cuento que se refiere a un estado pequeño, sólo lo suficientemente grande como para proteger la soberanía de la nación. En cuanto ser tertuliano, sólo implica que le gusta la tertulia, es decir, la conversación.
En su análisis de la Torre de Babel, Rallo considera desde varios puntos de vista lo que buscaba Dios al imponer a los hombres tal acción, es decir, que no pudieran entenderse entre ellos.
Dentro de dos visiones hace una especie de análisis y se refiere abiertamente a situaciones que se dan muy claramente en la actualidad del ser humano.
Sostiene, por ejemplo, que es muy probable que Dios haya visto la soberbia de los hombres en la acción de intentar alcanzar al cielo con sus propios medios. Para ello, entendió Dios que la capacidad de comprenderse unos a otros les permitió agruparse tras un objetivo común y único, cuál era el llegar a un estatus superior que Él no permitiría. Para ello entonces les dio diferentes idiomas. Con eso los obligó a entenderse con muy pocos más habitantes y también, como consecuencia de no poder comunicarse entre ellos, se dispersaron por el mundo, dejando la obra inconclusa. En el proceso también considera, Rallo, que la misma construcción implicaba el sometimiento de otros hombres para la edificación, lo que se expresaba en la confección de ladrillos en una faena que no sería tan voluntaria.
En el análisis presenta la teoría de que los hombres comenzaron desde allí a generar ciertas condiciones que les permitirían, en un momento dado, la formación de imperios y el esclavismo a través del poder que lograrían. Temiendo eso decidió Dios, entonces, cortar el tema de raíz y dispersarlos tanto físicamente como comunicacionalmente, a fin de evitar la conjunción de ideas que pudieran hacerlos ambicionar algo más que su mera condición terrenal, además otorgada por Él.
En esa historia, tan antigua como simbólica, quedan contenidas varias cosas sobre las que podemos hablar hoy, mirando detenidamente, y no tanto, ciertas particularidades y generalidades del hombre moderno, tan falto de capacidad para mirar hacia atrás buscando entender el fundamento de su actual entorno.
Evidentemente, la agrupación de muchos seres humanos genera ciertos lazos identificatorios entre ellos quienes terminan, sí o sí, conformando grupos con características afines y dispuestos a trabajar por objetivos comunes.
Una de las características del ser humano en grupo es que cuando esos objetivos están lejanos la unión es una norma común, el idioma es común, el accionar es en conjunto y la voluntad es general. No obstante, con el pasar del tiempo y en la medida que se acerca el punto de alcanzar el objetivo, esas visiones, idiomas, acciones y voluntades van cambiando.
En ese proceso el hombre tiende a disgregarse y comienza a concentrarse más en su particular visión, se comienza a perder lo grupal. Surgen así los líderes, unos naturales, otros circunstanciales, unos inducidos, otros autoreferenciales. En fin, así cada uno de ellos comenzará a preocuparse de quien es quien en la construcción de la torre y entonces, bingo, vienen los problemas. En esa etapa más de alguno pensará, viéndose tan cerca del cielo, que podría ser, por qué no, el mismo Dios. El poder está al alcance de la mano, sólo un poquito más y estamos listos.
En algunos casos lograrán llegar a la cima del poder del hombre, pero muy lejos del cielo, del que ahora reniegan y desprecian, pero que en nada se asemeja a la gloria.
Escuchar el análisis de Rallon y observando la historia de los últimos años de nuestras castas políticas no pude dejar de relacionar los temas.
Observar hoy esos grupos políticos que nacieron férreos, homogéneos, entusiastas y con muchas ganas de construir algo que les permitiera llegar al cielo, ahora destruidos, hablando cada uno su propio idioma, con sus propias ambiciones, y también frustraciones. Verlos pelearse incapaces de comprenderse, culpándose mutuamente de los fracasos, pretendiendo cada uno ser Dios, verdaderamente preocupa.
También es justo pensar en los ciudadanos que se pelan el lomo haciendo los ladrillos para construir torres ajenas, donde ellos tienen poco o nada que ganar, resignados ya a que, así las cosas, jamás llegarán al cielo prometido, ese que sólo algunos ven de cerca mientras ellos, manos y ojos con barro y basura, sólo alcanzan a ver sus pies, desnudos, callosos y doloridos.
La falta de cultura, la falta de pensamiento crítico, la falta de fe, el excesivo deseo de ser Dioses sobre los hombres obligándolos a trabajar para ellos han pasado la cuenta a nuestros políticos. Hoy, luego de haber abusado de su pueblo, disgregados, desorientados e incapaces de comprenderse, aún con todas esas señales no se dan cuenta que Dios los está castigando por intentar construir, para ellos, una nueva Torre de Babel.
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