Freddy Blanc Sperberg
Consejero Nacional PRCh


Inicio agradeciendo a mi amigo Fernando Becerra quien, gentilmente y conocedor de mi pasión por la historia de la humanidad, me hizo llegar la base para mi comentario de hoy.

El 13 de septiembre del año 2015 Arturo Pérez-Reverte publicaba en el medio XL Semanal un interesante artículo con el que no puedo estar más de acuerdo.

Lo digo expresando mi admiración por algo que muchos han visualizado, pero que muy pocos han comentado como sí lo he hecho yo en círculos de amigos, sorprendidos muchos por una supuesta teoría no tan difícil de creer, pero sí de aceptar. En general, todo lo preocupante es difícil de digerir.

Mis disculpas a mis seguidores por ser esta vez casi una total transcripción, pero la genialidad de Pérez-Reverte no merece que yo cambie ni siquiera una coma de su contenido.

Decía él, acudiendo a un hecho trascendental en la historia de Roma: En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido- se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano”.

En otro de sus párrafos, y refiriéndose a los fundamentos teológicos y científicos de nuestra civilización, dice: El problema que hoy afronta lo que llamamos Europa, u Occidente (el imperio heredero de una civilización compleja, que hunde sus raíces en la Biblia y el Talmud y emparenta con el Corán, que florece en la Iglesia medieval y el Renacimiento, que establece los derechos y libertades del hombre con la Ilustración y la Revolución Francesa), es que todo eso -Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Newton, Voltaire- tiene fecha de caducidad y se encuentra en liquidación por derribo. Incapaz de sostenerse. De defenderse. Ya sólo tiene dinero. Y el dinero mantiene a salvo un rato, nada más”.

Y en cuanto a una posible reacción de la sociedad occidental lo resume así: Toda actuación vigorosa -y sólo el vigor compite con ciertas dinámicas de la Historia- queda descartada en origen, y ni siquiera Hitler encontraría hoy un Occidente tan resuelto a enfrentarse a él por las armas como lo estuvo en 1939. Cualquier actuación contra los que empujan a los godos es criticada por fuerzas pacifistas que, con tanta legitimidad ideológica como falta de realismo histórico, se oponen a eso. La demagogia sustituye a la realidad y sus consecuencias”.

Describe el estado de bienestar y psicológico exponiendo lo siguiente: Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Ni sabe, ni puede, ni quiere, y quizá ni debe defenderse. Vivimos la absurda paradoja de compadecer a los bárbaros, incluso de aplaudirlos, y al mismo tiempo pretender que siga intacta nuestra cómoda forma de vida. Pero las cosas no son tan simples. Los godos seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Están en su derecho, y tienen justo lo que Europa no tiene: juventud, vigor, decisión y hambre”.

También se da un tiempo para analizar la cruda realidad de las ciudades europeas y un escenario pre apocalíptico. Dice: Hay barriadas, ciudades que se van convirtiendo en polvorines con mecha retardada. De vez en cuando arderán, porque también eso es históricamente inevitable. Y más en una Europa donde las élites intelectuales desaparecen, sofocadas por la mediocridad, y políticos analfabetos y populistas de todo signo, según sopla, copan el poder. El recurso final será una policía más dura y represora, alentada por quienes tienen cosas que perder. Eso alumbrará nuevos conflictos: desfavorecidos clamando por lo que anhelan, ciudadanos furiosos, represalias y ajustes de cuentas.

Mencionando la complicidad del sistema establecido, lo comenta de la siguiente manera: También parte de la población romana -no todos eran bárbaros- ayudó a los godos en el saqueo, por congraciarse con ellos o por propia iniciativa. Ninguna pax romana beneficia a todos por igual. Y es que no hay forma de parar la Historia. «Tiene que haber una solución», claman editorialistas de periódicos, tertulianos y ciudadanos incapaces de comprender, porque ya nadie lo explica en los colegios, que la Historia no se soluciona, sino que se vive; y, como mucho, se lee y estudia para prevenir fenómenos que nunca son nuevos, pues a menudo, en la historia de la Humanidad, lo nuevo es lo olvidado.

Sentencia todo con mucha filosofía, nada que hacer. Establece así el futuro: Mucho quedará de lo viejo, mezclado con lo nuevo; pero la Europa que iluminó el mundo está sentenciada a muerte. Quizá con el tiempo y el mestizaje otros imperios sean mejores que éste; pero ni ustedes ni yo estaremos aquí para comprobarlo. Nosotros nos bajamos en la próxima. En ese trayecto sólo hay dos actitudes razonables. Una es el consuelo analgésico de buscar explicación en la ciencia y la cultura; para, si no impedirlo, que es imposible, al menos comprender por qué todo se va al carajo. Como ese romano al que me gusta imaginar sereno en la ventana de su biblioteca mientras los bárbaros saquean Roma. Pues comprender siempre ayuda a asumir. A soportar”.

Aún con el escenario, como dije, pre apocalíptico que vaticina, nos presenta una alternativa no a pretender frenar los cambios que sí o sí llegarán, pero el impacto también dependerá de lo que hagamos ahora. Él sugiere lo siguiente: La otra actitud razonable, creo, es adiestrar a los jóvenes pensando en los hijos y nietos de esos jóvenes. Para que afronten con lucidez, valor, humanidad y sentido común el mundo que viene. Para que se adapten a lo inevitable, conservando lo que puedan de cuanto de bueno deje tras de sí el mundo que se extingue. Dándoles herramientas para vivir en un territorio que durante cierto tiempo será caótico, violento y peligroso. Para que peleen por aquello en lo que crean, o para que se resignen a lo inevitable; pero no por estupidez o mansedumbre, sino por lucidez. Por serenidad intelectual. Que sean lo que quieran o puedan: hagámoslos griegos que piensen, troyanos que luchen, romanos conscientes -llegado el caso- de la digna altivez del suicidio. Hagámoslos supervivientes mestizos, dispuestos a encarar sin complejos el mundo nuevo y mejorarlo; pero no los embauquemos con demagogias baratas y cuentos de Walt Disney. Ya es hora de que en los colegios, en los hogares, en la vida, hablemos a nuestros hijos mirándolos a los ojos.

¿Le parece parecido a lo que estamos viviendo en Chile y en nuestra América en general? Pues bien, el texto es mucho más largo y todo su contenido muy interesante, sobre todo para quienes concuerdan conmigo en el viejo dicho: “si quieres saber el futuro, mira el pasado”.

Sólo la filosofía nos ayudará a que sus efectos nos impacten de una forma no tan brutal como a Roma, pero que algo cambió… es indudable.

¿Seremos capaces de lograr que nuestros centuriones permanezcan firmes en sus puestos de combate? ¿Seremos capaces de mantener los principios y valores que recibimos de nuestros antepasados? ¿Seremos capaces de limpiar nuestro país de la casta que se apoderó de las instituciones y, de paso, nos transformaron en meros espectadores de nuestro propio destino? ¿Seremos capaces de extirpar los quistes sociales y recuperar nuestro verdadero sentido de unidad nacional? ¿Seremos capaces de luchar con todos los medios necesarios contra las hordas ideológicas que pretenden usarnos para su propia satisfacción y poder?

Está difícil la cosa, pero debemos continuar la batalla por educar a las siguientes generaciones, haciéndoles ver que su destino está ligado a la verdadera historia, no a una ideología. Debemos enseñarles que lo que viven ahora puede ser muy diferente en algunos pocos años. De hecho, en Europa nacen 3 veces más niños musulmanes que cristianos, y no hablo desde una mirada discriminatoria, sino de una diferencia abismal en la imposición de la cultura de ambas visiones. Las estadísticas indican que los europeos no alcanzan a cubrir los fallecimientos con sus nacimientos, es decir, cada vez son menos. En Londres, la más representativa ciudad monárquica en la actualidad, el Alcalde es musulmán y en muchos de sus barrios desaparecieron las iglesias cristianas. Hoy predominan los templos musulmanes. Mientras el islamismo puja con fuerza en Occidente los cristianos retroceden, abandonados por un Papado en el que nadie cree, entregado también a la teoría del Nuevo Orden Mundial, donde el hombre sólo será un peldaño para las élites imperantes. Un hombre sin libertad, sin futuro, sin pensamiento crítico, donde lo único que le quedará de la fe es la esperanza en “el pan nuestro de cada día”.

Llegó el momento de aclarar que ante el nuevo invasor no sirven los veloces F-16, ni las poderosas fragatas misileras, ni los impresionantes tanques Leopard, ni la más alta tecnología en defensa. Llegó el momento de hablar mirando a los ojos a nuestros hijos, de decirles que llegó ese momento que no esperábamos ni deseábamos. Llegó el momento de contarles que la historia se repite. Llegó el momento de decirles que los godos ya están en Roma y hablarles de la CAÍDA DE OCCIDENTE.

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