Freddy Blanc Sperberg
Consejero Nacional PRCh
Este viejo dicho no es muy conocido entre las generaciones de jóvenes, menores de 40 años diría yo, producto de una “modernización” del lenguaje a contar de la década del 80, aproximadamente, y desatada en las posteriores. En esos años en los colegios dejó de ser relevante la “sabiduría popular”, para concentrarse en la implantación de la ideología en que todo se centra en sí mismo, en el ser humano individual, es decir, primero yo, segundo yo y, si queda un poquito, para mí también. Es preocupante ver estas “nuevas generaciones” capturadas por la indiferencia social o, en su defecto, actuando socialmente sólo con fines que conllevan un interés personal. A ello se suma la pérdida del verdadero sentido de servidor público por cuanto, a juzgar por los acontecimientos diarios, debiera llamarse más bien “autoservicio público”. Sueldos soñados por cualquiera premian los cargos en el Estado los cuales, en una mayoría, son inmerecidos por diversas razones. Por el contrario, la generación del suscrito con ya más de 6 décadas, tuvimos la oportunidad de nutrirnos de sabiduría popular transmitida por padres, abuelos y conocidos de mayor edad. Frases que conllevan una filosofía simple, pero profunda, era transmitida de generación en generación y a veces reforzada con la propia experiencia. También aprendimos mucho a través de los profesores y, en no menos ocasiones, también con dolor.
En los presentes días y dado el contexto del escándalo de la Seremía del Minvu de Antofagasta, cualquiera que leyera el título, y conociera el proverbio, pensaría que los pescadores del dicho son la oposición al actual gobierno, es decir, la centro derecha y Republicanos, recogiendo los réditos de una gestión delictual por parte de gente de gobierno y muy ligados al Presidente Boric. Craso error.
Pero hablemos en serio ¿desde cuándo cree usted que están revueltos los ríos en Chile? La respuesta es desde hace mucho tiempo. La verdad, décadas.
No olvidemos uno de los primeros escándalos de “lucas” recibidas o entregadas indebidamente por funcionarios públicos y que, a poco andar, quedó en nada. Sólo fue una práctica, con un muy buen resultado el famoso MOP GATE, cuando don Ricardo Froilán campeaba en La Moneda con su estampa de estadista y su aún famoso dedo en alto. Le siguen otros casos bastante jugosos y que, también, pasaron sin pena ni gloria para los gestores, aparte de apropiarse cuantiosas sumas de dinero desde las arcas fiscales. Concón, la IM de Santiago, la IM de Providencia, EFE, los sobresueldos en las Subsecretarías castrenses, etc.
Y así pasaron los años, con una oposición condescendiente que transformaba sus principios y valores en intereses e ideología abandonando, de paso, la esencia de sus votantes y la identidad nacional, incluso modificando los sagrados Estatutos que les dieron vida, es decir, renegando de su origen valórico. Hoy, las cúpulas de esas históricas militancias deambulan en un verdadero limbo, sin escrúpulos, sin Dios y sin Ley (literal). En esa condición de desenfreno, sin condiciones ni límites morales, la izquierda penetró todo el aparato del Estado. Hoy, ninguna de las instituciones reúne los requisitos de probidad y eficiencia o, siquiera, tiene el interés de proceder ante la borrachera corruptiva que tiene a Chile con una metástasis casi terminal. La más importante para la restauración del Estado de Derecho, el Poder Judicial, tampoco está disponible para ello, aunque sí para sumarse a las acciones indebidas y antidemocráticas de las otras dos.
Ya lo decía Beatriz Hevia, Presidente del Consejo Constitucional en su discurso de apertura, “el país está en una profunda crisis moral”. Aclaro que dicha crisis afecta directamente a los “auto servidores públicos”. Los ciudadanos honestos y trabajadores siguen siendo, inocentemente, las eternas víctimas de aquellos que eligieron con su voto para expresar sus anhelos.
En resumen, fueron los cantinfleos de Bachelet y Piñera los que revolvieron finalmente el río y el PC, FA, RD, CS, y otras expresiones activistas, de idéntico origen y ambición, fueron los pescadores. Las atrocidades expuestas por la prensa, respecto de la entrega de muchos cientos de miles de millones de pesos, no son las únicas y seguirá habiendo sorpresas. De hecho, un estudio preliminar indica que en los últimos 15 meses el gobierno ha entregado “$ 479 millones de dólares a 3.296 fundaciones y entidades similares”. Traducido en moneda nacional, a valor actual de $ 806 cada dólar, implica una suma de $ 386.074.000.000 (TRESCIENTOS OCHENTA Y SEIS MIL SETENTA Y CUATRO MILLONES DE PESOS). En promedio, $ 117.134.102 (CIENTO DIECISIETE MILLONES CIENTO TREINTA Y CUATRO MIL CIENTO DOS PESOS) a cada una de ellas. Suma exorbitante para entidades creadas de la noche a la mañana y cuyo destino adolece de la transparencia necesaria, pero nadie reacciona, ni Contraloría para fiscalizar y denunciar ni el Ministerio Público para investigar y llevar a los involucrados al banquillo de los acusados. Salvo algunos casos y honrosas excepciones, nada funciona.
Esa cantidad de dinero es suficiente como para comprar 48.259 casas de emergencia como las que el gobierno entregó a las víctimas de los incendios terroristas del verano recién pasado. También, se pudo haber destinado a 772.148 sueldos mínimos o a 2.573.826 bonos de $ 150.000 c/u a familias vulnerables. En otro cálculo, la misma suma equivale a entregar 15.442.960 balones de gas de 15 kilos a gente con real necesidad. Pero no fue así. Hoy, con el desastre causado esta vez por la naturaleza y no por terroristas, el gobierno pudo haber cubierto la reposición, reparación o mejoramiento de todas las casas afectadas por las inundaciones producto de las lluvias de los últimos días. Pero no fue así. Me encanta la filosofía de la genial Mafalda cuando dice que “no falta dinero, es que sobran ladrones”.
Está claro que a la tendencia política que herede, como gobierno electo, todo el desastre en nuestra trama pública (ya no se puede hablar de “servicio”), le será muy difícil acabar con la corrupción, el nepotismo, la prevaricación y la basura. Las redes están echadas y, hoy, los mismos que agitan las aguas son los que colocan los peces dentro de ellas.
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