Freddy Blanc Sperberg
Consejero Nacional PRCh
Durante 30 y tantos años nuestro pueblo ha transitado desde la esperanza del desarrollo y un futuro próspero a un verdadero caos social, reflejado en la violencia, la delincuencia, le desilusión, la polarización, el engaño y el asedio permanente de las dictaduras del Poder Ejecutivo, del Poder Legislativo, del Poder Judicial y su brazo armado el Ministerio Público y los Partidos Políticos. La explicación para esa crisis es sencilla y la claridad es vital para saber a qué atenernos.
Tantos años de un estado de bienestar, cuyo constante crecimiento y satisfacción al alcanzar tantas metas, generaron una poderosa clase media. Pujante, autovalente, orgullosa y motivada, se fue alejando de aquellas cosas que mantienen los pilares que sustentan las estructuras sociales, es decir, permitimos que la corrosión en nuestras instituciones avanzara como una verdadera metástasis, las que cayeron en las manos menos adecuadas para los ciudadanos, las manos corruptas, ambiciosas y trabajadoras sólo para intereses personales y partidarios. En pocas palabras, olvidamos vigilar que aquellos a quienes les delegamos la responsabilidad de conducir nuestro país cumplieran realmente con su pega, basados en el interés común, en los principios y en los valores de la gran mayoría de los chilenos.
Ese descuido, de ciega e inocente confianza, recibió como retribución el abuso descarado de una clase política que, superando lo imaginable, utilizó el mandato popular como un instrumento de poder propio, sujeto a sus propias ambiciones, intereses y compromisos e instauró, de paso, una verdadera dictadura parlamentaria y partidaria, haciendo y deshaciendo leyes conforme a sus propias visiones, atribuyéndose incluso el poder de desconocer la voz de los ciudadanos, repetir un proceso fracasado y rechazado e imponer, por ley, la reiteración de una intentona golpista contra su propio pueblo, aquél que, ilusamente, los colocó ahí. Duele percatarse que aquellos a quienes entregamos herramientas para defendernos terminen usándolas en nuestra contra.
Ninguna otra cosa puede explicar esa actitud matonesca y autoritaria, de pasar por encima de la expresión ciudadana e imponiendo por ley, que sólo ellos justifican, nuevos procesos que nos involucran a todos, en una alianza con la ideología más perversa y destructiva de la sociedad occidental como lo es el comunismo. Las cúpulas de ChileVamos se felicitan y palmotean mutuamente con terroristas de izquierda jurando que llevarán a nuestro país al paraíso soñado, desconociendo la trágica realidad de quienes aún transitan esos senderos de sangre, dolor, hambre, desesperanza e indignidad. Para esos ambiciosos y descarnados vendedores de ilusión no existe la historia de Cuba, Nicaragua y Venezuela, así como tantos otros países de todo el mundo, cuyo único camino para recuperar su libertad fue comprada con sangre y que en el caso de los nombrados no ha sido suficiente.
La ambición de la izquierda ideológica, a lo que se ha sumado el partidismo dictatorial y globalista, una gran masa de empresarios sin conciencia social y muchos resentidos y molestos incluso con haber nacido, nos arrastran en un largo calvario en cuyo trayecto también debemos cargar una cruz, la cruz de nuestros propios errores. El Gólgota no está lejos. Lentamente estamos llegando a él.
El 7 de Mayo el pueblo habló de nuevo resistiéndose a ser crucificado. Los ciudadanos tomaron conciencia de que no son ellos, sino los ladrones quienes deben estar allí. Más allá del partido que aglutinó ese descontento y frustración, juntos deben contarse los 3.47 millones de votos más 2.7 millones de votos nulos y blancos, entre el apoyo republicano y a quienes rechazaron un proceso que nació de la ceguera y las ambiciones de unos pocos.
Hoy, esos responsables de su propio fracaso lloran y culpan a las piedras y a un pueblo “incomprensivo” por no otorgarles el poder de sacrificarlos. El embuste, la soberbia y la mentira resienten cada día el vivir de nuestra gente en un interminable discurso de odio, descalificación y negación de la realidad. No aceptan que la gente ya los identificó y el castigo es para ellos, no para un Presidente que ha mantenido la eterna votación de la izquierda dura ni para una maliciosamente calificada como ultraderecha.
Más de 6 millones de votos hablaron fuerte y claro.
Quien no lo entienda ni lo acepte, no merece estar en el lugar que está ni el pueblo puede mantenerlo ahí.
Los silenciosos inocentes, han hablado.
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