Freddy Blanc S.
Consejero Nacional PRCh
Hans Christian Andersen fue un prolífico escritor de cuentos para niño pero, sin dudas, los mensajes que deja inocentemente en ellos han marcado desarrollo y madurez, ayudando a generar el criterio en muchas personas.
En una forma de mostrar que el ser humano muchas veces actúa por temor o por interés, cuenta Andersen la historia de un vanidoso rey que adoraba los trajes fastuosos y las alabanzas. Sabedores de esa debilidad, dos ladinos costureros lo convencieron de confeccionar un traje especialmente para él, con telas finas y delicadas que poseían la particularidad de poder ser visto sólo por personas inteligentes. Creyéndose el cuento el iluso rey, y en un intento de descubrir a los torpes de su reino, aceptó el ofrecimiento financiando generosamente los costos que, obviamente, sólo engrosaron los bolsillos de los estafadores. Simulaban muy bien trabajar en la confección del fastuoso traje y el rey, aun cuando no veía hilos ni telas, nada dijo por temor a quedar como tonto ante su gente, entrando así también al juego de los bellacos.
Llegado el día de lucir la nueva vestimenta, osadamente salió a caminar por palacio y a recorrer sus dominios completamente desnudo. Advertidos y asustados sus vasallos y bajo riesgo de ser calificados como tontos, alabaron incansablemente a su rey y su hermoso traje.
A mitad del paseo, y desde entre una multitudinaria y lisonjera muchedumbre, un niño gritó lo que su no influida mente le dictaba: “El rey está desnudo”, provocando un murmullo de reprobación y sorpresa inicial pero, y ante la insistencia del niño, a continuación se desató la hilaridad y las burlas de un pueblo al ver a su rey como si recién naciera, es decir, pilucho.
Aunque el rey intentó superar el bochorno pensando que el niño era tonto, la suma de más vasallos a la risible escena, con evidencias físicas a la vista, terminaron por convencerlo de que el tonto era él, comprendiendo tarde que la vanidad tiene precio caro.
Curioso, pero ese cuento me vino a la memoria al ver las declaraciones, en todos los medios, del Ministro Marcel, del Presidente Boric, de Diputados y de cuanto Ministro y lisonjero vasallo de gobierno quiso hacerlo, temeroso de quedar mal parado con su rey, defendiendo el segundo mamarracho fracasado de su ideología, confiados en que los ropajes que pretenden lucir y su verborrea tóxica son suficientes para convencer a todo un pueblo. Son conscientes de que en realidad el traje no existe, que es sólo una ilusión que nubla su capacidad de pensamiento crítico y de la realidad, pero insisten. Sólo se concentran en sus ambiciones personales y, a quienes no ven lo que ellos esperan que vean, los califican de tontos.
El día 8 de marzo de 2023, en el Congreso chileno 71 “niños” gritaron a todo pulmón: “Ministro, está usted desnudo”. Allí quedó el Ministro, desnudo efectivamente, pero lo que quedó a la vista no fue su cuerpo, sino su alma, esa alma de izquierda disfrazada de corrección como tantas otras, pero desbordantes de ideología. Para muchos, el segundo fracaso histórico del gobierno y de sus vasallos adoradores puede ser de un costo inmedible para ellos, y un gran triunfo para los chilenos. La imagen del alma desnuda fue preocupante.
Según supe el rey del cuento aprendió la lección. Arrepentido de su vanidad y soberbia volvió a Palacio y cuidó mejor La Moneda de quienes sólo estaban ahí por dinero. Ahí no hubo risas.
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