Freddy Blanc Sperberg
Consejero Nacional PRCh
Siendo aún niño, y aprovechando una bien provista biblioteca de mi padre y los días de lluvia interminable en mi natal ciudad de Lebu, Capital de la Provincia de Arauco, comencé a leer. Mezclaba los tiempos entre la lectura y los juegos típicos de esos tiempos en que los celulares no existían y los televisores eran un lujo. La vida pueblerina transcurría entre aprehensiones por las enfermedades que, dado la escasa llegada de medicina desarrollada, sencillamente podían ser mortales.
Alejandro Magno, La Guerra y la Paz, La Odisea, La Ilíada, La Araucana, Mío Cid, Por quién doblan las campanas, La IIWW y mil títulos del genial Francisco Coloane, entre muchos otros adquiridos ya independiente en lo económico, engrosaron mi propia biblioteca. Hoy esos libros descansan en rincones de mi casa, imagino que esperanzados en ver nuevamente mis ojos recorriendo sus hojas, algunos por tercera vez.
Muy joven leí también a Arturo Aldunate Phillips, poeta, ingeniero civil, matemático e investigador cuya obra, A horcajadas en la luz, ensayo de 1969, retrataba muy bien su visión de científico rico en narrativa, algo curioso por cuanto los científicos, por lo general, no son muy dados a la retórica. Hasta ese momento, nada en sus geniales escritos indicaban la fe en su visión. Por el contrario, la ciencia acompañaba siempre muy acertadamente su pluma combinando sus obras, con ciertos rasgos de ciencia ficción y futurismo, con algunas de llamativo nombre como Matemática y poesía, un ensayo de 1940.
En 1976, durante el gobierno militar fue distinguido con el Premio Nacional de Literatura, cuando ya se encontraba enfermo. Sin embargo y contra todo pronóstico médico, continúa dejando para nosotros obras como Los caballos azules, sobre astronomía y otras ciencias, en 1978, y Mi pequeña historia de Pablo Neruda en 1979. Para sorpresa de muchos, en 1981 publica la que sería su penúltima gran obra con un título que, conociendo su preponderancia científica, sencillamente me impactó, Luz, sombra de Dios, acto de fe de un científico. Remata su genialidad en 1984 con Algo del hablar literario chileno, publicado con su autor ya agónico.
He querido traer la memoria de Arturo Aldunate Phillips al tapete no sólo por sus obras, cuál de todas más valiosa, sino por constituir un fiel testimonio de que Dios y ciencia coexisten, Luz, sombra de Dios, acto de fe de un científico, dicho por un científico, nos demuestra que no son excluyentes. En el caso del hombre, la ciencia explica el cómo y el dónde, pero no el por qué ni el para qué. Un científico con alma humanista como Aldunate tuvo la gracia de vivir y plasmar su propia evolución como ser humano, es decir, desde el cómo y el dónde, hacia el por qué y para qué. No me queda claro si verse a sí mismo a las puertas de su destino terrenal fue un acicate para profundizar en el tema, pero, evidentemente, fue el corolario perfecto de un hombre que vio mucho más allá de su carne, vio su propia alma a través de su ciencia, se vio a sí mismo transitando por una siguiente etapa, ya no material, sino de energía.
Más allá de nuestras propias convicciones, existe la necesidad de fe. Cuando el ser humano pierde la fe se menosprecia a sí mismo, se hace a sí mismo intrascendente, algo irrelevante nada dejará, salvo desechos de carne y basura. No podemos mirarnos tan en menos. Debemos tomar conciencia de que nada terrenal nos hará dignos porque nacimos ya dignos. Fuimos creados a imagen y semejanza, de qué? Usted elige, pero no descarte. Usted llegó aquí por algo y para algo. Sea digno de ello. Grabadas hasta el fin de los tiempos quedarán el Pienso, luego existo y e=mc2. Yo agrego el título de Arturo Aldunate, mal que mal, toda la luz que nos rodea no es más que una sombra de Dios.
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