Claudio Moran Ibáñez


 “La purga”. Podría ser un título exacto para referirse a lo que acontece en los sectores autodenominados “de derecha; después del desastre del 17 de diciembre que causó la obstinada decisión de un sector de aquellos de apoyar un proyecto constitucional que un ministro del TC calificó de “contumacia sedicente”, en claro desafío al resultado clarísimo del 4 de septiembre de 2022, y con la misma actitud arrogante y ególatra que ha seguido al acto electoral. En esa primera oportunidad ,la anterior, se criticó a Boric cuando dijo que “ellos”, la pandilla gobernante, estaban “adelantados” en relación al pueblo, pero ahora tampoco se observa humildad y reconocimiento especialmente de José Antonio Kast, un “disculpen, nos equivocamos”. Al contrario, esa nueva alianza Chile Vamos (Piñera)- Republicanos, algunos han manifestado colaboración a hacer cambios constitucionales en el Congreso, pero los segundos se han enfocado en “pasar las cuentas” a las personas, en general de mayor acervo intelectual que el grueso de sus filas, porque consideran debieron haber apoyado el proyecto globalista e izquierdizante que ellos, los seguidores de Kast propugnaban. Desde la misma noche del día 17 hemos tenido que soportar diatribas e insultos, además de arteras maniobras que buscan silenciar… ¿qué? ¿La disidencia? Cabría hablar entonces de stalinismo “de derecha”. Demasiado triste, pero esperable después de una campana que brilló por falsedades y desinformación, pero lo peor, la evidencia que sectores de “la derecha” están fuertemente penetrados e influidos por el globalismo y el “progresismo” que la izquierda radical promueven desde hace años en Chile y el mundo.

   He sostenido por largo tiempo que en la problemática chilena la culpa no es de la izquierda neomarxista, seguidora de la “Escuela de Frankfurt”, sino de las derechas que en general y así lo demostraron, han extraviado conceptos, ideas y el camino a seguir y más, a conducir. Hasta en el lenguaje habitual se identifican con la izquierda. Esa liviandad conceptual es lo que movió una campaña electoral en que ya muchos se despertaron y salieron del engaño  que nunca explicó nada de fondo. Que nunca explicó que no obstante el largo catálogo de derechos individuales, todos ellos quedaban sujetos al peligroso arbitrio de una ley común, y que lo de los quórum de reforma no era más que un mito, tratar de hacer creer que una constitución se basta a sí misma y no depende de las personas para cumplir o vulnerar sus normas y, lo más grave, que al sujetar al Estado de Chile a las convenciones internacionales de derechos humanos y Corte penal Internacional, se entregaba parte fundamental de nuestra soberanía, y el cierre de fronteras, las deportaciones masivas de inmigrantes, y la represión efectiva al crimen organizado y al terrorismo serían imposibles. Y la consagración textual del “cambio climático” y la obligación de luchar contra él, supeditaba todas las actividades económicas al ecologismo profundo onunista. Y sumiría, además, al país a una dictadura partitocrática, en una nación que ya está exasperada con partidos y políticos.

  A través de ambos plebiscitos constitucionales se ha evidenciado, desde la izquierda radical y desde la derecha de partidos, la clara intención de esa peste mundial del “globalismo”, doctrina con características de un “neocomunismo” de someter nuestro país en un experimento, al nuevo orden mundial a que aspira la Agenda 2030 de la ONU y varios superricos de nivel mundial, y que requiere que los Estados-como Chile-,entreguen su manejo soberano a la ONU, con varias de sus agencias instaladas en Chile por años. La redistribución de la población y la riqueza mundiales, y del poder hacia las entidades mundialistas, porque creen que ellos lo pueden hacer mejor que cada nación soberana, libre y autónoma en sus decisiones. Pero obvio, esto no se dice, aunque a estas alturas cada día que pasa más personas se enteran y lo entienden, y por cierto, no lo aceptan. El resultado del 17 de diciembre no tiene las lecturas que parte de la derecha pretende o pretendía darle, es el hastío de un pueblo que percibe que se le tratan de imponer decisiones tomadas por otros, y sintió y sufrió el poder global en esa “pandemia” que sirvió de experimentación de cómo hacerlo de nuevo para controlar por el miedo a nuevas plagas, reales o supuestas. Es más que evidente hace rato, que ese globalismo está inserto en el pensamiento antinacional de empresarios y políticos. La derrota plebiscitaria fue un traspié para los globalistas, pero no significa que la imposición de la agenda 2030 se haya detenido, sino que continua día a día, a través de leyes y políticas de su orientación como la ESI, el tratado pandémico OMS, la restricción de licencia de conducir a mayores de 65 años y un largo etcétera. Hace rato ya que Chile dejo de legislar y actuar en bien de Chile y su pueblo, y las fronteras abiertas, que ya ni son tema, nos aseguran que el pueblo chileno original desparecerá en dos generaciones o será franca minoría.

  En este contexto, la purga derechista debe entenderse globalista, y evidencia que esa derecha carece de las competencias y calidades para abordar el principal objetivo de un gobierno de interés nacional: restaurar nuestra cultura y soberanía, mucho más que la economía. Ello requiere una actitud moral que no observo: un proyecto país y programas que tampoco existen, equipos reales consistentes, no buscapegas “de derecha”, una estrategia y actitudes de ampliar las bases-no purgarlas- para un gran proyecto que supone cambio de los paradigmas hasta ahora existentes. Pero los paradigmas nunca cambian desde el núcleo, desde adentro, siempre desde afuera o al menos la periferia. Esas son lecturas que esta “derecha” globalista que se siente derrotada, no logra leer ni entender, divorciada de la realidad.

  El efecto clarísimo y la lección que deja también el resultado del 17 de diciembre, es que los votantes de derecha, el “pueblo de derecha”, desconfía crecientemente de esa superestructura que lo utiliza para las elecciones y después no los considera. Esas personas, desencantadas de los partidos, se volcaron a las redes sociales, y cambiaron un resultado que los partidos creían asegurado. La derecha pecó igual que la ultraizquierda gobernante, y en eso sigue, peligrando el futuro del país. Es imposible hacer un buen gobierno futuro en estas condiciones.

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