Claudio Moran Ibáñez
No obstante haber pasado “la fecha”, la violencia y la esquizofrenia parece se apodera cada día más del país, pese al próximo “receso” por Fiestas Patrias. Los “50 años del golpe”, como oficialmente se quiere llamar al pronunciamiento militar de 1973 -golpes de estado ha habido muchos en nuestra historia el último en 2019-, están marcando una pauta de exacerbación de una división forzada entre los chilenos, impulsada por sujetos -la mayoría-que en 1973 no eran siquiera un proyecto en la mente de sus padres si es que siquiera ellos existían. Pero las absurdas pretensiones de alterar el pasado con una “historia oficial”, son dignas de una ideología fanática de tintes religiosos, y de película de ciencia ficción sobre viajes en el tiempo. Como sea, ahí están, mostrando destrucción a diario, ataques a carabineros, creando un ambiente que, según algunos analistas, sería propicio a un “autogolpe” a través de un estado de sitio apoyado por parte de la “derecha” después del evidente acuerdo entre Sebastián Piñera y Gabriel Boric que al primero le ha permitido sacarse de encima sus peores temores: ser acusado de violador de derechos humanos. Tal parece ya “se blanqueó”, ahora vamos comiendo en la misma mesa y a subir en encuestas.
Pero todo llega siempre a un fin. La pausa del dieciocho probablemente hará olvidar lo que tampoco tuvo interés de la ciudadanía, “los 50 años”, pero seguramente las movilizaciones que responden a un plan de acción política van a continuar. Pero no pueden, ya no, con estos fuegos de artificio, seguir tapando la pésima situación del país. Es que Chile y cualquier país del mundo, requiere para su desarrollo y crecimiento un elemento que no se escribe en constituciones ni en leyes: la confianza. Si no la hay, en su sentido más amplio, es imposible haya inversión, tranquilidad, buena percepción de seguridad y optimismo frente al futuro, todos factores que crecientemente en las encuestas demuestran indicadores negativos. Solo un ejemplo: no puede haber confianza en el sistema económico si el sector gobernante no abjura de su dogma socialista globalista, de demolición de la economía de mercado. Es como decir: “invierte para que como Estado lo aprovechemos o te lo quitemos”.
Escapan a los espacios de una columna, detallar área por área como y donde el país debe cambiar y mejorar, prácticamente son todas, hasta el deporte. Es que ningún país está preparado para que una visión contraria a su propio ser, este gobernando y demoliendo sus cimientos, en lo material, pero más que nada en lo espiritual, cultural, social, la familia, la seguridad. Es un hecho cierto la negativa del gobierno de luchar efectivamente contra el crimen organizado derivado de la inmigración promovida por la izquierda y de la convicción que la revolución se hace con el hampa y el lumpen. Carabineros sigue en proceso de demolición, la aparición de algunos con chalecos de “agentes de dialogo” antes de mencionar lo repudiable, los ridiculiza y evidencia que las intenciones de su desaparición siguen intactas más allá del rechazo constitucional. ¿Y quién dice algo sobre lo que ocurre como que el presidente marche con manifestantes que ingresan a La Moneda y la dañan?
Mucho me temo que, entre la ambición y la cobardía, Chile ha caído en una espiral de desquiciamiento que podría ser imparable. Las evidencias son diarias. La pretensión que un próximo gobierno no sería de izquierda, y que podría arreglar este descalabro integral, solo es parte de ese descalabro, ¿a quién tratan de engañar? Chile tenía muchos problemas antes del inicio de la revolución octubrista, hoy ese número es casi infinito. No se solucionará con normas, solo un verdadero contingente de personas mejores, con ideas y proyectos y la voluntad de ejecutarlos, puede marcar el comienzo de un mejoramiento de nuestro país. Estadistas, necesitamos estadistas. Hombres y mujeres, con visión de Estado, de construir entre las ruinas que ha dejado esta revolución que cínicamente jamás se ha detenido pues no le importa la voluntad popular y no lo hará hasta que se le detenga desde afuera, pero también sobre las ruinas dejadas por una clase política agotada en la historia a la que ignora y realmente desprecia, ya que ve la política y al país entero solo como un negocio. Y el ciudadano así lo siente, pero en esta supuesta democracia nadie escucha a la gente, solo cuando a la clase política le conviene por ser acorde a sus intereses. La democracia chilena es para los políticos, no para el pueblo.
Estadistas, lo hemos dicho antes, hay mucha gente buena y capaz, pero el sistema se encarga de mantenerla oculta. Candidatos y ganapanes del Estado, se repetirán siempre los mismos. Y la marabunta revolucionaria avanza y avanza.
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