Claudio Moran Ibáñez


A menudo me preguntan el por qué declaro a priori que votare rechazo, o en contra, del proyecto de constitución que se plebiscite en diciembre, que no sería posible que fuere un “buen proyecto” sobre todo porque la fuerza mayoritaria del Consejo son los republicanos. Explicare por qué no.

El actual proceso constituyente es la segunda parte de la escalada insurreccional que hicieron explotar en octubre de 2019, eso debiera saberlo todo el mundo. La única diferencia es que al proceso anterior lo condujo la ultra izquierda, y éste lo gatilló aquella forma de “derecha” que se entregó cobardemente en noviembre del mencionado año. Nuevamente en una negociación espuria con quienes fueron formalmente derrotados electoralmente en 2022, pero siempre manteniendo la falacia de que el país necesita una nueva constitución, ya nadie parece saber para qué. Y la verdad es que hoy más que nunca el país no requiere algo así. Es hasta infantil e ignorante aseverar y siquiera pensar que el constitucionalismo es la solución a los males gigantescos que sufre lo que queda de nuestro pobre país.

El paradigma del cambio constitucional como un todo, no reformas por profundas que sean, se refiere a la necesidad revolucionaria de demoler la institución que queda en pie y que ha demostrado ser la más sólida de la República. Paradojalmente, es la única que intrínsecamente no está hoy en tela de juicio, como si lo están todas las demás. Es más, hasta el actual gobierno, advenido para destruirla, hoy derrotado se asila en la constitución para sostenerse, aunque el peso de sus errores, incapacidad y corrupción pronto le pasaran la cuenta definitiva. Es un hecho, el país no soportará más de dos años aun con este gobierno que no gobierna y fracasa en todo ya que su motivación es destruir, no gobernar… Y ahí se profundizará el problema que vivimos: una era de anarquía creciente, en que pese a todo aún existe una norma básica, la que sostiene al menos teóricamente, todo el andamiaje jurídico. Ellos trataron de agregar la anomia a esa anarquía que nos asfixia.

Una norma constitucional nueva, aun suponiendo salvaguardara la autonomía y soberanía nacional, y los derechos individuales, y no nos someta al multilateralismo, a los tratados internacionales y a la ONU, requeriría un largo proceso de adaptación, soportaría interpretaciones normativas, y requeriría mucha legislación complementaria, a veces partiendo de cero, todo lo cual solo agudizaría este estado de anarquía creciente. No, sería peor el remedio que la enfermedad, insistiendo que la norma constitucional nueva no sería remedio, solo la consagración de los muchos males, sumada a una gran incerteza y mayor inseguridad de todo tipo. Sería un error garrafal cambiar la actual constitución en medio de una multicrisis, no estamos para teoricismos e improvisaciones aun haciendo tabla rasa de todo lo que hay detrás del cambio constitucional, sumado a que las cosas bien hechas nunca se hacen a la carrera, y por lo mismo, no importa los derechos que en ella se reconozcan, y aun eliminándose los “bordes” de la camisa de fuerza del proyecto de politiqueros expertos, una nueva constitución no puede ser “buena”, porque no es lo que el país hoy necesita. La oportunidad es esencial en ello. Chile requiere un punto de referencia, porque ni clase política decente tenemos, y ese papel histórico lo deberá cumplir la norma constitucional vigente. Que podrá mejorarse y adaptarse a los tiempos y necesidades, pero la esencia debe mantenerse, es la única manera de enfrentar y alguna vez superar este estado profundo de anarquía, restablecer el respeto por la ley, alcanzar el estado de Derecho. Curiosamente, nuestra vilipendiada constitución es el faro y punto de referencia, cambiarla seria siempre contraproducente, además de estar convencido de la imposibilidad de producir nada mejor y contra el tiempo.

Tal parece que estamos ad portas ya de un hecho inédito: el término anticipado del actual gobierno. El país ya no soporta. En el marco constitucional deberá alcanzarse una norma transitoria de salida de este desastre del gobierno de Boric, corroído desde adentro por su propia corrupción e inmoralidad generalizada. Pero después vendrán años muy difíciles, ya las pirañas se afilan los dientes pensando en el gobierno, y las posibilidades de fracaso del sucesor son enormes. La democracia como sistema hace rato ya no puede abordar ni menos solucionar situaciones descontroladas. Todo esto solo garantiza la continuación de esa anarquía, pero se llega a un punto en que la gente se conforma con que los gobernantes no roben, y si se combate la delincuencia- lo que también dudo-mucho mejor. Ante el fracaso total de la revolución boriciana-comunista y onunista, la ciudadanía pide muy poco. Pero hay que cumplirle. Quizás nuestros hijos alguna vez, vean un mejor país, salvémoslo para ellos siquiera.

 .