Claudio Moran Ibáñez


Se ha inaugurado la nueva convención constitucional, y por algunos meses se inducirá o tratará, de hacer volver a creer que una nueva constitución solucionará todos los males del país. El buenismo y la estupidez humana condimentada con ignorancia, y la presión mundial igual que la vez anterior, pujará por cumplir uno de los dogmas de la agresión globalista que se apoderó de nuestro país para hacerlo sucumbir. Entretanto el gobierno dará rienda suelta a la conmemoración de “los 50 años del golpe” con que intentará resucitar complejos y temores con la esperanza que el resultado popular de diciembre le sea favorable esta vez, claro, porque, a no dudarlo, el interés y meta de la nueva constitución es compromiso globalista de los gobernantes: supeditar el Estado Chileno al multilateralismo y hacer de la soberanía un espejismo tras el cual se desarrolla el esquema del gobierno mundial en que organismos internacionales dictan las pautas, no los chilenos.

La lectura del proyecto de nueva constitución elaborado por la llamada “comisión de expertos”, demuestra su clara orientación hacia posibilitar los paradigmas de la agenda 2030 de la ONU, es una “constitución habilitante” como dijo el presidente del partido comunista. Ahora veremos si los ganadores de la elección del pasado 7 de mayo serán capaces de cumplir tanto las expectativas de sus votantes que coinciden en número con los del rechazo a una nueva constitución del 4 de septiembre, como con ser fieles a convicciones patriotas y libertarias, o caen en la tentación que destruyó a la derecha light de que todo se negocia partiendo por los principios absolutos. Los complejos de dialogo y amiguismo suelen aflorar en un pueblo que no es la sombra del que se tomó el morro de Arica a punta de chupilca y corvo, en un país hoy que Arturo Prat no reconocería.

Pero este ejercicio “constitucional” no es más que eso a menos que sus impulsores terminen imponiendo su proyecto sobre la voluntad popular que dos veces ha dicho no querer nueva constitución, y tampoco “nuevo orden mundial” y va tomando conciencia -se percibe- en contra de la siniestra agenda 2030 y la ONU, apoyada por una clase política transversal que ha tocado fondo en sus actuaciones nefastas y se apoderaría de lo que queda del Chile institucional  si el proyecto se impone. Por lo mismo creo que desde ya debe aclararse la necesidad de rechazar un proceso absolutamente ilegitimo, tanto como la exigencia de un asaltante a mano armada, porque este caos detonado el 2019 se basa en la negociación y cesión al terrorismo y la delincuencia. Y solo será otro distractor de una revolución que avanza día a día.

La economía siempre es recuperable. Lo que es insuperable es perder el futuro, y en eso estamos. La revolución deconstructiva se ha apoderado de la cultura de masas y destruyó la educación pública. Se creó así un abismo insalvable entre las nuevas y novísimas generaciones y las adultas, continuidad histórica esencial para la subsistencia nacional. Esta “ineducación” que descaradamente se convirtió hoy en una sexualización torcida y depravada sobre miles de niños, es un atentado claro a la libertad de ellos, y violación del derecho preferente de los padres a educarlos y transmitirles sus creencias y valores. Llevar a los niños a una cultura LGTB, seguir metiendo la ideología de género, establecer una “cultura” del cambio de sexo, importa disociar a las nuevas generaciones, destruirlas como seres humanos a través de concepciones falsas y crueles, aberraciones que se institucionalizarían a través de “preceptos” del proyecto sobre “igualdad sustantiva”. Podemos discutir de ideas políticas, pero esta destrucción de miles o millones de niños, borrando su inocencia en la misma escuela, como se ha visto en varios casos y con el auspicio de ministerio de educación, es destruir la libertad de los niños, libertad consustancial al cumplimiento del propósito de sus existencias y no a lo que la izquierda globalista concibe. Estas políticas de gobierno se elevarían al rango de políticas de estado con respaldo constitucional. Nadie tiene derecho a destruir la vida y futuro de los niños de Chile y menos el gobierno de Boric, verdadero símbolo de la ideología de género. Esto tiene que terminar, y eso es ahora. Dos años y medio más serán miles de niños dañados sin remedio, y un país sin futuro, la vanidad de los políticos hablando de democracia que no existe. Salvar a los niños de Chile de esta perversión masiva es un imperativo moral, que necesariamente pasa por el termino rápido del actual gobierno que se ha ilegitimado por lo mismo.

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