Cristián Labbé Galilea


Estos días han sido de mucho ajetreo: un abrazo por aquí, “bendiciones” por allá, miles de WhatsApp, twitts con “buenos augurios”… Es el comienzo de un nuevo año y una nueva década pero, por más esfuerzo que se haga por crear un entorno festivo, algo está diciendo que el ánimo no está bueno…

Unos más, otros menos, todos trasmiten preocupación; las expectativas y los deseos que se prodigan indican que las cosas este año serán complejas. Sobran los argumentos, abundan los diagnósticos, pero las proyecciones son similares… será un año complicado: “en abril tendremos constituyente, en junio primarias de gobernadores y alcaldes, en octubre triple elección: municipales, (alcaldes y concejales), gobernadores y convencionales (eventualmente)… será un año full política y, los problemas reales de la gente, relegados a un segundo nivel”…

En el corto plazo, el que “la lleva” es el plebiscito de abril, para el cual las proyecciones son poco halagüeñas… al decir de muchos: “la posibilidad de que se rechace la opción de tener una nueva constitución, es muy baja”.

Convencido que: “nada grande puede pasar si pensamos en pequeño”, sostengo que, si cada uno de nosotros “hace las tareas”, impediremos que se eche por tierra lo construido hasta ahora. ¡Que no es fácil… claro que no! porque, para hacer cosas fáciles hay muchos, pero para las cosas difíciles… ¡ahí estamos nosotros!

Si pensamos que la gran mayoría no quiere saber nada con los políticos y con la política, situación que se manifiesta en la enorme abstención a la hora de votar, es allí donde debemos apuntar nuestros esfuerzos, haciéndole ver a cada escéptico que: “ellos son los únicos” que pueden cambiar las cosas que tanto les molestan.

Para lograr que esa mayoría -los que se restan y los desencantados- se involucren en el plebiscito, más que “convencerlos” hay que hacerlos caer en “el vicio de pensar por sí mismos”… cuantos más tengan pensamiento propio, serán menos los que se dejen arrastrar por opiniones de terceros.

Qué duda cabe que la incapacidad de razonar por sí mismo (y la flojera mental) transforma a muchos de los disgustados en incautas “cajas de resonancia” de sórdidos intereses políticos.

Obnubilados por discursos emocionales (desazón, culpabilidad, ira, angustia) estos cándidos personajes se apartan de los valores que verdaderamente les importan: la libertad, el orden, la justicia, la paz social, el bienestar… y, sin querer, favorecen lo que aborrecen: la violencia, el odio y la intolerancia.

Hice la prueba: conversé con un grupo que sostenía que había que cambiar la constitución para solucionar los problemas que afectaban a nuestra sociedad; les pedí, sin intentar convencerlos, que pensarán por sí mismos y que sacaran sus propias conclusiones sobre los efectos que esa medida tendría… Poco me demoré en que se dieran cuenta de lo equivocados que estaban y de cómo los estaban instrumentalizando; al final unos reconocieron que actuaban sin pensar y otros que pensaban pero no actuaban…. ¡Dos pecados capitales!

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