Raúl Pizarro Rivera


Gael Yeomans, diputada de Convergencia Social, el partido del Presidente Gabriel Boric –con menos de 5% de votos en la última elección- fue tajante al afirmar que “la agenda del Gobierno…sigue adelante y su meta es imponer un Estado de Bienestar”, esto es, un régimen socialista con las personas al servicio del Estado.

Su afirmación se unió al llamado de Camilo Escalona (PS) a una sublevación popular a nivel nacional y a la advertencia de Daniel Jadue (PC) en cuanto a que será el contenido de la propuesta constitucional “el que determine acaso habrá una nueva revuelta”.

Esta coordinada amenaza de la extrema izquierda es un aviso al partido Republicanos para que se allane a alinearse con la minoría del Consejo y llegar a acuerdos con los representantes del Gobierno.

Desde La Moneda, tanto Boric como su mecanizada vocera comunista, insolentemente convocaron a la “derecha democrática” –Chile Vamos- a sumarse a los suyos, como si un aislamiento a Republicanos le pudiese arrebatar a éste su dominio total de la situación y del escenario.

Los anuncios de la Yeomans, Escalona y Jadue constituyen, en rigor, una mal intencionada omisión de la voluntad ciudadana. Desde el 4 de septiembre de 2022 –la gran derrota marxista en la madre de todas las batallas-, Republicanos ha sido un fiel intérprete del sentir de la gente. Es de ciegos o surrealistas ignorar que, tras esa fecha, un 60% de la población siempre se manifestó en contra de una innecesaria prioridad constitucional, pensamiento idéntico proclamado y defendido por dicha colectividad.

Chile sigue teniendo, y así será en el futuro inmediato, muchísimos problemas socioeconómicos sin ser resueltos como para continuar embarrados hasta las rodillas por el empeño izquierdista de imponer una Carta Magna totalitaria.

Además, nada apura a quemarse las pestañas antes de tiempo, ya que la extra polarización vigente insta a no descartar que, incluso, este proceso ni siquiera llegue a su final.

Chile dio la gran pelea por su democracia el 4 de septiembre, y se la ganó por paliza a la izquierda; ahora, de la mano de Republicanos, volvió a derrotarla de modo categórico y contundente. Aparte de chocante e hipócrita, esta campaña amenazante de la izquierda por obligar a Republicanos a comprometerse a “dialogar y acordar” -algo ausente en su propio manual ideológico-, no es más que un empañamiento de la imagen del partido estrella de la política chilena a un año de las elecciones municipales. Sus candidatos resultaron vencedores en 256 de las 346 comunas del territorio, y entre las conquistadas se hallan Maipú, Puente Alto y La Florida. Vencieron, además, en los dos quintiles más bajos de la población.

Dominante absoluto al interior del Consejo Constitucional, sus representantes deben evitar ‘pisar el palito’ que les pone la izquierda y no sentir pudor de ser fieles a sus convicciones, porque son las mismas de la gran mayoría ciudadana que los votó. Esta sintonía se robusteció con la postura del partido de combatir in situ, con armas, y sin dilatorios anuncios y largas persecuciones legales al imperio del terrorismo y la delincuencia.

Consecuencia de todo ello es que Republicanos, de la noche a la mañana, se convirtió en el partido más votado en una elección desde el retorno a la democracia, con casi 3.500.000 votos y el 36% de los sufragios. Tal éxito fue recibido por el Gobierno y los suyos con una ignorante –y, para variar, errónea alusión a la tiranía de las mayorías. Tal concepto es un término acuñado en la Grecia clásica para definir al “dominio popular opresivo ejecutado por una sola persona”.

En riesgo o no el proyecto constitucional en carpeta, sólo importa que sea un modelo plenamente fiel a una democracia donde campeen todas las libertades de los seres humanos y que les sean respetadas sin limitaciones. Republicanos tiene todas las cartas en sus manos, y por su pasado y presente, no hay indicios ni señales de que vaya a canjearlas por los ladridos de los perros del hortelano.

Fuente: voxpress.cl.-

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