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15 octubre, 2020 

 

 

 

 

Cristóbal Aguilera
Abogado, académico Facultad de Derecho U. Finis Terrae


 Nuestra naturaleza social se rebela frente al modo tan precario en que hoy nos asociamos políticamente. No existe actualmente un sentido comunitario fuerte, es decir, uno conforme al cual todos se sienten remando para el mismo lado, con la consciencia de que todos son necesarios para alcanzar la meta.


La respuesta que los griegos dieron a esta pregunta hace más de dos mil años es muy sencilla: vivimos en comunidad para ser felices. Esto significa, entre otras cosas, que la felicidad no es un asunto meramente individual, sino también, y principalmente, una cuestión social: necesitamos a los demás para conseguirla. La felicidad constituye, así, el fin para el cual la comunidad política se organiza: el bien común es justamente la felicidad común, la de todos y cada uno de los habitantes de una comunidad.

El olvido de esta enseñanza fundamental es probablemente uno de los principales factores que explican la decadencia de los estados modernos. Nuestra naturaleza social se rebela frente al modo tan precario en que hoy nos asociamos políticamente. No existe actualmente un sentido comunitario fuerte, es decir, uno conforme al cual todos se sienten remando para el mismo lado, con la consciencia de que todos son necesarios para alcanzar la meta. Incluso los clamores de justicia social que se oyen en estos tiempos, y que se disfrazan con solidarios y humanitarios ropajes, muchas veces no son más que reclamos y exigencias –a veces violentas– para la satisfacción de deseos individuales que poco tienen que ver con el resto. Toda comunidad política –también la nuestra– requiere para su propia subsistencia que quienes la conforman estén dispuestos a sacrificarse por ella, y no solo a aprovecharse de ella. Lo que hoy parece predominar, sin embargo, es un compromiso social meramente instrumental.

¿Para qué vivimos en comunidad? Casi todos los sectores políticos se han convencido de que el fin de la sociedad –y la autoridad política– es alcanzar el progreso y el bienestar. Como si aquello que nos constituyera como nación fuese el aumento de la riqueza y la satisfacción de las necesidades materiales de la existencia, a fin de que cada uno pueda luego hacer con su vida lo que le plazca. Sin embargo, esto es demasiado poco: Aristóteles ya había planteado la idea de que, si bien la polis nace a causa de las necesidades de la vida, «subsiste para el vivir bien». Vivir bien, en este sentido, no significa una vida placentera al modo en que hoy se comprende. Vivir bien significa lo mismo que la felicidad… pero felicidad auténtica, es decir, una que no se consigue por medio de la satisfacción de ciertas necesidades básicas ni de la maximización del placer, sino que apuntando a cosas mucho más altas: a la lucha diaria contra nuestro propio egoísmo, a la preocupación sincera por los demás, a la constante aspiración a ser mejores prójimos.

Vivimos en comunidad, en último término, porque no podemos realizarnos como personas ni ser felices sin los demás. Y, por tanto, respecto de los demás tenemos también una responsabilidad ética fundamental. El bien común es, en este sentido, un bien que efectivamente puede ser participado por todos. En esta línea, un desafío social y político ineludible es volver a conversar sobre aquello que constituye la vida buena, como algo diferente al mero progreso y bienestar material y algo diferente de lo que cada uno escoja en su propia vida con independencia de los demás. Es decir, una conversación propiamente ética y política. Y esto es todavía más urgente en el contexto del debate constitucional actual, pues todo parece indicar que con la excusa de promover una sociedad más integrada, terminaremos exacerbando la idea de que el bien de la sociedad, de todos sus habitantes, no está condicionado al hecho de que todos asumamos nuestro propio compromiso para con ella.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/cristobal-aguilera-para-que-vivimos-en-comunidad/

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