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27 noviembre 2020
(Publicado originalmente el 18 de julio de 2011) 

 

 

 

 

 

Tomas Bradanovic


La competencia es políticamente incorrecta. Por ejemplo cuando se habla de educación evitan mencionar esa palabra, es inconfortable, porque según el pensamiento políticamente correcto no resulta inclusivo que unos ganen y otros pierdan, competir es pecaminoso. Yo estoy de acuerdo que -en general- no hay mejores ni peores, pero de ahí a no diferenciarse ni sacar lo mejor que tenemos para refugiarnos en un rebaño homogeneo, creo que es una actitud bien pobre.

En cambio competencia en economía es hoy un fetiche, igual que en los años sesentas, cuando hablaban de revolución o pueblo. Pero seamos francos, no nos gusta competir porque tenemos miedo a perder, eso ha permitido que la palabra se desvirtúe y en su nombre se justifican muchas barbaridades, tal como antes se hacía en nombre la revolución o del pueblo.

Tal vez los deportes nos dan la idea más exacta del verdadero significado de la palabra: los atletas compiten, por ejemplo en los 100 metros planos y cada uno trata de correr más rápido que los demás para llegar primero a la meta. Uno gana y los demás pierden, en distinto grado según lleguen segundos, terceros o últimos. Es tanta la similitud que los que entran a la universidad se dice que estudian una carrera. Es tan importante tratar de llegar primero como saber perder, no hay nada más desagradable que los malos perdedores ni nadie supera a alguien que acepta ganar o perder con la misma gracia.

Las empresas también compiten para ganarle a las demás y en lo posible para llegar a una posición dominante o mejor al monopolio, ese es el objetivo de toda empresa y las teorías modernas de competencia están basadas en teorías de guerra. Sin embargo tanto en los estudios como en los negocios es políticamente incorrecto hablar de ganadores y perdedores, según el ideal igualitario todos deberían ganar, cosa evidentemente absurda.

Así es como la educación se ha tratado de masificar y estandarizar a un costo enorme para los contribuyentes mientras en los negocios aparecen leyes antimonopolio para castigar a las empresas que tratan de mejorar su posición dominante. Si en una carrera atlética se castiga al que llega primero ¿que ocurre? Que nadie se mueve o que todos se deben poner de acuerdo para llegar de alguna manera al mismo tiempo. Si no hay competencia no hay mejora, todo queda estancado.

Lo mismo pasa con la educación estandarizadora, cuando el estudiante se da cuenta que no gana nada con esforzarse, se adapta al mínimo común denominador o lo deja, finalmente sale con un título que no vale nada. Y las empresas en lugar de pelear por llegar a ser las primeras, se ocupan en denunciar al gobierno a los que les está yendo bien, acusándolos de colusión y competencia desleal.

Las regulaciones del estado siempre dañan la competencia, todas las regulaciones traspasan la responsabilidad y el riesgo desde las personas hacia el estado. Aunque hay regulaciones inevitables -como las leyes que persiguen las estafas- siempre debieran ser mínimas, pueden ser un mal necesario pero básicamente son un mal, si queremos libertad para elegir cualquier regulación termina limitando esa libertad. En Hong Kong nunca necesitaron de tribunales para "defender" la libre competencia.

Las leyes antitrust de los Estados Unidos aparecieron para defender intereses corporativos y a un gobierno que se sentía amenazado por el poder que podrían adquirir Rockefeller y otros industriales exitosos, pero nunca se demostró que hayan fomentado verdaderamente la competencia, al contrario, el efecto real ha sido siempre el de limitar la libertad y proteger a los poderosos.

Las leyes para "proteger" la libre competencia se basan en dos conceptos equivocados, el primero es el modelo de competencia perfecta de los economistas neoclásicos, una ficción matemática que -a pesar de su prestigio académico- ha mostrado ser muy mala para predecir o modelar la economía. La competencia perfecta con tasas de ganancia de equilibrio es la negación de la idea de competencia y los modelos que tienden al equilibrio en la vida real son más raros que los platillos voladores. Pero es un modelo prestigioso porque se pueden escribir complicadas ecuaciones que todos respetan y muy pocos se atreven a cuestionar su validez o alcance.

La otra equivocación es la creencia popular de que las economías de escala son imbatibles y que los ricos se hacen cada vez más ricos mientras los pobres cada vez más pobres. Es increíble cómo ha persistido esa idea pese a que la realidad muestra todo lo contrario y ni la IBM es la única fabricante de computadoras del mundo, ni la GM la única fabricante de automóviles, ni la Boeing los únicos fabricantes de aviones, como pronosticaba J.J. Servan Schreiber en "El desafío americano" el año 1969. La verdad es que el tamaño, llegado a cierto punto pasa a ser una desventaja y los monopolios caen por su propio peso ante organizaciones más ligeras y eficientes, hay miles de ejemplos de eso.

En base a estos dos errores -ambos anti libertarios- la gente ha ido traspasando su propia responsabilidad hacia el estado ¿esto los ha protegido? Para nada, las personas hoy están más desprotegidas que nunca porque dependen de la discrecionalidad de los burócratas, confían en eso y cuando son timados, cosa que pasa con regularidad, corren a reclamar contra el estado porque no los protegió apropiadamente. El caso de La Polar es típico de tontos que lloran porque el estado no los protegió de sus propias decisiones.

En todo esto hay un cambio siniestro: las personas y las empresas tienen cada día menos ganas de competir o tomar riesgos. Antes era un orgullo superar a los demás y superarse a sí mismo, los mejores eran aclamados ya fueran un alumno o un empresario exitoso y todos querían ser un poco mejores cada día. Ahora en cambio todos buscan ganar por secretaría, por medio del pituto o el privilegio de alguna burocracia.

Aparecieron tipos al estilo de Maturana diciendo que en realidad en la naturaleza no se compite sino que todos cooperan como buenos hermanitos para llegar a un estado de perfección ideal donde todos son felices, solo compiten los tontos y los malvados. Que pena ver como se endiosa a la mediocridad.

En la vida real tenemos que tomar decisiones riesgosas y competir, no hay manera de librarse de eso porque el riesgo y la competencia son parte de la vida, pero como políticos y economistas se dieron cuenta hace rato que tomar decisiones y competir nos da miedo, nos vendieron la idea que el estado lo puede hacer por nosotros, esa es una mentira más grande que "voy y vuelvo" o "préstame cinco lucas, te las devuelvo mañana". La otra mentira mejor no la digo, pueden haber menores de edad leyendo. Hasta mañana.

Fuente: https://bradanovic.blogspot.com/

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