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Fotografía: Bernardita Pérez-Cotapos


Por Bernardita Pérez-Cotapos

Hace un tiempo, un sacerdote de una de las iglesias quemadas en Santiago de Chile en lo que va de esta «guerra molecular disipada», me detallaba con dolor los pormenores de la tragedia que significó perder toda la indumentaria, reliquias varias, alimentos, enseres, y, por supuesto, la infraestructura patrimonial de su iglesia; incluyendo una camada de gatitos recién nacidos que moraban en el lugar.

El interés por atacar con tanta virulencia los templos católicos no es algo propio de estos tiempos. Ya en la Edad Media su profanación era tan común y llegaba a niveles tan abismantes, que la Iglesia de aquella época se obsesionó por la creencia en la eficacia de las brujerías o hechizos; de allí que la Santa Inquisición se ensañara de tal modo con quienes practicaban los más diversos conjuros.

Pero ¿cuál era la real motivación para concretizar los sacrilegios?, el hecho de admitir el dogma de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, es decir, atacar a la hostia consagrada de modo que se atacase al propio Cristo sin que éste pudiera oponerse.

Volviendo a la conversación con el sacerdote de uno de los templos profanados y quemados, y pese a la magnitud del cobarde ataque perpetrado, lo que más lo tenía acongojado era presenciar los rituales satánicos que periódicamente se llevan a cabo en la otrora Plaza Baquedano, que los insurrectos llaman «Plaza Dignidad», aunque bien sabemos que poco tiene de ello.

Con cierto estupor, me fue narrando los escabrosos detalles de un ritual en particular: el de algunas feministas abortistas que a la hora de manifestarse se presentan con su distintivo pañuelo verde y algunas con pintura roja en la entrepierna, la cual simboliza, claro está, la irrupción forzada de la gestación. El asunto es que algunas de ellas se dejan embarazar para luego abortar y ofrecer los fetos malogrados a Belcebú, allí, en plena Plaza Italia, o bien frente a alguna iglesia o institución que represente a la fe católica.

El ritual consiste en dibujar un pentagrama o penta alfa con pintura negra en el suelo al son de un tambor rítmico que permite entrar en un trance que abre portales astrales para el ingreso de entidades malignas desde el más allá. La sangre permite ofrecer a la entidad perversa un vehículo energético para poder manifestarse en un plano más denso.

Dado lo anterior, no es de extrañarse que en este último tiempo se manifiesten una serie de fenómenos paranormales en las cercanías del lugar. El mismo sacerdote ha debido hacer extenuantes rituales exorcistas durante y después de las multitudinarias marchas que se suscitan a diario en ese sector.

El fin último de estos pactos de sangre es romper el orden divino del «Creced y multiplicaos» (Génesis 1:28), e impedir la encarnación de personas cuya misión podría ser la de salvar al mundo, o al menos mejorarlo. También se busca eliminar el concepto del hombre como hijo del cielo, representado en la figura del pentagrama, que al dibujarlo invertido implica la negación de éste.

Y no podemos dejar de lado el afán deconstruccionista de símbolos tan antiguos y repletos de significado como lo es este mismo pentagrama, que guarda un significado ancestral que va desde Pitágoras, pasando por la cultura Wicca, Leonardo Da Vinci y escuelas esotéricas como la del Amanecer Dorado y que estas nuevas generaciones buscan pervertir y resignificar para apropiarse de los símbolos.

No por nada nuestras iglesias lucen cubiertas de rayados que representan cruces invertidas, pentagramas invertidos (la negación del hombre como creación divina), la estrella del caos junto a frases nihilistas como «Dios no existe, por lo tanto, ustedes tampoco».

Cabe destacar que todos los pueblos antiguos usaban ofrendas de sangre animal o humana para alimentar entidades y facilitar su manifestación en la materia, sea para entes buenos o malos, ya que, según la Biblia, el alma está en la sangre.

Esta guerra que estamos viviendo no se bate meramente en el plano terrenal, sino que también en el astral, por lo que se hace imperante acudir a liturgias, rezar salmos exorcistas y rezar el Santo Rosario a nuestra Madre Protectora por aquéllos que, en muchos casos, actúan por repetición sin tener conciencia de su real significado, ni menos dimensionar las consecuencias de sus actos.

Sólo podremos cerrar las puertas al mal representado por estas perversas magias unidas a ideologías de género y de feminismo psicopático cuando seamos capaces de revivir el alma moral de la patria con respeto por nuestras creencias religiosas y en el plano político nos neguemos a jugar con las reglas de la izquierda atea y relativista.

Fuente: http://www.intelige.cl/pacto-de-sangre/

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