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Entrevista a Axel  Kaiser, Abogado, Filósofo y Director de la Fundación Para el Progreso

 

 

Por Diego Sánchez de la Cruz

 

El Director de la Fundación para el Progreso denuncia que igual que en '1984', La novela de Orwell, "Las Élites Progresistas deciden qué temas son aceptables y qué asuntos no pueden ser objetos de debate. Y ante esa imposición, la Derecha se amilana y cede"


A sus 38 años, el chileno Axel Kaiser es una de las mentes más brillantes de América Latina. Abogado y doctor en filosofía, este pensador liberal se ha convertido en la bestia negra de la izquierda, aupado por el éxito que han cosechado libros como La fatal ignorancia, El engaño populista o La tiranía de la igualdad.

Además de su trabajo como escritor y divulgador, Kaiser es el director de la Fundación para el Progreso, una organización de enorme influencia en los círculos intelectuales de la derecha latinoamericana. Y la cosa no acaba ahí: el intelectual chileno prepara el lanzamiento de su primera novela y ha cerrado su fichaje por la Hoover Institution, un prestigioso centro de estudios de la californiana Universidad de Stanford donde prepara distintas investigaciones sobre Milton Friedman y Friedrich Hayek de la mano del célebre historiador Niall Ferguson.

Kaiser es un enamorado de España y visita nuestro país cada otoño y cada primavera. Con motivo de su último paso por Madrid, Actualidad Económica ha querido conocer sus impresiones sobre el clima social, político y económico que se respira aquí.

Cuatro elecciones en menos de un mes. España está más politizada que nunca. ¿Cómo valora la calidad del debate público?

En España y en todo Occidente se están cruzando líneas muy peligrosas. La corrección política está asfixiando el pluralismo e impidiendo cualquier debate en libertad sobre los problemas de nuestro tiempo. Creo que estamos viviendo el auge de un movimiento culturalmente revolucionario, impregnado de un espíritu totalitario. Como en el 1984 de George Orwell, las élites políticas y mediáticas de la izquierda deciden qué temas son aceptables y qué asuntos no pueden ser objeto de discusión. Ante esa imposición, la derecha a menudo se amilana, se acobarda y termina cediendo. Por tanto, no se puede evaluar la calidad del debate público, sino más bien constatar que cada vez hay menos temas de los que se puede hablar en libertad.

¿Por ejemplo?

Si criticas la discriminación positiva, eres machista. Si no crees que los grupos LGTB tengan que recibir privilegios o ayudas especiales, eres homófobo. Si defiendes a los empresarios, eres un explotador. Si pides que la inmigración sea ordenada, eres xenófobo. Y así con todo. Nunca fue tan fácil que te llamen fascista. A través del lenguaje, se pretende generar una nueva realidad y todo aquel que discrepa de este nuevo paradigma se enfrenta a esas descalificaciones y a auténticas campañas de desprestigio que aspiran al asesinato civil del disidente, a la destrucción de la reputación de toda persona que no comparta los postulados políticamente correctos. Toda opinión diferenciada de la retórica dominante queda calificada automáticamente como un postulado de ultraderecha. De ese modo, la izquierda se ahorra la necesidad de debatir y se asegura la imposición de su agenda ideológica, alimentándose de un clima de miedo y censura.

La universidad debería ser un foro abierto al debate, pero es precisamente ahí donde estamos viendo ejemplos muy lamentables de sectarismo y adoctrinamiento.

En diversas universidades de España hemos visto que hay facultades enteras tomadas por la ultraizquierda, pero el fenómeno también se está dando en otros países. La situación es tan preocupante que destacados profesores de Oxford, Princeton y otros centros de élite han decidido lanzar una revista académica que permitirá publicar con pseudónimo. La idea es que, de esta forma, investigaciones o tesis que puedan generar rechazo vean la luz sin desencadenar una persecución contra sus autores. Pero que estemos llegando a estos extremos demuestra hasta qué punto las universidades están en un franco proceso de degeneración. Lo cierto es que esta deriva lleva años incubándose en el mundo anglosajón y ha terminado contaminando al resto de Occidente. Se han hecho estudios sobre la ideología de los profesores universitarios en países como Estados Unidos y esas mediciones muestran que los académicos de centroderecha han pasado a ser algo anecdótico. En universidades de élite, las humanidades llegan a emplear a 30 profesores de izquierda por cada profesor que dice ser de derechas. Y, si todos los profesores piensan lo mismo, el adoctrinamiento será mucho mayor y la tolerancia hacia las ideas liberales o conservadoras será cada vez menor.

Hemos hablado de las universidades, pero ¿qué me dice de los medios de comunicación?

Una universidad sueca ha estudiado la orientación ideológica de los periodistas europeos. En España, lo hizo de la mano de la Universidad Rey Juan Carlos. Las conclusiones son demoledoras. El 50% se identificaba abiertamente con la izquierda y el 50% restante, con el centro. El porcentaje de periodistas que reconocía ser de derechas era ínfimo. Y no es un caso aislado. En Estados Unidos, el 90% de los periodistas y colaboradores de los medios más influyentes vive en Nueva York o Los Ángeles, es decir, en feudos de la izquierda. Por eso no entienden nada de la era Trump, porque viven aislados en burbujas progresistas y desconocen el sentir de millones de estadounidenses que no compran esa mercancía. Es paradójico. Se habla continuamente de diversidad, se respalda la pluralidad de etnias, de orientaciones sexuales... Pero la diversidad más importante, que es la de pensamiento, no está aceptada y, de hecho, está perseguida. La universidad y los medios de comunicación deberían servir para confrontar ideas, para presentar posturas opuestas y dirimir así qué teorías nos pueden ayudar a interpretar mejor la realidad. Pero estos espacios se han convertido en una máquina unificadora de pensamiento, en fábricas de izquierdistas.

Usted centra el tiro en la educación superior, pero también en la secundaria se observan ya ciertas prácticas de adoctrinamiento. Ahí están los libros de texto que cargan una y otra vez contra el capitalismo...

O en la primaria, donde se retiran cientos de cuentos infantiles, como Caperucita Roja. Hay que ponerle freno a esta locura.

¿Qué corrientes de pensamiento sustentan esta ofensiva?

Está claro que hay una inspiración gramsciana, es decir, que lo que se pretende es construir una hegemonía cultural. ¿Teóricos clave para entender las raíces de estas corrientes? Foucault, el posmodernismo, la Escuela de Fráncfort... La raíz que comparten todos estos postulados es que fomentan el regreso a una estructura social tribal, donde se define al individuo por grupos, por identidades que le son atribuidas. Las políticas identitarias nos reducen a eso y facilitan el desarrollo de un Estado cada vez más grande, porque siempre habrá razones para justificar nuevas rondas de intervencionismo.

En el ámbito económico, el clima de ideas es desolador. Amancio Ortega, nuestro empresario más exitoso, recibe todo tipo de ataques y críticas ¡por donar dinero a la sanidad pública!

Amancio Ortega es un empresario innovador, un caso de éxito que se estudia en todo el mundo. Por eso la izquierda lo detesta tanto, porque ofrece de manera muy visible una prueba de las bondades que encierra la economía de libre mercado. Los enemigos del mercado no aceptan que la sociedad aplauda la riqueza que se puede desarrollar a base de innovar y competir. Por eso apuntan con el dedo a Ortega. Me llama la atención que se satanice a empresarios de éxito como él, sobre todo porque en España sigue habiendo tres millones de desempleados y lo que necesita el país son muchos más empresarios. Pero si enciendes la televisión, parece que la principal preocupación nacional son los huesos de Franco, no los tres millones de personas que siguen sin trabajo más de una década después del estallido de la crisis.

Siguiendo las teorías de Deirdre McClosley, usted defiende que la riqueza de un país depende de las instituciones y de las políticas liberales, pero añade que, por encima de eso, está el clima social en el que deben operar los empresarios.

Los demagogos, intelectuales y activistas de la izquierda explotan y alientan la envidia social porque quieren que se respire un clima hostil a la libertad económica. Su objetivo último es satanizar al empresario, estigmatizarlo de tal forma que entre en vigor un impuesto psicológico al éxito. La idea es que cale el mensaje de que enriquecerse es malo, de que es mejor que nos conformemos con vivir con ese caramelo envenenado que son las ayudas del Estado. Como bien decía, McCloskey ha puesto de manifiesto lo importante que es la existencia de una cultura social que entienda y valore los procesos empresariales. Necesitamos impuestos bajos, regulaciones simples, estabilidad monetaria, apertura comercial, seguridad jurídica... Pero también un caldo de cultivo que facilite la profundización del mercado. Las críticas a Amancio Ortega también son una forma de decirle al joven que aspira a tener su propia startup que no dé el paso, que no arriesgue, que no invierta, que se conforme con ser uno más. En vez de celebrar el éxito, lo castigamos y lo reprimimos. Socialmente, les estamos imponiendo un coste a las personas que destacan en la esfera privada. Quizá por eso hay tantos jóvenes preparados que se van al extranjero. Y lo malo es que esa cultura tiene consecuencias políticas, porque es el sustento de medidas empobrecedoras como, por ejemplo, los impuestos confiscatorios aplicados a quienes más ganan.

Impuestos confiscatorias y otras medidas que se justifican por la necesidad de "luchar contra la desigualdad".

La igualdad absoluta ante la ley es una premisa central de la democracia, pero no se puede pretender igualar por la fuerza los resultados que obtienen las personas dentro de ese marco imparcial. Las personas somos diferentes, los talentos que tenemos son distintos, la capacidad de esfuerzo y sacrificio no es homogénea, y de ahí se derivan las diferencias económicas. El foco hay que ponerlo en quienes tienen menos. Una economía flexible ofrece más oportunidades de movilidad social, pero los intervencionistas quieren igualarnos a todos... por abajo. Nos avasallan una y otra vez con la idea de que la desigualdad es sinónimo de pobreza. Por supuesto que no lo es. Y nos dicen que la desigualdad es inmoral, pero si se produce en un contexto meritocrático, de mercado y competencia, ¿qué tiene eso de malo?

Otro tema recurrente es el del medio ambiente.

Como las políticas ecologistas generan tantas dudas, han decidido lanzar como mensajera a una niña de 14 años [Greta Thunberg] que viene a decir que el mundo se va a acabar. De nuevo, las emociones y el buenismo como trampa para anular cualquier posibilidad de debate serio. Si tomamos el tiempo de comparar las clasificaciones de libertad económica con los indicadores de conservación medioambiental, podemos comprobar que los países más capitalistas tienen mejores resultados a la hora de cuidar la naturaleza, más eficiencia energética, menos emisiones contaminantes por unidad de PIB... Por eso las élites progresistas prefieren que una niña hable del tema, porque esa visión apocalíptica que comunica esa cría resulta más impactante que un estudio en el que la visión científica dominante sea contrastada con las opiniones de expertos disidentes y, lo que es más importante, con la valoración de economistas capaces de estudiar los costes y beneficios de las medidas propuestas. Si esa niña se pasea por foros internacionales de máximo nivel es porque es la mensajera perfecta para evitar el debate y mantener un nivel de alarma social que justifique todo tipo de políticas contrarias al mercado.

¿Y qué hace la derecha frente a todo esto? Si en efecto se está librando una guerra cultural... lo lógico sería intentar ganar algunas batallas.

Las élites de la derecha están acostumbradas a que la izquierda les perdone la vida. Parten de una especie de complejo de inferioridad y son incapaces de plantarle cara al discurso dominante que se está imponiendo. En parte, eso genera reacciones que vienen de abajo arriba, caso de Vox en España, Trump en Estados Unidos o Bolsonaro en Brasil. Esos movimientos son un toque de atención al establishment, una forma de decirle a quienes están a la derecha de la izquierda que no pueden amilanarse ante todo lo que está ocurriendo sin atreverse a plantar cara.

¿Qué futuro le espera a la derecha española? Hace cinco años, su voto estaba aglutinado en torno al PP. Hoy, los azules compiten con Ciudadanos, por el centro, y con Vox, por la derecha.

En España se ha quebrado el bipartidismo y el nuevo escenario está aquí para quedarse. Vox ha crecido mucho tocando temas que otros partidos no se atreven a abordar, pero PP y C's no tienen que tener miedo ninguno de pactar con Vox para tejer acuerdos que les permitan ejercer el poder y sacar adelante políticas que beneficien al país. Es un error plantear un cordón sanitario. Vox tiene todos los credenciales para sentarse en la mesa del centroderecha y negociar medidas económicas o sociales. El PSOE se apoya en Podemos para formar gobierno. ¿Acaso no es Podemos un partido chavista? También se alía con los separatistas catalanes, que están acusados de golpe de Estado por la Fiscalía. ¿Eso no es radical? Y tanto en la investidura de Sánchez como en la tramitación de los decretos preelectorales, el PSOE contó con el apoyo de EH Bildu. ¿Nada reprochable en esas alianzas? De nuevo, la izquierda le impone a la derecha que no puede llegar a acuerdos con Vox... pero no duda en pactar con quien sea para tocar poder. Y C's no puede entrar en ese juego. Es un grave error tratar a Vox como una formación con la que no se puede negociar nada. La última vez que estuve en España, PP, Ciudadanos y Vox superaron por primera vez a la izquierda y formaron gobierno en Andalucía. Ese tipo de alianzas son necesarias para hacer eso mismo en las instituciones regionales y locales donde la derecha tiene más votos. Pero claro, eso no lo va a decir la mayoría de los medios, que están copados por la izquierda y van a insistir siempre en blanquear a Podemos y estigmatizar a Vox.

¿Qué le parece la política económica desarrollada por el Gobierno de Pedro Sánchez?

Los socialistas siempre prometen gasto, gasto y más gasto. Los ciudadanos deberían ser más inteligentes y negarse a comprar esos mensajes. Da igual que el Gobierno diga que las subidas de impuestos las van a pagar los ricos, porque nunca es así. Las subidas recaerán sobre todos, la economía se ralentizará y la próxima crisis cogerá a España con una deuda pública del 100% del PIB.

No quiero dejar de preguntarle por las pensiones. En España hay cada vez más miedo al colapso del sistema actual. ¿Qué lecciones podemos extraer del modelo chileno, diseñado por José Piñera en 1980 y consistente en cuentas de ahorro individuales?

En Chile, las pensiones del sistema de capitalización ofrecen una rentabilidad anual media del 8% por encima de la inflación. Es una cifra muy alta que ha permitido que los fondos del sistema supongan ya el 80% del PIB chileno. De hecho, cuando los trabajadores se jubilan, el 70% de la pensión que cobran viene de la rentabilidad obtenida, mientras que apenas el 30% proviene de las aportaciones que realizaron. ¿Qué resultados ha tenido el modelo? Una persona que aporta al sistema durante toda su vida laboral cobra el 80% o 90% de su salario, pese a que las cotizaciones son entre tres y cuatro veces más bajas que en España y Europa. Entonces, ¿por qué hay críticas? Porque siempre hay demagogos que dicen que el sistema debe garantizar a todos los ciudadanos una pensión muy elevada con independencia de las aportaciones que hayan hecho. No tiene sentido. En Argentina ya vimos lo que pasó cuando se acabó con las cuentas de ahorro. Se saquearon los fondos que habían aportado los trabajadores, la economía se hundió... Un auténtico desastre.

Fuente: https://www.expansion.com/actualidadeconomica/analisis/2019/07/19/5d31b793468aeb86728b46b0.html

 

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