16 Mayo 2017

 

 

Felipe Larraín 

La inscripción de las candidaturas presidenciales a las primarias del 2 de julio obligaba a entregar un documento con bases programáticas. Las del ex Presidente Sebastián Piñera fueron abundantes en propuestas concretas. Una que concitó gran atención fue la tributaria. Y es entendible. Chile requiere un sistema tributario para dar certezas, reencantar la inversión, volver a crecer y generar mayores oportunidades.

Sufrimos hoy el descalabro provocado por la reforma tributaria de 2014. ¡Cómo sería de mala y confusa que antes del año el Gobierno impulsó una reforma a la reforma! Pero eso no arregló los problemas. Las autoridades aseguraron que ella no afectaría el crecimiento, la inversión, la clase media ni las pymes. Los resultados están a la vista de todos. Chile vive un frenazo de proporciones, crece hoy a menos de la mitad que el mundo y para 2017 el FMI proyecta que estará en el lugar 13 entre 19 países latinoamericanos. La inversión ha caído durante tres años consecutivos, su peor desempeño sin mediar recesión externa desde la Unidad Popular. Y los chilenos rechazan abrumadoramente esta reforma en las encuestas de opinión.

Quienquiera sea Presidente de Chile en marzo de 2018 deberá hacerse cargo de este problema. Por eso nuestras bases lo abordan. En primer lugar, se propone integrar plenamente el impuesto a la renta de las empresas y sus socios o accionistas para evitar las múltiples discriminaciones del sistema semi-integrado vigente, que castiga a las rentas del capital por sobre las del trabajo, favorece a los inversionistas extranjeros por sobre los nacionales, e incluso trata asimétricamente a distintos tipos de inversionistas extranjeros. La integración plena elimina todas estas discriminaciones y mejora los incentivos a la inversión y el ahorro, simplificando su aplicación práctica.

Una segunda propuesta es reducir gradualmente la tasa de impuesto a la renta de las empresas al promedio OCDE (alrededor de 25%). Esta es la tasa general de impuesto a la renta corporativa en Chile -la del sistema atribuido, por ejemplo, y en general de todas las rentas que tributan con impuesto de primera categoría, a excepción del sistema semi-integrado-. Para volver a crecer y a invertir en serio, necesitamos dar los incentivos adecuados. Debemos entender que en el mundo se compite por atraer capital: los extranjeros tienen decenas de países atractivos para invertir y los chilenos no están obligados a invertir en Chile. Una campanada más de alerta fue la abrupta caída de la inversión extranjera en nuestro país en 2016, que llegó a los menores niveles en una década, en lo que influyó la derogación del DL 600, también producto de la reforma tributaria.

Muchos países han comprendido este desafío y por eso han reducido recientemente la tasa de impuesto a la renta de las empresas. Entre ellos están Corea del Sur, Dinamarca, España, Estonia, Israel, Italia, Noruega, Portugal y Reino Unido, todos con tasas inferiores a las de Chile. Nadie puede seriamente argüir que estos países lo han hecho para favorecer a las empresas en desmedro del resto de la población. La tasa promedio mundial de impuesto corporativo ha caído de 27% a 24% en la última década, mientras Chile la elevaba de 20% hasta 27%, transitando en contra de la dirección mundial. Los resultados están a la vista, y la errónea visión de economía cerrada detrás de la reforma de 2014 ha quedado al desnudo.

Un tercer elemento es simplificar nuestro sistema tributario. La coexistencia del régimen semi-integrado con el atribuido, y las muchas materias que han quedado a la interpretación del SII, como las normas antielusión, entre otras, han complejizado innecesariamente el sistema. Por eso resulta imperioso dotarlo de simplicidad y certeza jurídica. Ello favorecerá especialmente a las pymes, que no pueden financiar costosos departamentos tributarios o asesores externos.

Por último, esta reforma será hecha con plena responsabilidad fiscal. Dado el deterioro de nuestras cuentas fiscales (tres años de déficit efectivo en torno al 3% anual), se cuidará mantener la recaudación en niveles similares a los actuales. Para ello se está estudiando toda la estructura tributaria, pensando en tocar solo aquellos impuestos que no se contrapongan con la recuperación del dinamismo económico y el empleo.

La economía chilena debe ponerse de pie y volver a crecer en su potencial. Esta es la única forma sustentable de generar progreso económico y social, reducir la pobreza y disminuir efectivamente las desigualdades. La buena noticia es que esto depende principalmente de lo que hagamos en Chile. Así como el grueso del frenazo se debe a factores internos, recuperar el dinamismo también depende de nosotros, muy particularmente de la calidad de nuestras políticas públicas, extraviada en estos últimos tres años. Recobrar la robustez de nuestro sistema tributario es un buen punto de partida. Dentro de un conjunto de otras reformas y proyectos, y de recuperar la confianza, permitirá a nuestro país doblar el crecimiento y la creación de empleo, y mejorar la calidad del empleo y los salarios. Un desafío exigente, pero posible.

Columna publicada en El Mercurio.

Fuente: http://www.elmercurio.com/blogs/2017/05/16/51090/Un-sistema-tributario-para-volver-a-crecer.aspx