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Por Raúl Pizarro Rivera


La actividad más espontánea de la humanidad es el hablar, simplemente porque expresarse carece del más mínimo costo. Pero, el hacerlo conlleva efectos que pueden implicar un precio altísimo.

Para evitar el costo de una expresión de cuestionable contenido, la Academia de la Lengua recomienda tener presente, siempre, la importancia de la responsabilidad y de la veracidad de lo que se dice, evitando caer en la mentira.

Las normas básicas de la intercomunicación humana le endosan a la palabra un gran impacto en las relaciones interpersonales, en la reputación, e incluso en la salud emocional.

La palabra es el medio más recurrente para la mentira, y estudios de investigadores acerca del tema, dan cuenta de que los seres que más engañan son los niños -ello, fruto de su natural inocencia-; luego, los delincuentes en sus confesiones y, por último, los políticos, éstos de modo consuetudinario: engañan adrede y planifican la falsedad que van a decir, todo en función de un interés propio o colectivo afín. Incluso, fueron indagadas las razones que los inducen a mentir: por protección personal, por manipulación de acontecimientos o para la obtención de beneficios.

Las investigaciones sobre la materia dicen que “se miente para evitar situaciones adversas o de rechazo; para crear una mejor imagen de sí mismo o de otro; para eludir la atención de la gente y/o para conseguirla”.

Lo que a continuación se consigna es un misil de mentiras, engaños, engatusamientos y distorsiones que están siendo descargados por los políticos sobre una ciudadanía incrédula de tanta falta a la verdad:

Cuando a Boric se le consultó con cuál de los postulantes de la primaria del Gobierno se identifica más, respondió que “¡Mi candidato es Chile! No sorprende que él esté del lado de su gran obra, de su hipotético legado: un país destruido, empobrecido, casi saqueado y entregado a la impunidad de una criminalidad sin control ni combate.

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