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Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional


En el artículo anterior me referí a las Guerras Culturales, las cuales se configurarán en un concepto clave para los años venideros. Me he propuesto ir resumiendo el trabajo de Adriano Erriguel, “Deconstrucción de la Izquierda Posmoderna”, para poder ejercer una mínima influencia en los sectores llamados de derecha y hacerlos razonar con espíritu crítico frente a la realidad política y sociocultural del país. La vieja derecha, con su clásico discurso legalista y tecnocrático se encuentra en este terreno completamente perdida.

Confiaba en el fondo, en su superioridad intelectual, acreditada a su juicio por la gestión económica, limitándose asumir como propias las cruzadas culturales definidas desde la izquierda. La razón de fondo es que esta derecha asume el mismo marco mental que la izquierda: la historia tiene un sentido y sigue el curso del progreso.

Pero volvamos a la pregunta para los disidentes frente al pensamiento hegemónico ¿cómo definir al enemigo?

Se complica un poco este asunto tras la irrupción de una izquierda populista tras la crisis financiera del 2008. Sin embargo esto no constituye ninguna sorpresa. La llegada del populismo de izquierda se ha visto preparada fríamente desde la última década por el aplastante predominio en los ámbitos culturales, académicos, y mediáticos de la izquierda posmoderna. Existiendo una relación de continuidad entre los nuevos movimientos de izquierda, llámense populistas, radicales, de extrema izquierda o como se quieran llamar.

Todos comparten los mismos dogmas, el mismo sustrato cultural, la misma mitología progresista. Todos pertenecen el ecosistema natural de la corrección política.

Todos son coetáneos del mismo periodo de máxima expansión del neoliberalismo, coincidencia que no es casual y que para calificar al pensamiento de esa izquierda posmoderna algunos utilizan el término marxismo cultural u otros siguen refiriéndose como comunista o neocomunista como si éste fuera una amenaza real, como si éste tuviese la capacidad de reproducir la experiencia totalitaria del siglo XX.

Estas definiciones responden a categorías obsoletas. No nos encontramos aquí frente al marxismo cultural, ni frente al marxismo a secas ni mucho menos frente al comunismo. Todo lo contrario la izquierda posmoderna tiene muy poco de marxista y sí mucho de neoliberalismo cultural puro y duro.

Por eso que a primera vista esto no parece tan claro. Es muy cierto que la izquierda radical usa y abusa de una retórica pasada de moda, para ponerla en contexto una retórica “retro “como por ejemplo el antifascismo reclamando para si el patrimonio moral de las luchas progresistas del pasado. Pero con ello lo único que hacen es parasitar una épica revolucionaria que no le corresponde.

En realidad la apuesta ideológica de la izquierda en todas sus variedades, desde la social demócrata a la más radical o populista se inscribe de facto en la globalización neoliberal. Y si su pensamiento es a veces calificado como marxismo cultural, ello obedece al peso del viejo lenguaje, así como a la rutina mental, habituada de la derecha que llama a todo lo que no le gusta como comunista.

Pero cuidado, no nos encontramos en las vísperas de un asalto leninista ni en el de una socialización de los medios de producción ni en el de una dictadura del proletariado. Todo lo contrario: el escenario es el de la dictadura de una súper clase mundializada apoyada en técnicas de “gobernanza” posdemocrática.

Un escenario en que la izquierda radical ejerce las funciones de acelerador y comparsa preparando el clima propicio a todas las huidas hacia adelante de la sociedad liberal.

Frente a los desafectos, la izquierda radical asegura—con su celo vigilante e histeria correctista —una función intimidatoria y represora que adquiere tintes parapoliciales. Tareas todas ellas homologadas por el sistema.

Es necesario aclarar los equívocos y que en el mundo de las ideas no hay blancos y negros. El lenguaje actual, el de la corrección política, se nutre sin ninguna duda de una incubación en el posmarxismo de la Escuela de Frankfurt. Ahí está el origen de un malentendido —el pretendido carácter marxista de la ideología hoy dominante—que la guerra cultural anti mundialista debería deshacer de una vez por todas, si quisiera asumir una definición eficaz del enemigo. Conviene por lo tanto hacer un poco de historia y saber quiénes fueron en definitiva los verdaderos sepultureros del marxismo.

Suele pensarse que el fin del marxismo como ideología política tuvo lugar en 1989, con la caída del socialismo real y el derrumbe de la URSS. Pero lo cierto es que el marxismo había sido enterrado muchos años antes, y que bastantes de sus sepultureros pasaban por ser discípulos de Marx.

En realidad el acontecimiento que supuso el canto del cisne del marxismo fue la revolución de mayo del 68, el momento en el que el movimiento obrero fue desplazado por un sucedáneo: el gauchismo liberal libertario. Esta epifanía progre de los estudiantes de Paris y Berkeley había sido prefigurada, con varias décadas de anticipación, por el corpus teórico, también llamado “teoría crítica” de la Escuela de Frankfurt. Fueron los intelectuales del “Instituto para la investigación Social” fundado en 1923 en esa ciudad alemana, los que provocaron desde dentro la implosión del marxismo. Muchas de las ideas y temas impulsados por esos intelectuales se encuentran en el origen de los condensados ideológicos que hoy conforman la ideología mundialista.

La escuela de Frankfurt arrumbó en el desván de la historia el dogma central del marxismo ortodoxo: el determinismo económico, la idea de que son las condiciones materiales y los medios de producción los que determinan el curso de la historia, la visión fatalista de un triunfo inevitable del socialismo.

Para los intelectuales de Frankfurt era la acción sobre la superestructura puesto que son las condiciones culturales— más que la economía—las que determinan la reificación y la alienación de los seres humanos. No en vano todas las lumbreras del pensamiento posmoderno Horkheimer, Adorno, Fromm, Marcuse, se centrarían en la crítica cultural dejando de lado las cuestiones económicas. Lo cual nos lleva a un segundo golpe todavía aún más letal que la escuela de Frankfurt iba a propinarle al marxismo ortodoxo.

Al centrar sus denuncias en la reificación y la alienación de los seres humanos—y no en las condiciones económicas de explotación capitalista—estos intelectuales desplazan el fin último de la transformación social: está ya no se reducirá a la abolición de las injusticias sociales, sino que se concentrará en la eliminación de las causas psicológicas, culturales y antropológicas de la INFELICIDAD HUMANA.

Como ven si algo les quedó del derrumbe ideológico del marxismo del que fueron parte, fue ese fetiche inalcanzable llamado utopía, pero no se trata aquí de una utopía colectivista del tipo sociedad comunista del marxismo clásico. Desde el momento en que se la vincula a una idea de la escuela de Frankfurt, concierne sobre todo al individuo, lo que nos conduce a otro puente con el neoliberalismo.

Por ahora quedaremos con esta larga síntesis del pensamiento posmoderno y los alcances que va adquiriendo. En otra columna continuaré explicando hacia dónde nos conduce este matrimonio híbrido entre posmodernismo socialista y neoliberalismo.

Nuestro gran peligro del que ya tenemos conocimiento por el nuevo uso del lenguaje. No lo olviden si quieren tener claras las barreras de la resistencia.


Nota: Artículo extraído del libro “Deconstrucción de la izquierda posmoderna, del posmarxismo al neoliberalismo” Adriano Erriguel.
Editorial Ignacio Carrera Pinto.
Ediciones 2020

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