
"Plantearon la reforma agraria: como un proceso de eliminación de un sector completo de la sociedad chilena, al que no le dieron ni la sal ni el agua. Excluyeron radicalmente."
Justo al cumplirse los 50 años del inicio de su reforma agraria, la Democracia Cristiana incuba la que puede ser la crisis terminal de su existencia.
Vaya coincidencia.
Cómo estarán sonando las carcajadas sarcásticas y algo malévolas en las casas de todos los expropiados de finales de los 60 y de comienzos de los 70; y cómo les estarán contando a sus nietos lo que pasó entonces y comparándolo con lo que sucede ahora.
¿Cuáles fueron los pecados de la DC hace 50 años y cómo los paga hoy?
En primer lugar, el ideologismo.
Se les metió en la cabeza que había que hacer una reforma agraria y que ese proceso era parte de la construcción de una sociedad comunitaria. Ni ellos mismos sabían qué diantres significaba el engendro aquel. Mucho menos pueden definirlo hoy, y por eso mismo pagan el precio de haber cacareado una fórmula sin contornos. A sus costados, los descolocan todas las variantes del socialismo izquierdista y del individualismo de ciertas derechas, sin que puedan decirnos en qué dirección exacta apunta la flecha roja.
Fueron también partidarios de la exclusión. No querían cambiar una coma de su programa ni por un millón de votos. Así plantearon la reforma agraria: como un proceso de eliminación de un sector completo de la sociedad chilena, al que no le dieron ni la sal ni el agua. Excluyeron radicalmente. Y, cincuenta años después, pagan ese pecado del mismo modo: en uno u otro escenario, con o sin candidato presidencial, no les queda más que rendirse a unas u otras izquierdas, ya sea para pactar con algunos grupúsculos marginales o para mendigar de las más poderosas un humillante retorno bajo su alero.
Y del clericalismo de la DC de aquellos años, cuánto podría decirse. Que se llenaron la boca con la Iglesia, que antes de hablar sobre cuestiones abiertamente opinables, si no tenían a algún obispo de su lado, parecían no sentirse seguros, que siempre repitieron la cantinela: fue la Iglesia la que inició la reforma agraria. Pero hoy no parece haber sintonía alguna entre eclesiásticos y democristianos, porque los primeros han entendido por fin que para buscar la vida buena, a los DC no les importa en realidad desproteger la vida.
Otro pecado de aquellos años fue el populismo de la Democracia Cristiana. Se suponía que apelaba a las grandes masas y, efectivamente, en 1965 obtuvo la mayor victoria electoral de la historia de Chile. Pero hoy ¿queda algo de eso? Nada. La inmensa mayoría de esos votos no existe, no están. Como no hubo una efectiva tarea a favor de las personas -sino solo una supuesta promoción popular-, ese millón de electores que prefería a la DC hoy está en cualquier otra parte. ¿Por quién votan este 2017 los hijos de esos campesinos que parecían encandilados con la propiedad de una tierra que nunca obtuvieron sino hasta que se las diera el gobierno de Pinochet?
La última de las coordenadas que hay que recordar es el divisionismo interno. Este pecado de los cuchillos largos -sí, el proceso que confiesa haber vivido Orrego, el que hoy sufre Goic- no es nuevo en la DC. Tan fraternales, tan camaradas que se consideran, pero ya hace 50 años a Frei Montalva la mitad de su propio partido casi lograba descuerarlo. Y por eso, se dividieron en 1968 y después en 1971. Y ahora, cincuenta años después, cada vez que se juntan es para decirse todo aquello y mucho más.
Estos pecados, ¿tienen redención? La DC, ¿tiene solución?
Sí, siempre la hay. Lo que las personas pueden hacer, cambiar, convertirse, existe siempre como posibilidad para los grupos y las organizaciones, al fin de cuentas, formadas por personas.
Pero esa posibilidad de subsistencia depende de algo que nunca debe olvidarse: el más terrible, el pecado de soberbia.
Vaya coincidencia.
Cómo estarán sonando las carcajadas sarcásticas y algo malévolas en las casas de todos los expropiados de finales de los 60 y de comienzos de los 70; y cómo les estarán contando a sus nietos lo que pasó entonces y comparándolo con lo que sucede ahora.
¿Cuáles fueron los pecados de la DC hace 50 años y cómo los paga hoy?
En primer lugar, el ideologismo.
Se les metió en la cabeza que había que hacer una reforma agraria y que ese proceso era parte de la construcción de una sociedad comunitaria. Ni ellos mismos sabían qué diantres significaba el engendro aquel. Mucho menos pueden definirlo hoy, y por eso mismo pagan el precio de haber cacareado una fórmula sin contornos. A sus costados, los descolocan todas las variantes del socialismo izquierdista y del individualismo de ciertas derechas, sin que puedan decirnos en qué dirección exacta apunta la flecha roja.
Fueron también partidarios de la exclusión. No querían cambiar una coma de su programa ni por un millón de votos. Así plantearon la reforma agraria: como un proceso de eliminación de un sector completo de la sociedad chilena, al que no le dieron ni la sal ni el agua. Excluyeron radicalmente. Y, cincuenta años después, pagan ese pecado del mismo modo: en uno u otro escenario, con o sin candidato presidencial, no les queda más que rendirse a unas u otras izquierdas, ya sea para pactar con algunos grupúsculos marginales o para mendigar de las más poderosas un humillante retorno bajo su alero.
Y del clericalismo de la DC de aquellos años, cuánto podría decirse. Que se llenaron la boca con la Iglesia, que antes de hablar sobre cuestiones abiertamente opinables, si no tenían a algún obispo de su lado, parecían no sentirse seguros, que siempre repitieron la cantinela: fue la Iglesia la que inició la reforma agraria. Pero hoy no parece haber sintonía alguna entre eclesiásticos y democristianos, porque los primeros han entendido por fin que para buscar la vida buena, a los DC no les importa en realidad desproteger la vida.
Otro pecado de aquellos años fue el populismo de la Democracia Cristiana. Se suponía que apelaba a las grandes masas y, efectivamente, en 1965 obtuvo la mayor victoria electoral de la historia de Chile. Pero hoy ¿queda algo de eso? Nada. La inmensa mayoría de esos votos no existe, no están. Como no hubo una efectiva tarea a favor de las personas -sino solo una supuesta promoción popular-, ese millón de electores que prefería a la DC hoy está en cualquier otra parte. ¿Por quién votan este 2017 los hijos de esos campesinos que parecían encandilados con la propiedad de una tierra que nunca obtuvieron sino hasta que se las diera el gobierno de Pinochet?
La última de las coordenadas que hay que recordar es el divisionismo interno. Este pecado de los cuchillos largos -sí, el proceso que confiesa haber vivido Orrego, el que hoy sufre Goic- no es nuevo en la DC. Tan fraternales, tan camaradas que se consideran, pero ya hace 50 años a Frei Montalva la mitad de su propio partido casi lograba descuerarlo. Y por eso, se dividieron en 1968 y después en 1971. Y ahora, cincuenta años después, cada vez que se juntan es para decirse todo aquello y mucho más.
Estos pecados, ¿tienen redención? La DC, ¿tiene solución?
Sí, siempre la hay. Lo que las personas pueden hacer, cambiar, convertirse, existe siempre como posibilidad para los grupos y las organizaciones, al fin de cuentas, formadas por personas.
Pero esa posibilidad de subsistencia depende de algo que nunca debe olvidarse: el más terrible, el pecado de soberbia.
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