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Gonzalo Rojas S.


También hay una disputa entre el Rechazo y el Apruebo al interior de cada persona que vota Rechazo.

No nos engañemos: hay actitudes de quienes votamos Rechazo que no se condicen con nuestras convicciones. En efecto, con frecuencia no somos los que debiéramos ser.

Nos quejamos de la proliferación de textos izquierdistas, tanto en papel como en las redes, pero no nos esforzamos por desarrollar y desplegar una investigación y una divulgación equivalentes.

Criticamos el cuasi monopolio que las izquierdas tienen en la docencia en Humanidades -profesores de historia, de lenguaje, de filosofía, etc.-  pero cuando un hijo plantea la posibilidad de dedicar su vida a esas tareas, se le disuade con argumentos sociales y económicos.

Apuntamos con el dedo a las ONGs que desde el extranjero y desde Chile, con platas estatales y particulares, financian desde la sublevación en la Araucanía, hasta los grafittis de muros en poblaciones, pero cuando llega el momento de poner las lucas para apoyar iniciativas de bien, en fin, hay otras prioridades.

Criticamos la penetración cultural de las izquierdas en nuestros ambientes, pero no tenemos reparo en permitir que la ideología de género cope universidades católicas o que los homenajes a grupos musicales que predican el odio figuren en la agenda de prestigiosas universidades privadas.

Exigimos que las derechas se unan para enfrentar elecciones y desafíos legislativos, pero no trepidamos en aceptar que regalen la cancha al adversario vulnerando el derecho y las instituciones… con tal de parecer unidas.

Renegamos de nuestra historia desde 1973 en adelante, venerando a jóvenes intelectuales que no han comprendido la radicalidad de las disputas con el marxismo, incluso a pesar del 18 de octubre.

En fin, abandonamos la Patria -platas que se van, personas que se van-  porque no vaya a ser que haya que enfrentarse de nuevo a una crisis terminal.

Si todo esto no se corrige, un resultado electoral positivo no servirá de casi nada.