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Chile entra, en estos días, en el segundo peor año de su historia reciente.

 

 

 

 

 

 

Gonzalo Rojas


Decenas de veces lo dijimos; desde hace varias décadas lo venimos diciendo.

El plural de la primera persona no se aplica a quien firma estas líneas, sino a todos los que desde la derecha verdadera o desde la antropología cristiana o desde el conservantismo o desde el sentido común, se han permitido avisar, prevenir, ¡profetizar! sobre los peligros que acechan a Chile.

Se anunció que las izquierdas bacheletistas terminarían perdiendo todo protagonismo y que una nueva casta de revolucionarios, iluminados por Gramsci y Laclau, les coparían el espacio. Y, al mismo tiempo, se advirtió que bastaría la elección de un parlamentario comunista para que el PC creciera y creciera, y pudiera llegar así a controlar a toda la izquierda; de paso, se anunció que se comería, trozo a trozo, al Frente Amplio.

Se dijo, en todos los tonos, que los verdaderos socialcristianos abandonarían la DC y que el partido de la flecha no sabría entonces a qué blanco disparar. Se les advirtió a los electores que Sebastián Piñera, como todo personaje de centro, sucumbiría ante los apretones de la izquierda y jamás defendería algunos de los grandes bienes de la derecha: el principio de autoridad, la historia nacional reciente, el orden público, algunas instituciones naturales, la justicia para los militares perseguidos.

¡Cuánto se escribió sobre la crisis de identidad de la UDI! (aunque, reconozcámoslo, nadie imaginó su eventual apoyo a un supuesto socialdemócrata). Y cuánto se analizó a RN, advirtiendo que no lograría superar su naturaleza tutti frutti, la misma que incluye hoy en el menú mucho Rechazo y un poquito de Apruebo.

Eso, en el nivel de superficie de la vida nacional.

Y más abajo, en las profundidades de una sociedad descuajeringada, las advertencias quedaron también escritas, una a una.

Se anunció el daño que produciría el divorcio, se alertó sobre al aborto en tres causales, se denunció el desenfreno de la droga, se mostró cómo se destruiría el control parental sobre los hijos, la educación libre y la auténtica identidad sexual. Una tras otra, se estamparon las advertencias sobre el feminismo radical y el generismo. Y cómo no recordar las muchísimas páginas dedicadas a anunciar la violencia, antes de la insurrección de octubre pasado y, por supuesto, antes del bis actual. Sobre los laboratorios guerrilleros en La Araucanía y en los colegios emblemáticos, hubo insistencia casi majadera. Se dijo claramente que ahí la lucha de clases se cultivaba como un virus destinado a producir pandemia.

Otras tantas veces se describió el modo en que las universidades —incluso las de mayor excelencia— iban siendo minadas por la secularización, desde sus federaciones hasta sus rectores. Y, en paralelo, se hizo frecuente advertencia sobre cómo el control izquierdista de muchos espacios informativos se haría funcional a tantos de los males descritos.

Todo eso está por escrito. Todo.

Muchas afirmaciones las hizo Gonzalo Vial; otras son de Hermógenes Pérez de Arce; Sebastián Burr, Tere Marinovic, José Antonio Kast y Axel Kaiser, junto a muchos que no alcanzo a citar, tienen todo el derecho a afirmar: ¡Te lo dije!

Pero como Chile limita al norte con la mala memoria y al sur con la frivolidad, han sido muchos los que cada vez que leían esas advertencias siempre tenían a la mano los epítetos tranquilizadores: ¡exagerados!, ¡apocalípticos!

Bien, preparen entonces otra andanada, porque hoy decimos (y esta vez el plural es mayestático) que las izquierdas no se detendrán en su afán por obtener el poder total, que desfigurarán por completo un eventual proceso constituyente, que Chile entra, en estos días, en el segundo peor año de su historia reciente.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2020/10/21/82840/Lo-dijimos-y-lo-decimos-de-nuevo.aspx

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