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Gonzalo Rojas S.


En el esquema constitucional de Gabriel Salazar -uno de los inspiradores del Frente Amplio- los temas educacionales y culturales alcanzan el paroxismo de la utopía que venimos analizando.

Detrás de su proposición, está el presupuesto de una sabiduría popular que se bastaría a sí misma para determinar y practicar los contenidos y procesos educativos y culturales. La sola idea de que haya expertos, elites, aristocracias intelectuales o como se llamen quienes por sus talentos y su esfuerzo alcanzan en todas las sociedades niveles superiores de educación y cultura que están llamados a transmitir a la misma sociedad que los ha ayudado en ese proceso de formación, esa sola idea, decíamos, resulta inaceptable para Salazar, excepto, curiosamente y de modo parcial, en su propio dominio, “la investigación superior”.

En efecto, afirma Salazar, “la ciudadanía (a través de sus asambleas locales y regionales) y el Estado (desde las agencias nacionales), establecerán y garantizarán un sistema educativo en que prevalecerá la voluntad ciudadana (la ‘comunidad’ se autoeduca en relación colectiva consigo misma), en lo tocante a la orientación de los estudios (programas), a su evaluación (excelencia socialmente calificada) y a su administración local (consejos educativos)”.

En cuanto al financiamiento de esas tareas, el historiador marxista “encuentra” la solución mágica: “El Estado cuidará que la educación pública sea gratuita y de excelencia (proveerá los recursos para el perfeccionamiento de profesores y alumnos), y exigirá que la educación privada se autofinancie, sin ninguna subvención estatal. La educación superior deberá regirse por los mismos principios, pero tanto las asambleas regionales como el Estado ‘nacional’ deberán invertir una fracción significativa de sus presupuestos anuales para el desarrollo de la investigación superior, no sólo en los centros académicos públicos, sino también en los centros productivos y comunitarios. Se entenderá que la investigación debe realizarse en equipos y con participación abierta a la ciudadanía local, de ser posible y necesario”.

O sea: en cada localidad “se sabe” qué se debe aprender; el Estado (nuestros impuestos) tiene que organizar y financiar estructuras autoeducativas (contradicción evidente) y, al mismo tiempo, “los ricos” (todos los que no son los “mestizos de las montoneras”, como define Salazar al pueblo) podrán darse el lujo de tener educación privada sin pedir nada al Estado. Notable búsqueda de la tan cacareada igualdad. 

En el ámbito cultural, esa reintegración del hombre con la naturaleza que Marx propone para el “paraíso comunista”, se asoma en las palabras de Salazar: “La ciudadanía y el Estado promoverán el desarrollo -en todos los ámbitos que corresponda- de la cultura social local y nacional que vaya surgiendo de todas las tareas que implica la transformación soberana del Estado, el mercado y, por consiguiente, también de la sociedad chilena. Debe privilegiarse la cultura-sujeto que se potenciará en este proceso, por sobre la cultura-objeto que se importa, se compra, se consume y memoriza por mera imitación. (…) Esto implica fomentar y proteger los medios de comunicación popular directa (radios y canales de televisión poblacional, boletines, periódicos, etc.), puesto que ellos facilitan el desarrollo de la deliberación ciudadana. Eso contribuye también a consolidar la cultura del ‘poder constituyente’ del pueblo en general”.

Todo “desde abajo”, todo “salga como salga”, con tal de que sea emanación del sujeto soberano unido fraternalmente con otros sujetos soberanos. Todo bien huachaca, una versión bien chilensis de la deconstrucción post moderna.

Fuente: https://viva-chile.cl/2020/09/educacion-y-cultura-desde-abajo/

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