Gonzalo Ibáñez Santamaría
Abogado
Comparto texto que me publicó El Mercurio, el 24/08/23 en la pag. A 2
Con motivo de la conmemoración de los 50 años del pronunciamiento militar se ha ensayado, por parte del Gobierno y de sus partidos, evitar el debate acerca de las causas que lo produjeron. Sin embargo, juzgar ese hecho supone advertir el estado caótico en que se encontraba el país y cómo, de él, la subversión eclesiástica constituyó un factor de primera importancia.
El afán de los partidos marxistas de imponer en Chile un modelo comunista suponía la conquista del poder total de modo de apagar por el uso de la violencia toda oposición que pudiera levantarse contra ese designio. En este afán de enfrentamiento, tales grupos encontraron siempre una firme oposición de la Iglesia Católica que, no mucho tiempo antes, había condenado al comunismo como “intrínsecamente perverso”. La fe popular, ampliamente difundida y practicada, constituía, sin duda, la barrera más efectiva contra ese afán. Cómo desarmar esa barrera se constituyó entonces en el objetivo de quienes desde dentro del cristianismo se habían dejado seducir por las ideas marxistas y buscaban participar en la lucha de clases que estas últimas propiciaban.
El primer paso fue la creación, en 1957, del partido denominado Demócrata Cristiano bajo el lema acuñado por su líder Eduardo Frei Montalva: “Hay algo peor que el comunismo; es el anticomunismo”, y el lema que provenía de grupos similares creados en Europa: “el comunismo es el deber no cumplido por los cristianos”.
Pero el paso más importante estaba reservado para los clérigos, especialmente jesuitas. El Centro Bellarmino y la revista Mensaje constituyeron, sin duda, los principales instrumentos destinados a alentar, invocando la religión, la subversión marxista en Chile. Fue tan temprano como en diciembre de 1962 que esa revista editorializaba: “No vemos cómo pueda conciliarse una actitud auténticamente cristiana con una actitud cerradamente antirrevolucionaria, opuesta al cambio radical y urgente de estructuras. Inmensamente más cristiana nos parece la actitud que enfrenta el hecho de la revolución en marcha y se esfuerza por dirigirla por canales cristianos (…). Hay que tener (…) la inquebrantable decisión de romper radicalmente con el orden actual, de acabar con el pasado y, partiendo de cero, de construir un orden totalmente nuevo, y que responda a todos los anhelos del hombre”.
Romper con el orden actual y partir de cero... He ahí la nueva manera de ser cristiano que predicaba la Compañía de Jesús, y para lo cual el uso de la violencia podía perfectamente constituir un medio apropiado. Mensaje lo expresaba en agosto de 1968. Primero, de manera velada, en el editorial: “No es fácil pensar en un cambio radical de la legalidad vigente ‘desde dentro', o sea, usando para ello los mecanismos de que esta dispone para su propia alteración. El camino inverso, la sustitución de un ordenamiento jurídico por otro, por vías no contempladas en el régimen que se pretende desplazar, aparece como opción alternativa”. Después, abiertamente, haciendo la apología del Che Guevara y de su guerrilla: “Pero hay una tercera violencia. No brota esta del odio o del resentimiento, tampoco es un desesperado gesto de miedo. No se ejerce en beneficio propio, sino en servicio a los demás; por la misma razón no es meta, sino instrumento. Esta violencia: paradojalmente penetrada de amor, destinada a romper cadenas y despertar lo humano en el hombre, a sustituir la injusticia instalada por una auténtica fraternidad, es la violencia que preconizaba el guerrillero Guevara” (“El Che, reflexiones sobre un diario”).
Las consecuencias no se hicieron esperar. En su conjunto constituyeron una auténtica subversión clerical destinada a apoyar al marxismo en sus propósitos. Fue el caso de la toma de la Universidad Católica en agosto de 1967 y de la Catedral de Santiago, en 1968. En fin, en abril de 1971, 80 sacerdotes decidían la creación del grupo “Cristianos por el Socialismo” para apoyar a Salvador Allende en su intento de imponer el marxismo en Chile y ello, a través del enfrentamiento de unos chilenos contra otros. Fue en abril de ese año cuando el grupo se estructuró oficialmente y comenzó a recibir cada vez más sacerdotes entusiasmados por la utopía marxista.
En definitiva, la acción de estos clérigos constituyó un factor decisivo para desencadenar la violencia en Chile, el enfrentamiento entre chilenos y para sumir a Chile en la peor crisis de su historia, hasta el punto de provocar, como la única respuesta posible, el pronunciamiento militar de 1973.
La foto de Fidel Castro es con el grupo de sacerdotes que formaron el grupo Cristianos para el Socialismo
Fuente: https://web.facebook.com/gonzaloibanezsm
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