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Cristián Labbé Galilea


Escuchamos a los candidatos decir con frecuencia la manida frase “dato mata relato”, lo que en general suena convincente cuando se trata de datos duros, como por ejemplo: en este gobierno el PIB ha crecido apenas el 1,5%, dato que mata el relato de crecimiento que “ventila” el oficialismo. Pero donde se equivocan los políticos, los analistas y los comentaristas, es cuando basan sus pronósticos en lo que dicen las encuestas, porque está “archi” comprobado que esos datos, por sí solos… “no construyen realidades”.

Sin ir más lejos, en las elecciones bolivianas del fin de semana, las encuestas “no dieron pie con bola”. La gran sorpresa la dio el senador Rodrigo Paz Pereira (DC), a quien no le daban ninguna chance, y sin embargo ganó con un 32% encabezando “el balotaje”, acompañado por el expresidente conservador Jorge Tuto Quiroga, quien obtuvo el 27%, dejando fuera al candidato que las encuestas daban como favorito, el empresario Samuel Doria Medina, quien llegó en tercer lugar.

Le parece pertinente a esta inquieta pluma reflexionar sobre el particular, ya que en nuestra realidad política las encuestas se han transformado en un “privilegiado oráculo” electoral, al que hay que creerle “a pie juntillas” y “con fe ciega” y, por lo tanto, sus augurios no pueden ser dudados ni menos cuestionados, lo que lleva a los candidatos y a sus sesudos asesores, a definir sus estrategias y relatos en base a “las fotos” semanales.

Lo anterior ha transformado a las encuestas en brújulas, en armas de campaña y, la mayor de las veces, en espejismos que terminan confundiendo. Esto no quiere decir que haya que ignorarlas, porque no siempre tienen reveses, a veces aciertan. Lo que sí hay que considerar es que sus equívocos y yerros han dejado en evidencia el dilema metodológico que impone una sociedad tremendamente dinámica, donde las redes sociales generan opiniones volátiles y vertiginosas.

En todo caso, el problema pareciera ser que las encuestas están siendo usadas como instrumento de poder más que como herramienta de análisis, que se difunden cuando favorecen y se cuestionan cuando incomodan. Con ello el ciudadano de a pie las percibe como propaganda disfrazada.

Por lo mismo, los candidatos -a juicio de esta modesta pluma- deben considerar que las encuestas no son oráculos sino apenas termómetros que captan temperaturas momentáneas, y que los electores, producto de la realidad que vivimos, se han vuelto más desconfiados y difíciles de encasillar. Por tanto, el camino para ganar una elección es: mantener un relato tan coherente como convincente.

Por último, en lo que concierne a los electores, en lugar de andar sacando cálculos y comprando todo lo que dicen las encuestas, deben asumir que ellas son sólo espejismos que anuncian “certezas no siempre ciertas”, y deben concentrar sus esfuerzos en trabajar por el candidato que mejor represente sus valores, que tenga un relato coherente, y que comunique una “nítida” visión del país que se quiere, porque en esta elección… ¡relato mata dato!

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