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Axel Kaiser


Salvo excepciones, la derecha, incluidos sus intelectuales, no entiende el alma socialista.


Una de las características más distintivas de la derecha chilena es su dificultad para entender al adversario que enfrenta y la forma en que este consigue, aun sin mayorías, imponer su agenda. Se trata de una ingenuidad derivada de un idealismo infantil que confunde lo que el mundo es con lo que se desearía que este fuera.

Salvo excepciones, la derecha, incluidos sus intelectuales, no entiende el alma socialista. Una y otra vez sueña con que se trata de personas con las que es posible llegar a acuerdos y consensos en torno a ideas sensatas. Asumen, seguramente porque jamás han leído a Orwell, que realmente tienen un compromiso con la verdad y el bienestar de la sociedad y se sienten tan culpables frente a su discurso que los validan en todos los foros posibles e incluso los financian.

El socialista puro, sin embargo, no tiene interés ni en la verdad, ni en el bienestar de los grupos marginados que reclama representar —si lo tuviera abrazaría instituciones de mercado—. Su único objetivo es el poder y todo lo que dice y hace apunta a concentrarlo lo más posible en sus manos. Y es que, sin el poder, no pueden transformar el mundo de acuerdo a los dogmas que exige su ideología. Marx ya se quejaba amargamente de que los filósofos se limitaban a explicar el mundo cuando lo que había que hacer, según él, era transformarlo. Y en ese juego todo vale: fingir moderación, distorsionar los hechos, parecer sensato cuando corresponda, retroceder si la situación lo amerita, etc.

Así convencieron a los empresarios y a la derecha de que ya habían aprendido la lección, que ahora, salvo unos pocos, si eran razonables y que no querían tumbar el sistema. En su ingenuidad y culpa la derecha empresarial y política los abrazó, mientras estos, a veces invisiblemente, seguían realizando su trabajo de demolición, al principio haciéndolo parecer como algo meramente socialdemócrata y, luego, desatando por completo su intención refundacional.

Por supuesto quienes advertimos que esto iba a pasar fuimos tratados de extremistas, apocalípticos y exagerados por la misma derecha que hoy mira aterrada cómo el país se desmorona frente a sus propias narices. Pero es peor, porque incluso hoy muchos siguen creyendo que una nueva Constitución puede resolver en algo la crisis actual, ingenuidad que a estas alturas raya en la estupidez.

Una vez más quienes creen esto estarán equivocados por no entender que la izquierda no cambia, que si bien hay algunos más sensatos entre ellos, al final también estos, con pocas excepciones, terminan cediendo ante los duros capaces de controlar la narrativa y llevar los principios que abrazan los moderados a sus consecuencias lógicas.

La izquierda avanza sin transar, poniendo en jaque a un país completo dirigido por una elite temerosa y ciega que le ha entregado la soga con la que esta va a ejecutar el suicido de Chile, desenlace inevitable a menos que un real despertar ponga freno al tercermundismo de la nueva Constitución y dé un golpe a la mesa, acabando de una vez con la violencia callejera y la demagogia.

Como ello es poco probable, la izquierda conseguirá, una vez, arruinar el país, más que por su propia fuerza, por la debilidad de quienes deberían haberla detenido. Y si en esta pasada no lo consigue, no hay duda de que seguirá intentándolo en las décadas que vienen, hasta que lo consiga o bien se le ponga freno.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2020/09/08/81770/Vienen-por-todo.aspx

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