05 de abril, 2020

 

 

 

 

Tomás Bengolea
Presidente de la Fundación ChileSiempre


Las grandes reformas de Chile en los últimos 50 años han sido de ideas de derecha: libertad económica, el Estado al servicio de la persona, la promoción de la sociedad civil, el emprendimiento, entre otras; en oposición a un desgastado intervencionismo estatal propio del Chile del siglo XX.


La centroderecha vive un momento especial en su historia. Por segunda vez en menos de diez años llegó a La Moneda con un gran apoyo popular, lo que muestra su capacidad de competir electoralmente en democracia y representar las expectativas de millones de compatriotas. Por otra parte, es evidente que muchas de sus ideas están en disputa y enfrentan incomprensiones, protestas, renuncias y contradicciones. Estas semanas de crisis sanitaria y la inminente crisis económica le permiten a la derecha una doble oportunidad: primero, para realizar una gestión adecuada, con profundo sentido humanista y con capacidad técnica y política; segundo, para pensar los desafíos que vienen por delante, y que se han visto interrumpidos por la crisis de octubre y el coronavirus.

En una columna publicada hace algunos días en El Libero, titulada “Derecha Reformista”, Pablo Valderrama retoma el propósito de proponer un proyecto político con contenido para una derecha que “está viviendo una aplastante derrota cultural”. Su análisis es, sin duda, un valioso aporte a la reflexión intelectual y política de un sector que tiene capacidad electoral pero muestra menos condiciones para generar un proyecto político de largo plazo, arraigado en ideas sólidas y que comprenda los principios fundamentales sobre los que se basa su ideario político. “Viva y silenciosa está la crisis política previa al coronavirus”, advierte Valderrama acertadamente. De igual manera, es necesario aceptar la existencia de una discordia constitucional, independiente del fracaso del proceso constituyente que intentó liderar la expresidenta Bachelet.

Junto con el factor conceptual, existe un problema social muy claro, pues la centroderecha, y el gobierno en particular, han tendido a buscar colaboración -ministros, subsecretarios y otros cargos importantes- en un limitado círculo económico y social. Es ilustrativo el hecho de que sólo un par de ministros fueron alumnos de la educación estatal o municipal, mientras que la gran mayoría estudió en establecimientos particulares. Sin ir más lejos, José Francisco Lagos, director ejecutivo del Instituto Res Publica, ya planteaba este como “El gran desafío de la centroderecha”, en una columna publicada el 25 de septiembre de 2019 (Diario La Tercera). Diversificación que, dicho sea de paso, debe ser tanto en el plano cultural, social y geográfico, pues la descentralización no puede ser solo un discurso. En realidad, la homogeneidad social y la falta de diversidad  hacen a la centroderecha asemejarse a un “club”, más que algunas reformas específicas. De hecho, las grandes reformas de Chile en los últimos 50 años han sido de ideas de derecha: libertad económica, el Estado al servicio de la persona, la promoción de la sociedad civil, el emprendimiento, entre otras; en oposición a un desgastado intervencionismo estatal propio del Chile del siglo XX.

Con todo, que la derecha sea capaz de articular un proyecto político a largo plazo, con ideas propias, supone, en primer lugar, realizar un diagnóstico propio. Debemos ser capaces de abordar los desafíos de nuestro país con un análisis propio, y así no contribuir a profundizar la anorexia cultural que parece tan habitual. En este sentido, es valioso tener presente que, a diferencia de lo que muchos plantean, los últimos 35 años de Chile han estado marcados, en buena medida, por el crecimiento económico, el progreso social y la multiplicación de oportunidades. Nunca hubo menos personas viviendo en la pobreza en la historia de nuestro país, ni mayores niveles de cobertura escolar y acceso a la educación superior. En fin, sugerir “revisar algunos pilares del modelo actual”, sin antes reconocer su justicia y buenos frutos para la calidad de vida de los chilenos, es apresurado y desproporcionado

Procurar un Estado fuerte, eficiente y apto para atender las necesidades sociales no es sinónimo de Estado grande, ineficiente y que no atiende a la población como se requiere.

Una derecha transformadora, que se haga cargo de las injusticias que aún viven miles de compatriotas, debe elaborar un diagnóstico que incorpore elementos centrales de su pensamiento. Esto debe partir por el sentido de la política y la acción del Estado. Muchas veces, el aparato estatal ha olvidado este principio fundamental de servicio a las personas, creciendo de manera inorgánica y transformándose en un verdadero botín electoral, lo que se ve reflejado en un aumento del gasto político en desmedro del gasto social a quienes más lo necesitan. Los impuestos que se cobran a los chilenos -que además, han subido siempre en los últimos gobiernos, de lado y lado- no deben destinarse a financiar más cargos públicos, oficinas, subsecretarías ni ministerios nuevos, sino en programas sociales eficientes, que apunten a mejorar la vida de las personas más vulnerables. Procurar un Estado fuerte, eficiente y apto para atender las necesidades sociales no es sinónimo de Estado grande, ineficiente y que no atiende a la población como se requiere.

Por otra parte, tenemos que ver algunos temas que son de la mayor importancia, y donde las prestaciones que da el Estado dejan mucho que desear, como es en materia de educación y salud. No es aceptable que cada año recibamos los resultados del SIMCE y la PSU y siempre se compruebe que los mejores establecimientos son particulares pagados, que los municipales tienen resultados bajo lo aceptable y que no se hacen las correcciones necesarias para que los niños aprendan más y mejor. En materia de salud es habitual escuchar de los pacientes que mueren esperando una operación o de aquellos que pasaban meses antes de ser intervenidos en un hospital estatal.

Al mismo tiempo, dejar de lado la importancia de la libertad y crecimiento económico a la hora de pensar en progreso es un grave error. En los últimos 10 años, nuestro país ha estado creciendo en promedio al 3%. Sin duda, es un crecimiento económico mediocre, que se ve reflejado en el estancamiento de los salarios y en la paralización del emprendimiento, además de en menos recursos para el propio Estado. Subir impuestos de manera sistemática y ahuyentar la inversión con políticas intervencionistas no es gratis para Chile, sino que afecta gravemente su desarrollo económico. Una derecha transformadora debe promover con fuerza el emprendimiento, promoviendo una economía libre, abierta y generadora de oportunidades, con cargas tributarias justas y aliviando los hombros a las pymes. No debemos sumarnos a la lógica de que, para cada problema, la solución es una reforma tributaria que suba los impuestos.

Un tema que ha estado, lamentablemente, fuera del debate político y muchas veces olvidado por la derecha es el de la debilidad de la familia en Chile y, en general, de la desintegración del tejido social, cuestión que Valderrama esboza, y que es de la mayor importancia. El historiador Gonzalo Vial ya advertía en el año 2007 que la debilidad de la estructura familiar podría ocasionar una “catástrofe social”. Debemos promover con fuerza la importancia de la familia, el lugar donde las personas llegan al mundo, y los cuerpos intermedios, de manera que las personas tengan espacios de mutua colaboración para abordar sus problemáticas comunes. Esto permite, a su vez, promover bienes morales y culturales cuya carencia están tras la crisis de nuestro país, para hacer frente a un individualismo exacerbado que muchas veces olvida que las personas estamos ordenados a relacionarnos con otros, partiendo por la familia.

No se trata de reformar por reformar, sino más bien de transformar cada una de las realidades injustas.

Sin duda la derecha enfrenta grandes desafíos de cara al futuro de Chile. Con independencia de los resultados electorales y de cómo se resuelva el plebiscito de octubre, estamos viviendo etapas de profundos debates ideológicos y políticos. Algunos querrán derribar la casa que hemos construido en los últimos cuarenta años, pero somos muchos los que queremos mejorarla. No se trata de reformar por reformar, sino más bien de transformar cada una de las realidades injustas. No podemos arrepentirnos ni ocultar nuestras ideas, ni menos negar los grandes logros de su aplicación en las últimas décadas por temor a ser criticados. Sin embargo, de la misma manera que no somos autoflagelantes, no somos autocomplacientes. Debemos sentir las injusticias ajenas como propias, rebelarnos frente a ellas y luchar con la fuerza de nuestras ideas.

No vienen tiempos fáciles para Chile, pero las crisis son oportunidades, y este es un gran momento para que la derecha construya un proyecto político de largo plazo, con su mirada en la dignidad de las personas, su naturaleza asociativa y la importancia de sus familias; que promueva la libertad y el emprendimiento, para la construcción de una sociedad más justa; que abra sus puertas a personas de mundos distintos; y construya, en definitiva, una derecha transformadora y popular. Felizmente, el futuro está abierto, y los resultados dependen en buena medida de lo que nosotros hagamos.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/tomas-bengolea-una-derecha-popular-y-transformadora/

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