22 de marzo de 2020

 

 

 

Tomas Bradanovic


Estoy releyendo la historia de Chile de Francisco Encina, que no trata de ser imparcial y está repleta de opiniones personales pero -a diferencia de Salazar y otros pajarracos de esa pluma- Encina no pretende dar valor científico a sus opiniones, objetividad ni hacer adoctrinamiento, vicio tan común en los sociólogos pasados a historiadores que tenemos ahora.

El período de la Guerra Civil de 1891 y lo que vino después es muy interesante, especialmente el retrato que hace Encina del presidente Balmaceda, apoyado en documentación y fuentes de primera mano, muy lejano a la imagen con que lo cubrieron después. Encina nos muestra al gobierno de Balmaceda como un último intento de mantener en pie al Gobierno Portaliano, que se venía cayendo desde el fin de la Guerra del Pacífico.

No hay que olvidar que la idea de Portales para terminar con la anarquía, donde el chiflado que gritaba más fuerte se adueñaba del poder, se basaba en un ideal aristocrático de gobierno, donde solo los mejores deberían tener acceso a tomar decisiones y gobernar. Para eso era indispensable saltarse la democracia que -en opinión de Portales y muchos más- no podía funcionar con un pueblo mayoritariamente ignorante y vicioso.

Se mantuvieron las formas democráticas pero no el fondo, después de la derrota de Lircay los pipiolos y sus sucesores fueron excluídos por más de un siglo del poder, los presidentes eran escogidos entre los más correctos y abnegados de la aristocracia -aunque no siempre había capaces- y las elecciones eran manipuladas por el gobierno para que el presidente nunca tuviese un parlamento adverso.

Entre los políticos más moderados, conservadores, liberales, estanqueros, ohigginistas, carreristas y la multitud de facciones que formaban "el Partido del Orden", existía un cierto acuerdo de caballeros donde el presidente saliente dejaba nombrado a su sucesor, con el visto bueno de los más influyentes de sus partidos. No había lugar para los pandilleros ni los aventureros de la política.

Este fue el sistema portaliano, que duró entre 1830 y 1876, cuando es elegido Anibal Pinto, entonces estalla la guerra del Pacífico en 1879 y el régimen portaliano empieza a debilitarse, porque la emergencia de la guerra empoderó a muchos orates y se empezó a perder la unidad que siempre hubo entre el presidente y el congreso. Uno de los principales chiflados que hasta puso en peligro la suerte de la guerra fue Benjamín Vicuña Mackena, un político ególatra y ambicioso, pescador a río revuelto que envenenó el ambiente nacional durante muchos años.

Después del entusiasmo tras ganar la guerra, empezaron a aparecer todas las debilidades que la emergencia había escondido. El próximo presidente fue Domingo Santa María, un bombero loco decidido a sacar a toda costa a los conservadores del poder político, esto encendió la guerra entre Iglesia y estado, se rompieron relaciones con el Vaticano dejando al país muy difícil la situación para Balmaceda, a quien ya habían designado como próximo presidente.

Balmaceda -según lo describe Encina- se parecía algo a Sebastián Piñera en que poca gente lo soportaba, "el champudo" despertaba antipatía visceral en mucha gente, también era autoritario y voluntarioso, lo que hacía una combinación muy mala. Desde el principio trató de conseguir "la unidad" entre los pechoños y quienes estaban en contra de la Iglesia el el partido de gobierno (los liberales), siendo estos dos bandos irreconciliables, consiguió que todos lo detestaran.

También era muy celoso y exigente de la autoridad presidencial y pensaba como Portales que el presidente debía ser obedecido a todo evento por el congreso, tenía las ínfulas pero no el prestigio. El poder presidencial estaba debilitándose desde los años de, Anibal Pinto con las discusiones sobre la dirección de la guerra. Santa María había sido un zafio al que pocos respetaban e impuso a la fuerza su voluntad en todo, Balmaceda por su personalidad era inclinado a hacer lo mismo.

Entonces se le vino encima el congreso. Santa María había intervenido descaradamente en sus elecciones, robando y destruyendo votos opositores, falseando los escrutinios y de ese modo había conseguido un parlamento dócil, Balmaceda fue un poco más honrado en las elecciones y eso le costó el debilitamiento de su poder como presidente, porque los parlamentarios ya no eran incondicionales.

Ante esa situación se puso cada vez más testarudo, autoritario y voluntarioso, llevando la contra en todo y provocando a los parlamentarios, más que nada para afirmar su autoridad como presidente portaliano. Pero a diferencia de la mayoría de sus antecesores el no era respetado ni apreciado, así es que el gobierno se convirtió en un juego entre porfiados cada vez más violentos.

Hasta que Balmaceda perdió la mayoría parlamentaria, cosa que ocurría por primera vez en décadas, el 1 de enero prorrogó por si mimo el presupuesto, atribución exclusiva del parlamento, ya había cerrado el congreso, las Cortes de Apelaciones y la Suprema, con lo que quedaba convertido en un dictador tomando todos los poderes para sí. Durante algunos meses puso a Domingo Godoy como ministro del interior, que cometió toda clase de vejámenes contra la oposición. Finalmente el 6 de enero de 1891 se subleva la Escuadra, lo que da comienzo a la guerra civil.

Encina relata que Balmaceda tuvo muchos problemas para reclutar tropas, porque los regimientos de línea no le alcanzaban para pelear con los revolucionarios, estos tenían dominio del mar y reclutas muy motivados. Entonces empezó a enganchar gente a la fuerza y con engaños. Por eso la mayoría de las tropas del gobierno -muy superiores en número- se desmoralizaban rápido y apenas veían un poco de peligro se daban vuelta la chaqueta para pasarse a las tropas congresistas.

Balmaceda perdió la guerra, se asiló en la Embajada de Argentina, donde se suicidó de un balazo. Pocos años después, al celebrar el centenario de nuestra independencia el 1 de agosto de 1900, el diputado radical Enrique McIver dijo su famoso discurso "La crisis moral de la República", que empezaba así

"Voy a hablaros sobre algunos aspectos de la crisis moral que atravesamos; pues yo creo que ella existe y en mayor grado y con caracteres más perniciosos para el progreso de Chile que la dura y prolongada crisis económica que todos palpan.

Me parece que no somos felices; se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan. La holgura antigua se ha trocado en estrechez, la energía para la lucha de la vida en laxitud, la confianza en temor, las espectativas en decepciones. El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad".

Los intelectuales de izquierda, grandes falsificadores que ajustan todo a sus intereses ideológicos, presentan hoy el discurso como un alegato contra el liberalismo, nada más falso que eso, el discurso hablaba del sentimiento generalizado de pesimismo que hubo en el país luego de lo que Encina llama "la muerte espiritual del régimen portaliano".

En 1883 Chile había ganado la Guerra del Pacífico, tenía mucho más territorio y en cuatro años una explosión de patriotismo y orgullo nacional sacudió a todo el país, pero la guerra también produjo fracturas hiriendo de muerte al sistema de gobierno que había dejado Portales. En 1833. 50 años antes, Chile había sido un país ordenado, económicamente fuerte y muy orgulloso, pero después de la revolución de 1891 empezó a crecer el pesimismo sobre el futuro del país. La sombra del anarquismo y la vuelta de los políticos incapaces en el poder. Eso fue lo que Mc Iver llamó "crisis moral".

Nuestra historia normalmente ha sido tergiversada, para calzar con intereses ideológicos se han inventado toda clase de fábulas: que Balmaceda quiso estatizar el salitre y por eso los "grandes capitalistas" se le vinieron encima, cosa totalmente falsa, ni se le pasó por la mente hacerlo, aunque en su retórica reclamaba contra sus enemigos políticos acusándolos de monopolistas y judíos.

No hay dudas que la historia se repite a grandes rasgos. Piñera hoy es una especie de Balmaceda, y en su empeño por quedar bien con todos nadie lo quiere, afortunadamente no tiene carácter para hacerse dictador, aunque las personas débiles de carácter pueden llegar a ser las más peligrosas, con esos nunca se sabe. Cada tantos años tenemos períodos portalianos, que ocurren no por voluntarismo de los oligarcas, como creen los tontos de izquierda, sino porque esa es la naturaleza profunda del chileno, siempre hemos sido así.

El voluntarismo es de los chiflados, representados hoy por la izquierda y el lumpen anarquista no se diferencian mucho de los pipiolos chiflados de ayer, que después mutaron en radicales, socialistas y comunistas. Todos esos son gente con problemas personales, desequilibrados que dan rienda suelta a sus complejos con la acción política violenta y rupturista. Ese es el péndulo en Chile: el Partido del Orden contra la pandilla, siempre ha sido así y siempre lo será. Menos mal que el centro de masa de nuestro país está en el Partido del Orden, pase lo que pase, allíes donde siempre volvemos. Por la razón o la fuerza, como dice en el Escudo.

Fuente: https://bradanovic.blogspot.com/

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