Marzo 19, 2020

 

 Fernando Villegas


Axel Kaiser ha publicado una muy buena columna –“El Virus después del Corona Virus”, Diario Financiero– sobre el resentimiento. Concluye su columna manifestando que gran parte de la población chilena es sana y eso daría al país alguna esperanza de curarse de ese virus. Lamentablemente la esperanza es, en realidad, sólo de Axel, quien, aunque brillante, es también joven, pecado capital que hace posible el venial de la esperanza.


Lo califica como un virus que ha sido inoculado a raudales en el sistema circulatorio nacional y que perseverará aun después que desaparezca el corona virus. Habrían colaborado en su inoculación incluso gentes “de derecha”, las cuales, precisamente por estar ya contaminados, sienten culpas por sus ventajas sociales, económicas y culturales aun si se las han ganado y/o bien aprovechado. El resentimiento parece conocer una sola cura, la igualdad a ultranza por medio de la destrucción radical de la desigualdad o, más bien, de los desiguales de arriba. Kaiser, sin embargo, concluye su columna manifestando que gran parte de la población chilena es sana y eso daría al país alguna esperanza de curarse de ese virus. Lamentablemente la esperanza es, en realidad, sólo de Axel, quien, aunque brillante, es también joven, pecado capital que hace posible el venial de la esperanza. Aún no ha tenido oportunidades suficientes para perderla. Por eso puede también creer, como lo dice al comienzo de su columna, que al menos por un tiempo la clase política ha dado muestras de cierta unidad.

Todo depende de a qué se llame “unidad”. El “arrejuntamiento” producido por una turba que huye del mismo incendio y se apelotona en el “Exit” no equivale a “unidad”. Si unidad significa algo es unidad de ideas, valores, sentimientos, metas, etc. Nada de eso se ha visto en este caso. Al contrario, lo que hemos visto ya y veremos con mayor abundancia en el curso de los días es, por parte de la oposición, un sistemático intento de caracterizar como “insuficientes” las reacciones del gobierno, culparlo de lo que se pueda y tratar de aparecer en los escenarios mediáticos que les son tan hospitalarios como los auténticos curadores de la nación, los impecables médicos de bata blanca y buenas ideas. Hasta el último pelafustán del sector se colgará del cuello un estetoscopio y correrá de un set televisivo al otro para ver modo de sacar renta política del desbarajuste.

Incluso las medidas gubernamentales más obvias en su necesidad y eficacia serán vistas, desde la izquierda, con la mirada torva del que sospecha, del que duda. Se les pondrá “un cuatrito”. Y tarde o temprano algunos de los genios deslumbrantes del sector buscará modo de pegar el corona virus y sus efectos a la naturaleza del “modelo neo liberal”, del imperialismo  y de la desigualdad.  

En cuanto al resentimiento, es de dudarse que en ese respecto haya en Chile una población sana. El virus fue inoculado hace muchísimo tiempo y goza de muy buena salud. La única novedad que ofrecen los distintos periodos históricos es la intensidad con que resurge y si acaso se convierte o no en pandemia política. Si hoy su intensidad es mayor es porque más grandes son las masas y sus aspiraciones y por tanto más voluminosas las frustraciones, más delirantes las exigencias y por consiguiente más extremas las violencias y más imbuidas las poblaciones en la increíble idea -muy nueva, aparecida recién en el siglo XVIII en los textos iluministas que convirtieron por primera vez en la historia el estado posible e intermitente de “felicidad” en un derecho– de que “se les debe”  una plena satisfacción de todo, pero muy especialmente se les debe la aniquilación de las jerarquías aunque estas no nazcan de abusos e instituciones sino de las inevitables y naturales desigualdades entre los seres humanos en materia de inteligencia, talento, diligencia, presencia, fuerza, voluntad, perseverancia, paciencia, etc.

El resentimiento no es una enfermedad que ataca el organismo, sino parte constitutiva de este; viene con la naturaleza humana tal como el hígado o los pulmones. Por largos momentos duerme o dormita sin hacer otra cosa que refunfuñar en espacios privados al modo como Umberto Eco lo dijo, en su comedor o en la peluquería; en otros momentos despierta y se une a otros soñadores del odio y la rabia y da origen entonces a un “movimiento” encaminado al Gran Día de la revancha, el día de los cuchillos largos, el día de incinerar a la policía, el de apedrear a los famosos, el de quemarlo todo y arruinarlo todo porque, en su estado extremo de delirio, el resentimiento hace que en cada quien se encarne el Lucifer que en el “Fausto” de Goethe se presenta diciendo “soy el que siempre niega porque nada de lo que existe merece existir”.

Ese Lucifer casi grandioso y digno en la prosa de Goethe lo tenemos, en Chile, en versión más rasca, eso es todo. Pero, como ese otro Lucifer, nunca muere. Es eterno. 

Fuente: https://elvillegas.cl/2020/03/19/del-resentimiento-eterno/

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